sábado, 23 de septiembre de 2023

RELACIÓN ENTRE EL CALENTAMIENTO GLOBAL Y EL TAMAÑO Y FORMA DE LOS SERES VIVOS

 Redactado y publicado por David Arbizu


El desequilibrio climático que estamos observando en la Tierra cada vez da más muestras de su realidad a través de eventos que afectan de diversas formas al ser humano, ya sea por graves sequías como por tormentas con enormes lluvias, terremotos o mareas que se adentran e inundan zonas habitadas que eran consideradas seguras e inalcanzables por mares y océanos. Todo ello va dando forma y definiendo la era actual que llamamos Antropoceno, un nombre ya plenamente aceptado, al igual que lo es el hecho de que nos encontramos ante la sexta extinción masiva.

Una de las características del Antropoceno es la colonización de casi todo el planeta por parte del ser humano, junto con un sistema plenamente enfocado en obtener ganancias materiales a toda costa. Los avances científicos y tecnológicos han permitido desarrollar técnicas aplicadas a la caza, a la pesca, a la agricultura y a la ganadería con las que se obtienen grandes rendimientos, pero a cambio de destrucción de hábitats y ecosistemas junto con una incontrolable y mortal contaminación de la biosfera, de todo el planeta. De hecho, es difícil imaginar que haya una sola zona prístina donde no hayan llegado microplásticos, donde no se pueda encontrar la huella radiactiva de pruebas y accidentes nucleares, donde no se hayan hecho estudios para deforestar o construir minas, empresas de fracking, o simplemente crear complejos turísticos de gran rendimiento.

Todas estas condiciones afectan a todos los seres vivos de muy diversas formas, y uno de estos cambios son las modificaciones en cuanto al tamaño corporal, algo que principalmente se relaciona con el aumento de las temperaturas. Últimamente se han publicado varios estudios relacionados con este tema, especialmente focalizados en aves y peces, y comparando los resultados se concluye que de momento no existe una teoría común que determine si el tamaño de las especies aumenta o disminuye conforme aumentan las temperaturas. Lo que sí queda claro y ampliamente aceptado es que se producen transformaciones físicas como respuesta tanto al calentamiento global como al de las zonas habitadas en particular, y que todo conduce a desajustes que provocan cambios en las especies para neutralizar los desequilibrios, e incluso las posibles extinciones, en busca de una nueva homeostasis que permita su supervivencia y la de sus hábitats, demostrando cómo la salud de un lugar, de un ecosistema, está definida y sostenida por todas las formas de vida que contiene, que le dan características y condiciones propias y contribuyen a su salud y equilibrio vital.


Siempre ha habido biólogos y científicos que han enfocado sus estudios en los efectos del medio ambiente y el clima sobre los animales. En el siglo XIX se desarrollaron dos reglas a partir de los trabajos y observaciones de un biólogo y un zoólogo. Una de ellas es la “Regla de Bergmann”, que fue expuesta por el biólogo alemán Carl Bergmann y concluye que los individuos de una misma especie, o subespecie, de animales homeotermos, que normalmente conocemos como de sangre caliente, tendrán mayor tamaño cuanto más frío sea el clima de su hábitat. Esta regla se basa en la relación entre la superficie corporal y la masa del cuerpo, estableciendo que los animales grandes tienen menor área de superficie en proporción a su masa corporal y pierden menos calor que un animal pequeño, donde la proporción expresa mayor área de superficie y mayor pérdida de calor corporal. La otra regla es la “Regla Allen”, postulada por el zoólogo estadounidense Joel Allen, en la que establece que los animales homeotermos desarrollan sus cuerpos de forma distinta dependiendo de si viven en climas fríos o cálidos. Cuando estas especies viven en hábitats fríos, sus apéndices (orejas, orificios nasales, patas, manos) tienden a ser más pequeños para conservar el calor corporal, mientras que los apéndices de las especies de hábitats cálidos son más grandes para poder liberar el exceso de calor.

Aunque estas reglas puedan ser ampliamente acertadas, desde que se formularon hasta el momento actual la situación del planeta ha cambiado mucho y obviamente a peor. Los últimos estudios realizados no solo contemplan el aumento de las temperaturas, también tienen que tener en cuenta la contaminación y degradación de la atmósfera, de las aguas, del suelo. Todo ello afecta la salud de todas las especies, empezando por las del reino vegetal como fuerte fundamento de toda cadena alimenticia. Se podría decir que una alimentación desde la que se ingieren menos nutrientes, vitaminas, etc., también es un factor destacado que contribuirá a un menor desarrollo de los animales y plantas. También las variaciones en la duración de las estaciones es un factor decisivo, porque el reloj biológico de la mayoría de las especies está sincronizado con las estaciones del año, y cualquier cambio es negativo para sus procesos evolutivos, de reproducción, incluso de supervivencia. Todos estos cambios alteran el equilibrio de la biosfera y de cada hábitat, y aunque a primera vista pueda parecer que algunas especies se benefician de ellos mientras que otras se ven perjudicadas, la realidad es que muchos científicos lo ven como algo alarmante por los desajustes fenológicos que se crean y porque no se detienen las extinciones de especies.

A finales del año pasado se publicó un estudio de la Universidad de California (UCLA, por sus siglas en inglés) realizado sobre el tamaño de las aves migratorias. Se ha constatado que han reducido su tamaño como respuesta al aumento de las temperaturas, para poder disipar el calor con mayor facilidad. En cambio, también se observó que las alas no se hacen más pequeñas sino que cogen mayor proporción respecto a los cuerpos, ya que las aves no usan las alas para disipar el calor.

Otro estudio publicado en mayo de este año, 2023, ha mostrado que algunas especies de peces crecen más rápido a medida que sus hábitats se vuelven más cálidos, pero también aumentan las tasas de mortalidad, de manera que aumenta el número de peces jóvenes que rápidamente han alcanzado un mayor tamaño, pero como peces adultos su tamaño puede ser inferior al esperado y afrontar mayor mortandad.

Uno de los últimos estudios publicados es el realizado por la Universidad de St. Andrews, y demuestra que muchas especies están disminuyendo su tamaño corporal y que las especies más grandes están siendo reemplazadas por especies más pequeñas. El estudio transmite que las especies de gran tamaño están continuamente más amenazadas por las difíciles condiciones que se producen en sus hábitats, y entran con mayor rapidez en un estado de estrés y procesos que conllevan gran disminución de individuos o extinción. Tal como señala la profesora María Dornelas, autora principal del estudio: “Creemos que esto sugiere que, cuando los organismos grandes desaparecen, otros intentan ocupar su lugar y consumir los recursos que quedan disponibles”, y añade: “Está claro que el reemplazo generalizado de especies que vemos en todo el mundo está teniendo consecuencias mensurables. El hecho de que los organismos se vuelvan más pequeños tiene efectos importantes ya que el tamaño de los animales media su contribución al funcionamiento de los ecosistemas y cómo los humanos se benefician de ellos”. Estas declaraciones nos muestran cómo todo está interconectado, cómo todas las formas de vida crean las condiciones de un ecosistema, cómo se intentan equilibrar las pérdidas y mantener la actividad vital de un lugar y su biomasa. Se puede afirmar que los ecosistemas buscan continuamente la homeostasis frente a todos los cambios de la vida que contienen, frente a todos los eventos climáticos que los afecten, y esto se puede observar a pequeña y gran escala, incluso a nivel planetario.

Es muy interesante ver todos estos cambios, estos reajustes y modificaciones en busca de la estabilidad y la supervivencia mientras existe esa relación directa y vital entre todas las formas de vida de un lugar, donde también se tiene que contar con sus ríos, su atmósfera, la salud del suelo, pero tal como indica Sara Ryding, investigadora de la Universidad de Deakin (Australia) y una de las autoras de un estudio que alerta sobre las incipientes transformaciones detectadas: “Este fenómeno no debe verse como algo positivo, sino como algo alarmante. No sabemos si estos cambios fisiológicos en muchas especies realmente están contribuyendo a su supervivencia. Muchas no sobrevivirán, y en el caso de las que lo consigan, no podemos saber aún si las transformaciones que experimentan son realmente o no beneficiosas, no solo para esas especies, sino para los hábitats y los demás seres que los cohabitan”. Esto es así por toda la complejidad que han alcanzado hábitats y ecosistemas durante la enorme cantidad de tiempo en la que se han formado, una complejidad bien estructurada que ahora se deteriora y sucumbe con una rapidez excesiva, con una crisis climática, calentamiento global y cambios bruscos y acelerados de patrones climáticos que no permiten una adaptación apropiada, que hacen temer que signifique simplemente que algunas extinciones tarden más en suceder, así como el colapso de ecosistemas y de partes de la biosfera.

De algún modo, lo que se está viendo son adaptaciones forzadas para sobrevivir en un entorno cada vez más inhabitable para todos y cuya degradación es demasiado rápida. Todo estos trastornos afectan a todo lo que compone la naturaleza, el medio ambiente, los sistemas que son verdaderos flujos de vida y de prosperidad, como es el caso de los ríos, que sufren una gran degradación y se están calentando y perdiendo más oxígeno que los océanos. Esta pérdida de oxígeno sería comparable a las zonas muertas de los océanos, suponiendo la extinción de muchas especies que no pueden cambiar de lugar, amenazando la diversidad acuática y la de todos los seres que dependen de ese flujo de agua y de vida como parte esencial de la cadena alimenticia, además de la degradación de la calidad del agua hasta una toxicidad extrema.


La imagen superior corresponde a una piscifactoría de Loch Ainort, en Escocia, y sirve de ejemplo para expresar cómo el ser humano provoca también cambios directos en los ecosistemas con sus actividades, que ahora son mucho más perjudiciales debido al cambio climático, en este caso al calentamiento de los océanos. En muchos casos, este tipo de invasiones provocan la degradación de las especies enjauladas y también la de la misma especie que sigue libre en su hábitat natural. Por ejemplo, en las piscifactorías de Escocia está habiendo una enorme plaga de piojos de mar e invasión de medusas, y tal como indica Lex Rigby, jefe de investigaciones de la organización inglesa Vegetarian’s International Voice for Animals (VIVA!): “La intensificación de la piscicultura como “solución” a la sobrepesca ha creado un caldo de cultivo para enfermedades en las que el salmón sufre terriblemente”.

A pesar de todo, los ecosistemas y la biosfera muestran grandes capacidades de adaptación y de intentar realizar ajustes lo más rápido posible. Creo que muchos hemos sido testigos de cómo casi instantáneamente los árboles y las plantas se vuelven más verdes y exuberantes cuando llueve después de semanas o meses de sequía. De igual modo, los ecosistemas responden a los cambios, reajustan su pulso, su respiración como una entidad viva. El pasado mes de julio, investigadores de la Academia de Ciencias de China publicaron un estudio sobre la respiración de los ecosistemas, considerada como la suma de la respiración de todos los organismos vivos que lo habitan, teniendo en cuenta la fotosíntesis de las plantas y la respiración celular de los animales. En el estudio se habla de cómo la respiración del ecosistema está basada y ajustada a la temperatura habitual de la zona en la que se encuentra, una temperatura llamada “óptimo térmico”, y que incluso se va reajustando a las variaciones de subida y bajada de la temperatura. Aunque el estudio reconoce la complejidad de analizar estos reajustes a los cambios de temperatura, sí que afirma que de algún modo los ecosistemas se modifican y autogestionan para que su óptimo térmico pueda ser más elevado conforme aumenta el calentamiento global.

Así que todos los seres vivos, los ecosistemas, la biosfera, la propia Tierra, nos muestran su capacidad de gestión de la crisis planetaria, algo muy importante porque no hablamos solo de adaptación y sostenimiento de formas de vida, sino también de todo lo que representa para el equilibrio climático, que también depende de esa respiración que tiene la biosfera como suma de ecosistemas, y para la retención de gases de efecto invernadero evitando que lleguen a la atmósfera. Y dentro de toda esa respiración también está la nuestra, respiramos gracias a que somos parte de todo ello, así que tenemos que empezar a actuar con esa conciencia. 





Fuentes:


Imágenes:
Imagen piscifactoría: Richard Dorrell /  Piscifactoría de Loch Ainort  / CC BY-SA 2.0