Publicado por David Arbizu
EL AUMENTO DE DIÓXIDO DE CARBONO EN LA ATMÓSFERA. SUPERANDO EL
PUNTO DE NO RETORNO
Hace unos mil millones de años, la atmósfera de la Tierra llegó
a tener una composición similar a la actual y esto sucedió, en gran parte,
gracias a la actividad fotosintética de seres vivos introduciendo oxígeno y
ozono, una actividad que se calcula que empezó hace unos dos mil millones de
años. Hasta que llegó la Revolución Industrial, se puede decir que existía un
correcto equilibrio en la composición de la atmósfera, pero a partir de
entonces la contaminación fruto de la actividad humana ha generado un
desequilibrio y una degradación, debido al aumento de los niveles de gases de efecto invernadero, que actualmente ya ha llegado a un límite
extremadamente peligroso para la salud de todos los seres vivos, de todos los
ecosistemas y, consecuentemente, de la propia biosfera.
Aunque otros gases,
como el metano y el óxido de nitrógeno, también están llegando en exceso a la
atmósfera, el dióxido de carbono es el gas que tiene un mayor impacto negativo
debido a su efecto invernadero, ya que su influencia sobre el calentamiento
total es mayor que la de todos los otros gases combinados y tiene una larga
vida atmosférica. Antes de la Revolución Industrial, lo que se conoce como
“Ciclo del Carbono” seguía los patrones naturales que sostienen el equilibrio
necesario. Este ciclo se basa, principalmente, en la fotosíntesis, directamente
relacionada con la actividad solar, frente a la respiración de los seres vivos;
en la capacidad de los océanos, que actúan como un refrigerador y retienen
dióxido de carbono; en la actividad de organismos y microbios submarinos y
también subterráneos, que convierten y también retienen el carbono, en la capacidad
del permafrost y otras áreas del subsuelo y también de lagos, pantanos y
humedales para retener el carbono liberado por la descomposición de animales y
plantas muertos.
Desde el comienzo de la era de la industrialización, la combustión
de combustibles fósiles, la deforestación, la quema de biomasa, la producción
de cemento y otros materiales artificiales junto con gran parte de la actividad
industrial y todos los cambios y modificaciones realizadas sobre la geografía
de la superficie terrestre, tanto a nivel de suelo como de vías fluviales y
costas, ha provocado un aumento aproximado de la concentración atmosférica de
dióxido de carbono del 43%. Toda esta
actividad humana ha estado alterando imparablemente el Ciclo del Carbono hasta
llegar a un punto que algunos científicos califican como de “no retorno”, ya
que todo el engranaje del ciclo natural ha sido desestabilizado e incluso
algunos componentes de ese ciclo cuya función era retener, ahora están pasando
a una función de liberar.
Los científicos han advertido durante años sobre la
gravedad del incremento del dióxido de carbono en la atmósfera y el peligro que
supondría superar las 400 ppm (partes por millón).
Desde 1958 se empezaron a
medir las concentraciones de dióxido de carbono desde dos instalaciones, una
situada en Mauna Loa (Hawái) y otra en el Polo Sur, aunque en esta última se
tuvo que abandonar la actividad debido a recortes económicos. En mayo de 2013,
en el observatorio de Mauna Loa ya se llegó a una medición de 400 ppm, aunque
fue algo considerado esporádico que se repitió en abril de 2015 con una
medición de 404 ppm.
Otras organizaciones también hacen mediciones y
actualmente los niveles de dióxido de carbono se miden en más de cien
instalaciones de todo el mundo. Como vemos en el gráfico que aparece a
continuación, en el año 2015 ya se superaron las 400 ppm, aunque no se
consideró que fuera a nivel global debido a que las mediciones pueden variar
dependiendo del lugar donde se realizan.
Una de estas organizaciones, la NOAA
(National Oceanic and Atmospheric Administration), publicó el 23 de mayo de
este año, 2016, que en mediciones realizadas en el observatorio del Polo Sur se
habían alcanzado las 400 ppm. El hecho de que se supere esa marca en los
remotos confines de la Antártida, el lugar posiblemente más alejado de todas
las áreas y focos de mayor contaminación, significa que la medición ya es de
carácter global. Además, ya se ha constatado que aunque la mayor acumulación
de dióxido de carbono se da en el hemisferio norte por ser el hemisferio más
poblado, como puede observarse en el mapa que aparece a continuación, cualquier
emisión hecha sea donde sea del planeta, va a suponer que pequeñas fracciones
de esa emisión lleguen a todos los lugares de la Tierra por remotos que sean.
Las
últimas mediciones del observatorio de Mauna Loa han marcado niveles de 405 y
408 ppm incluso durante el pasado mes de septiembre, que generalmente es uno de los meses en que el dióxido de carbono se encuentra en su nivel más bajo debido a que la inhalación
colectiva que realizan plantas y árboles tiene mayor potencia desde la
primavera hasta después del verano; después, a medida que avanza el otoño, las
plantas pierden sus hojas, las cuales se descomponen liberando a la atmósfera el
dióxido de carbono almacenado.
Un dato preocupante relacionado con la actividad
del mundo vegetal es que se considera que los árboles y las plantas alcanzaron lo
que se llama “pico de carbono” hace 10 años, se podría decir que perdieron su
apetito, sus ganas de absorberlo, algo que algunos científicos vinculan al
estrés asociado con el calentamiento global y, consecuentemente, con la sequía,
el calor y los incendios. Algunos científicos incluso aseguran que llegará un
momento en el que las plantas y los árboles dejarán de absorber dióxido de
carbono y gran parte de la biosfera pasará solo a liberarlo y emitirlo.
Según
los científicos, 2016 es el año que simboliza oficialmente la superación de la
marca de 400 ppm, un nivel de dióxido de carbono que ya no veremos descender
por debajo de ese número. Incluso si el mundo dejara de emitir dióxido de
carbono de forma instantánea, lo que ya se ha puesto en la atmósfera va a
persistir durante muchas décadas.
Desde la Revolución Industrial, la
concentración de dióxido de carbono en la atmósfera ha calentado el mundo
alrededor de 1,8°C y parece ser que esta cifra también va a seguir aumentando.
De momento, ya se puede asegurar que 2016 va a ser el año más cálido registrado,
lo cual sigue empeorando la situación ya que el aumento de la temperatura
global también causa un aumento de las concentraciones de dióxido de carbono. Muchos
científicos consideran que 450 ppm es el límite de seguridad para evitar los
peores efectos del calentamiento global.
Como ya sabemos y estamos comprobando
a nivel planetario, los efectos del calentamiento global son muy peligrosos y están
desencadenando grandes desequilibrios con olas de calor extremas, sequías, aumento
del deshielo de los polos, de los glaciares y del permafrost, aumento del nivel
del mar con inundaciones costeras y desaparición de algunas islas, aumento de
los incendios forestales y extinción de muchas especies de animales mientras
otras emigran en busca de hábitats más saludables generando invasiones y
desequilibrios en la cadena alimentaria. También afectan a los grandes sistemas
reguladores del clima, como son el cinturón transportador oceánico y la
circulación atmosférica, no solo con patrones de calor sino también creando
tormentas más potentes, olas de frío polar que cada vez afectan zonas más
amplias, provocando lluvias torrenciales donde la extrema sequedad del suelo
impide la absorción del agua. Y así podría seguir enumerando muchas situaciones
que muestran el desequilibrio de la biosfera y demuestran que la Tierra es un
ser vivo, único, donde todo está conectado; un planeta que necesita respirar y
que estamos asfixiando.
Los científicos advierten que hay que buscar soluciones
urgentes, que cualquier cantidad de dióxido de carbono emitida debería ser
compensada aumentando la superficie de bosques y cuidando todo lo que se
considere una estructura natural de absorción y retención de carbono. Se
deberían lograr “emisiones negativas” mediante la eliminación del dióxido de
carbono acumulado en la atmósfera. Esto implicaría una transición rápida hacia
una economía de energía limpia, el uso de prácticas forestales y agrícolas que
incrementen la capacidad de absorción del suelo y de los árboles y abandonar
definitivamente extracciones de productos del subsuelo, entre muchas otras cosas. Algo que también se propone es la extracción y almacenamiento del dióxido
de carbono de la atmósfera, pero de momento no hay interés en ello ya que es
una actividad que, a priori, parece que no daría beneficios económicos y, por
lo tanto, no se ha invertido en la tecnología necesaria ni se han comprobado
las posibilidades a escala planetaria.
Fuentes: