miércoles, 13 de marzo de 2024

LA ANSIEDAD CLIMÁTICA Y LA ECOANSIEDAD: SEÑALES PRESENTES DE UN COMPLICADO FUTURO PLANETARIO

Redactado y publicado por David Arbizu



La ecoansiedad se define como un estado de malestar crónico donde dominan el miedo y la gran preocupación por la crisis climática y ecológica, por todo lo que pueda generar el desequilibrio del medio ambiente, de los ecosistemas, de los hábitats, etc., de forma que se ponga en peligro la subsistencia en el planeta, ya sea la de uno mismo como la de los hijos y/o generaciones futuras. En ocasiones se considera que los términos ecoansiedad y ansiedad climática son sinónimos, pero hay expertos que señalan que la ansiedad climática es una parte de la ecoansiedad, o ansiedad ecológica, y obviamente se centra totalmente en todo lo relacionado con el clima y los eventos catastróficos que se puedan desarrollar. Ni la ecoansiedad ni la ansiedad climática se consideran enfermedades ni desequilibrios mentales o emocionales, aunque sí que se comprende que conllevan síntomas dolorosos y angustiosos. Más bien se considera que son una respuesta racional a todo lo que se está presenciando, experimentando, escuchando por los medios de comunicación, asistiendo al ver la nula respuesta de los gobiernos y el engaño cada vez más claro para no poner en marcha medidas que supondrían restricciones sobre las personas y grupos de poder que dominan el planeta.

Cada vez más, la ecoansiedad y la ansiedad climática son temas centrales de muchos estudios de todo tipo, ya sean de tipo social, medioambientales, climáticos e incluso políticos, porque se constata que hay un incremento constante de personas conscientes de las amenazas a la subsistencia que llegan y van a seguir llegando, y todo ello se va a expresar en movimientos de todo tipo que, tal como presentaré en este artículo, se prevé que conduzcan a conflictos sociales, aumento de regímenes autoritarios y todo tipo de reacciones y enfrentamientos impulsados por el deterioro de la calidad de vida y el peligro incluso de no cubrir lo que podríamos llamar “necesidades mínimas”.


En la imagen superior se observa la frase “No tenemos tiempo” escrita en inglés, y este es el pensamiento dominante en muchas personas de todas las edades. Curiosa y desgraciadamente, muchas personas consideran que de algún modo “el mundo se acaba”, y dependiendo del rango de edad varían entonces las propias perspectivas en cuanto a si lo van a presenciar o no. Esta es una de las razones por las que hay un mayor enfoque en la ecoansiedad sobre personas jóvenes que pueden sentirse especialmente vulnerables e imposibilitadas de generar cualquier acción por un futuro sostenible y saludable. En el año 2021 se publicó un importante estudio-encuesta de ámbito global, ya que se encuestaron a 1.000 niños y jóvenes (de entre 16 y 25 años) de diez países diferentes, sumando un total de 10.000 personas habitantes de países representando a todos los continentes. La encuesta estaba focalizada en el cambio climático y la valoración sobre cómo lo estaban gestionando los gobiernos. Los resultados mostraron que el 59% de los encuestados estaban muy o extremadamente preocupados por el cambio climático. Además, el 50% señaló que sufría emociones negativas, como tristeza, ansiedad, rabia, culpa, impotencia, y más del 45% dijo que estas emociones y pensamientos empeoraban a diario su calidad de vida. También más del 75% contestaron que “el futuro es aterrador”, y el 83% dijo que los seres humanos no han sabido cuidar el planeta. Respecto al trabajo de los gobiernos, la gran mayoría de las respuestas fueron descalificatorias junto con la sensación de sentirse traicionados.
Creo que es muy correcto pensar que si los datos de esta encuesta son como máximo del 2021, ahora, en el 2024, las cifras serían mucho más dramáticas debido a toda la aceleración de la crisis climática planetaria que estamos experimentando, con año tras año superándose las temperaturas globales, marcando nuevos récords de calor, viendo como en el año 2023 ya se sobrepasaron los 1,5ºC de aumento de temperatura desde la Revolución Industrial y que no se ha implementado nada mínimamente consistente y efectivo para detener la degradación de la biosfera, la sexta extinción masiva y el gran desequilibrio climático planetario.


Pero al mismo tiempo existe una especie de respuesta potente y “liberadora”, por decirlo de algún modo, frente a estos resultados, frente a esta realidad aplastante, y es la respuesta de una conciencia colectiva que se acoge a la estrategia del “mejor no saberlo, no aceptarlo o, si es necesario, negarlo y no reconocerlo”. Entonces se ve claramente algo tan impactante como el hecho de que la persona más antisistema que pueda haber podría defender a muerte ese sistema que insulta si se pusiera en peligro su supervivencia o incluso su bienestar. Es más, se puede llegar a utilizar y valorar la ciencia y la tecnología como herramientas milagrosas que seguro que lo solucionarán todo, con la seguridad de un futuro cercano donde alguien pulsará un botón y todo volverá a esa “normalidad” que muchos consideran definida y en realidad nunca ha existido si se analiza desde valores de respeto a toda forma de vida, a la biosfera y al planeta.

Obviamente, todo esto será diferente si se observan personas viviendo en sociedades más capitalistas, más urbanas, más de lo que llamamos “países avanzados”, o personas de países menos desarrollados o de sociedades mayormente basadas en la agricultura y la ganadería, en países con mayor o menor influencia mediática o con mayor o menor acceso a información sobre eventos a nivel global, pero hay una parte innegable que atañe e involucra a todos. Así que, en general, hay mayor o menor “ceguera” dependiendo de cada egocentrismo y de cada permisibilidad de ser manipulado, al igual como ahora parece que todo el mundo haya olvidado cómo la naturaleza, el verde de los árboles, el azul del cielo, la presencia de pájaros, etc. se disparó exponencialmente a los pocos días de permanecer gran parte de la humanidad en sus casas, sin salir a la calle, debido al Covid-19.


Vivimos en un reino de pantallas e imágenes que están continuamente bombardeando informaciones y mensajes perfectamente preparados e incluso falseados, si es necesario, para neutralizar cualquier posible reacción notable que pudiera desestabilizar el programa que impera y que nos ha conducido hasta esta situación de crisis climática y de caída de valores del ser humano. Así lo detalla Paul Hoggett, investigador de políticas sociales y profesor emérito de la Universidad del Oeste de Inglaterra en Bristol: “Casi te encoges de hombros. A medida que la primera realidad (climática) empeora, la respuesta política y cultural se vuelve más perversa”, y también James Hansen, reconocido investigador climático, al referirse a la ignorancia pública: “¿Cuánto tiempo los poderes fácticos pueden salirse con la suya levantando cortinas de humo y pretendiendo que están haciendo algo significativo?”.

En realidad el escenario y la estrategia se muestran sin tapujos ante nuestras narices. No hay más que leer las noticias relacionadas con las reuniones COP (Conferencia de las Partes, por sus siglas en inglés) que realiza la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). La COP28 se celebró en 2023 en Dubái, país productor de petróleo, y la COP29 se celebrará este año, 2024, en Azerbaiyán, otro país productor de petróleo, así que no son de esperar noticias positivas, tal como expone Reinhard Steurer: “Si la industria de los combustibles fósiles puede celebrar el resultado de la COP, no es una buena señal”. Por eso en gran medida se sigue transmitiendo esa idea de normalidad y de que podemos seguir haciendo todo como hasta ahora sin tener en cuenta la contaminación que generamos, el agua que desaprovechamos, el abuso sobre otras personas o pueblos, el estrés y dificultades de supervivencia que acarreamos sobre los otros seres vivos del planeta y sobre los espacios naturales, de muchos de los cuales depende el buen funcionamiento de sistemas y ciclos de la biosfera, de estructuras que son verdaderas reguladoras del clima y absorbedoras de carbono.

También son importantes otros estudios que relacionan la emergencia climática y la condición humana, y son impactantes estas palabras de Paul Hoggett: “Cuando la realidad climática comienza a ponerse dura, uno asegura sus fronteras, asegura sus propias fuentes de alimentos y energía, y deja afuera al resto. Esa es la política del bote salvavidas armado”. Además está comprobado que, en situaciones graves, un aumento del activismo climático comporta una reacción de oposición a esas acciones climáticas debido a que las personas ven cerca la pérdida de recursos y medios de vida, de supervivencia. Todo ello augura un colapso social y la posibilidad de impulsar gobiernos autoritarios, como advierte Paul Hoggett: “En momentos de tanta incertidumbre se puede desatar una verdadera plaga de sentimientos públicos tóxicos que constituyen un sustento eficaz para movimientos políticos como el populismo, el autoritarismo y el totalitarismo”. Por lo tanto, el camino no es muy atractivo mientras los líderes no actúen con mayor conciencia, mientras la masa sea dominada con tanta facilidad y la mayoría de las personas solo apuesten por su propio bienestar sin ser conscientes de que están produciendo y apoyando el agravamiento de la crisis. 

En prácticamente todos los estudios y declaraciones de los expertos se hace referencia a la responsabilidad de los científicos como mensajeros frente a la realidad que no se quiere ver, que se manipula y se niega. Deben multiplicarse las explicaciones sobre las consecuencias de sobrepasar los 1,5ºC de calentamiento global, se debe alertar a las personas para que se preocupen, se debe explicar que no existe ni existirá ninguna normalidad y se requieren medidas impecables e implacables para detener la crisis climática iniciando un verdadero movimiento planetario de reparación de lo degradado y poniendo por delante de todo el respeto y cuidado de todo lo que conforma nuestra biosfera, las condiciones que, si queremos, este planeta puede recuperar y que expresan el gran poder y las maravillosas capacidades de sostener vida que lo caracterizan y hacen tan bello.




Fuentes:

Imágenes:
Imagen pancarta- Imagen de 2730176 en Pixabay
Imagen 2 caras- Imagen de S K en Pixabay
Imagen Home- Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

viernes, 29 de diciembre de 2023

LA SEXTA EXTINCIÓN MASIVA Y EL CAMBIO CLIMÁTICO

Redactado y publicado por David Arbizu


En este planeta, nuestro hogar, no existe ninguna especie prescindible, tanto animal como vegetal, no existe ninguna montaña, llanura, desierto, mar, lago, río, etc., cuya forma, altura o extensión no tenga una razón de ser tal como es, incluida su erosión y cambios que suponen nuevos acondicionamientos del ecosistema y hábitats a los que da forma o cobijo, pues nuestro mundo y nuestra biosfera son dinámicos, la vida es movimiento, y ese dinamismo debería ser equilibrado y evolutivo, sin los desajustes e injerencias artificiales e impropias que provoca el ser humano.

Estamos a finales del año 2023 y se acaba de celebrar la COP28 en Dubái, y aunque algunos medios de comunicación utilizan titulares indicando un avance hacia el final de la era del uso de combustibles fósiles, hay otros que reconocen una vez más el gran fracaso de estas cumbres sobre el cambio climático, la falta de determinación y la falsedad escondida en acuerdos y textos que no imponen ninguna resolución definitiva ni ningún tipo de control, obligatoriedad ni penalización.

Mientras tanto observamos cómo avanza el desequilibrio climático, cómo casi a mitad de diciembre se alcanzan casi los 30ºC en Málaga (España), cómo se agrava la sequía en algunos lugares y se condensan lluvias e inundaciones en otros, cómo se detectan muchas subidas de magma en muchos puntos del planeta, mostrando cómo el desequilibrio de las capas superficiales también tensan y desajustan las capas más internas de este cuerpo planetario que habitamos. De igual modo se acelera la sexta extinción masiva, y aunque aumentan los programas y organizaciones que trabajan con especies con problemas de supervivencia, ya en el año 2019 se contemplaba que había 1 millón de especies animales y vegetales en peligro de extinción.

Al menos toda esta situación está impulsando un enfoque científico más global, planetario, con investigadores que aunque puedan centrarse en un ecosistema concreto, o una especie, son conscientes de que todo está interconectado, de que el mundo vegetal no podría sobrevivir sin el mundo animal y viceversa, así como no se puede sobrevivir sin un suelo, aire y agua que mantengan unas condiciones saludables. Todo esto ha catapultado estudios sobre la relación entre las especies y el cambio climático, porque si se entiende esa conexión entre especies y medio ambiente como el fundamento de una biosfera activa, potente y llena de biodiversidad, también entonces aumenta el interés por ver y demostrar de qué forma las especies aportan la parte que les corresponde a ese equilibrio dinámico que se constituye como sostenedor y facilitador de que la vida prospere en este planeta.


Un estudio muy interesante publicado a principios de este año, y del que ahora algunos medios de comunicación se han vuelto a hacer eco presentándolo de nuevo a finales de noviembre, demuestra cómo el comportamiento y forma de vida de especies o grupos de animales tiene un efecto directo sobre el clima. Este estudio se centró en nueve grupos de animales, y los resultados indican y se focalizan especialmente en su influencia sobre la captura o liberación de CO2 a la atmósfera, creando efectos positivos o negativos sobre el calentamiento global, pero en todo caso revelando la significante influencia de la vida silvestre sobre la cantidad de carbono que se acumula en la atmósfera y también cómo esa vida representa la expresión de ese dinamismo y vínculo de cada acción generando avances en algunos aspectos y retrocesos o pérdidas en otros. Voy a enumerar las especies estudiadas haciendo un breve resumen de lo aportado por este estudio sobre cada una de ellas.

- Ñus: Estos animales, como muchos otros, han pasado por etapas de prosperidad y de adversidad casi siempre relacionadas con el comportamiento humano. A mitad del siglo pasado, el número de estos grandes herbívoros cayó brutalmente debido a la caza furtiva, a enfermedades transmitidas por el ganado y a la pérdida de hábitat, y esto tuvo su impacto en la vegetación, que aumentó notablemente. Si consideramos el efecto de esta situación sobre el cambio climático, se podría pensar que a mayor volumen de vegetación, mayor secuestro de carbono, pero la realidad fue que se multiplicaron los incendios forestales y se liberó gran parte del carbono almacenado en las plantas y el suelo de la sabana. Sin embargo, al recuperarse las poblaciones de estos grandes herbívoros también quedó controlado el crecimiento excesivo de la vegetación, así como los incendios, y hay que añadir que su estiércol enriquece el suelo y facilita que el carbono quede capturado en la tierra. Este es un ejemplo de un hábitat que con el descenso de ñus pasó a ser un emisor de carbono, y con la recuperación de estos animales volvió a ser un sumidero con un alto valor para la reducción de carbono en la atmósfera.

- Peces marinos: Se considera el grupo de especies que puede tener un mayor impacto sobre el ciclo del carbono. Los peces capturan carbono al comer plancton cerca de la superficie y luego lo liberan al hundirse en el fondo marino a través de sus heces. El carbono también queda secuestrado en sus cuerpos, que se hunden en el océano cuando mueren.

- Tiburones: Parte de la dieta de estos grandes depredadores son peces herbívoros, de manera que su presencia restringe los movimientos de peces que comen vegetación marina permitiendo el equilibrio y salud de la vegetación oceánica y el cumplimiento de su función secuestradora de carbono. Al igual que los otros animales, sus heces con carbono capturado también se hunden en el fondo marino.

- Ballenas: Los excrementos de las ballenas son como fertilizantes para el crecimiento del fitoplancton y otras plantas microscópicas que consumen dióxido de carbono, así que sus hábitats y sus vías de comunicación se convierten en zonas muy importantes para extraer el CO2 de la atmósfera. También almacenan mucho carbono en sus cuerpos, que cuando mueren normalmente se hunden en el océano.

- Lobos: Los lobos nos muestran cómo un depredador puede beneficiar o perjudicar el secuestro de carbono dependiendo del ecosistema donde habita y el rol de sus presas, muchas veces herbívoras, en relación con el consumo de vegetación. Por ejemplo, en América del Norte los alces fertilizan el suelo e impulsan el crecimiento de la vegetación con sus heces. Los alces pueden habitar zonas donde el peligro de incendios no es tan grande, y entonces es beneficioso un buen número de herbívoros que no sea excesivamente diezmado por los lobos. Otro ejemplo lo encontramos con otra especie animal abordada por el estudio publicado y que se detalla en el siguiente punto: los bueyes almizcleros.

- Bueyes almizcleros: Viven en el Ártico y son presa habitual de los lobos. Al comer y deambular por sus hábitats, estos bueyes pisotean el suelo helado compactándolo y favoreciendo el mantenimiento del permafrost frente al deshielo. El permafrost es una capa de tierra helada que retiene enormes cantidades de metano y su derretimiento representa un gran peligro en muchos sentidos, como por ejemplo la posibilidad de liberar microbios ancestrales ante los cuales los seres vivos actuales de la Tierra no tenemos las defensas apropiadas ni los avances médicos para combatirlos. Así que los lobos, como depredadores, pueden mantener el equilibrio de un ecosistema, incluso obligando a que grandes herbívoros no desciendan con facilidad a los valles donde encuentran más alimento, algo que permite que siempre haya suficiente vegetación para mantener la firmeza del suelo y que esa vegetación retenga carbono. El problema surge si se alcanza un estrés excesivo sobre los animales, ya sea sobre la especie depredadora como sobre los herbívoros, algo que normalmente sucede debido a actividades humanas como la caza y provocar la pérdida de hábitats, porque también puede implicar un crecimiento excesivo de la vegetación y otras causas como incendios o proliferación excesiva de especies de plantas que pueden crear desajustes fenológicos que acaben afectando también al secuestro de carbono.

- Elefantes: En África, los elefantes destruyen ramas y vegetación al caminar, y esto potencia el crecimiento de árboles más grandes y con ello la capacidad de absorber más carbono. Al mismo tiempo pueden derribar árboles que estén secuestrando carbono, pero esa “limpieza” que realizan facilita que crezcan y se multipliquen mejor otras plantas importantes, como por ejemplo las que comen los ñus, por lo que se considera que realizan una tarea beneficiosa.

- Bisontes americanos: Al igual que los otros grandes herbívoros mencionados, al caminar compactan el suelo y favorecen la dispersión de semillas. También sus heces son fertilizantes y son necesarios para mantener el equilibrio de los ecosistemas y que el estado saludable de la vegetación permita la retención beneficiosa de carbono.

- Nutrias: Las nutrias son otro importante depredador para mantener la vegetación tanto de ríos como de océanos. Las nutrias marinas, en especial, sostienen el equilibrio al cazar animales que pueden diezmar la vegetación. El ejemplo más claro son los erizos de mar, que son destructores de fondos marinos, y si su número no está controlado por sus depredadores pueden liquidar ecosistemas dejándolos prácticamente sin vida vegetal.


Así que podemos observar la relación entre las especies y el secuestro de carbono, tal como señala Oswald Schmitz, colaborador del estudio publicado y profesor de ecología poblacional y comunitaria de la Universidad de Yale (Connecticut-Estados Unidos): “Como muestra la ciencia, la dinámica de la absorción y almacenamiento de carbono cambia fundamentalmente con la presencia o ausencia de animales”. Y aunque los estudios puedan hacerse sobre especies animales o vegetales en particular, también se puede observar la interdependencia que existe entre todos, cómo muchas especies son verdaderos polinizadores, cómo la relación entre depredador y presa puede favorecer o perjudicar a otros seres, al equilibrio y salud de un ecosistema que implique mayor o menor absorción de carbono o liberación o retención de gases de efecto invernadero. Esa es la belleza y complejidad también de la biosfera y la biodiversidad de nuestro planeta, es la armonía natural que impulsa que unas especies crezcan en un lugar pero no en otro, y que al mismo tiempo todas desempeñen un rol imprescindible para todas las demás y para el propio planeta. Por eso el ser humano es tan devastador en muchos aspectos, destruyendo hábitats y especies, contaminándolo todo, favoreciendo el desplazamiento de especies invasoras, dificultando en general ese equilibrio y armonía que es el sustento de todos.

Por lo tanto es fundamental la defensa de la biosfera y de todos los sistemas y ciclos que la configuran, y es fundamental poner en marcha todos los mecanismos necesarios para detener la sexta extinción masiva. Por otro lado, tal como indica Christopher Sandom, experto en reconstrucción y profesor de biología en la Universidad de Sussex (Reino Unido): “Las investigaciones han demostrado que la naturaleza es un conjunto complejo de procesos entrelazados que pueden no dar el resultado esperado”, porque estos estudios y demostraciones de la importancia de la vida animal y vegetal en relación con el cambio climático no deben significar que favorecer programas de defensa del medio ambiente y de especies en peligro sea la solución al cambio climático. El que debe cambiar es el ser humano, el responsable de la crisis planetaria es el ser humano, y así queda expresado claramente en estas palabras de Christopher Sandom: “La reconstrucción no puede verse como una panacea. No debemos simplemente pensar que la naturaleza puede absorber todo el carbono y no adoptar medidas generales para reducir las emisiones provocadas por el hombre”.

 


Fuentes:


Imágenes:
Ñus: Imagen de Antony Trivet en Pixabay

jueves, 30 de noviembre de 2023

EL DESEQUILIBRIO DE LAS ESTACIONES DEBIDO AL CAMBIO CLIMÁTICO

Redactado y publicado por David Arbizu


El término “estación” se refiere a un período de tiempo con una duración superior a un mes en el que se dan unas características concretas, normalmente meteorológicas, que lo diferencian de otros períodos o estaciones a través de los cuales se divide un año. Para muchos habitantes del planeta, el año se divide en cuatro estaciones y sus períodos están marcados principalmente por los dos solsticios y los dos equinoccios anuales, pero hay zonas de la Tierra donde no se establece esa división estacional concreta. Por ejemplo, el calendario hindú contiene seis estaciones, que expresan patrones climáticos como la llegada de los monzones, la congelación y descongelación del hielo, etc. Otra situación distinta se da en las zonas ecuatoriales, entre los dos trópicos, donde normalmente hay 2 estaciones: la húmeda y la seca. También se establecen dos estaciones al hablar de la Antártida y el Polo Norte, y en estos casos se trata de una estación en la que nunca se pone el Sol y otra en la que el Sol nunca sale.

En todos los casos está claro que, a nivel de fechas concretas y de su relación con eventos astronómicos como los solsticios y los equinoccios, el inicio y final de una estación no es algo que señale unas condiciones precisas y determinantes climatológicamente hablando, y que en realidad el planeta nos muestra todo el dinamismo que da forma y sostiene su biosfera, de manera que no se pueden hacer divisiones porque es la propia fuerza de vida de la Tierra la que configura sus condiciones y de ese modo sus ecosistemas y toda su variedad como su forma de expresión biológica, climática y también estelar si consideramos sobre todo la relación vital con el Sol.

El ser humano forma parte de la biosfera, participa de ese dinamismo y se alimenta y existe gracias a la fuerza de vida de la Tierra, pero desgraciadamente, y en especial desde el inicio del Antropoceno, el ser humano está desequilibrando todos los patrones, los ciclos y las formas de vida de este planeta, y esto se está configurando cada vez más como una fuerza devastadora que está destruyendo el planeta, alterando los patrones climáticos y, obviamente, desajustando todos esos períodos de tiempo estacionales que, aunque no sean fijos, sí que forman parte de la dinámica evolutiva, de prosperidad y de supervivencia que requiere la biosfera y cada uno de sus habitantes, porque además del dinamismo existe la conexión, la dependencia, la coexistencia que se basa en el equilibrio que se forja por la interrelación que debe haber entre todos los seres vivos, entre todas las pautas existenciales, donde incluso podríamos hablar de patrones emocionales y mentales, que están vinculadas a unas condiciones climáticas e incluso astronómicas apropiadas, dinámicas dentro de los márgenes que hacen tan especial a este planeta.

El cambio climático es la expresión de la rotura del equilibrio provocada por la acción y comportamiento del ser humano, es la expresión de la sexta extinción masiva, del desencaje de la fuerza sustentadora de vida del planeta. El cambio climático ya ha modificado cualquier estructura establecida a nivel de estaciones, y lo ha hecho en todo el planeta conforme aumenta el calentamiento global, de manera que en general ahora tenemos períodos anuales con temperaturas elevadas cada vez más largos. Por decirlo de otro modo: se prolongan los veranos y se reducen los inviernos. Algunos cálculos científicos señalan que para el año 2100 lo que consideramos verano durará unos seis meses cada año y que el clima invernal durará menos de dos meses. Pero en realidad hay zonas del planeta donde esto ya está pasando, y si a la continua prolongación del clima más cálido le añadimos el desequilibrio que estamos viendo con períodos de tormentas con lluvias torrenciales y períodos de sequía extrema, incluso sobre una misma zona del planeta, lógicamente esto está creando un desorden que afecta a todo el ciclo vital planetario, a cada sistema que lo forma, a cada ecosistema, a cada hábitat.

A pesar de que solo se puede hablar de las estaciones del año teniendo en cuenta el dinamismo de la propia Tierra y su biosfera, muchas especies dependen de esos cambios que determinan diferentes condiciones que son como señales que influyen en los ciclos de vida, en procesos que para muchos seres vivos muchas veces son repetitivos y forman parte del nacimiento, crecimiento, desarrollo y expansión, apareamiento y reproducción, e incluso de la muerte. Entonces, toda modificación estacional extrema, fuera de los márgenes que contempla el buen funcionamiento de la biosfera y cada forma de vida, va a provocar un desajuste fenológico que irá afectando en cascada a todo un hábitat o ecosistema, y finalmente a todo el planeta, porque todo está conectado, todo forma parte de una unidad planetaria como fuerza de vida, como la entidad que es Gaia.

Al igual que hace años que se habla de las especies polinizadoras como imprescindibles para la agricultura, también lo es la estructura que conocemos como estaciones del año. Para mantenerse fértil, el suelo, la tierra, necesita sus períodos de calor, de frío, de humedad, de sequedad. Cualquier desajuste o desincronización se expresa en infertilidad, en falta de oxígeno, en falta de animales que tienen una relación fundamental con el suelo y el subsuelo para mantenerlo sano, y todo ello conduce a propagación de especies invasoras, a propagación de plagas, a la enfermedad de la biosfera. Y aunque parece más fácil hablar de la litosfera, sucede de igual modo en la atmósfera y en la hidrosfera, donde también se requiere su buen estado, su equilibrio desde sistemas y ciclos hasta la dependencia y conexión entre especies, porque obviamente litosfera, hidrosfera y atmósfera están conectadas y forman parte de un sistema global planetario. Y el ser humano no parece ser consciente de que pertenece a ese engranaje, de que por mucho que abuse de él hay una parte que no la puede controlar, de que la tecnología climática, como la siembra de nubes, acabará creando todavía mayores desequilibrios y eventos catastróficos.  

Ahora ya estamos viendo algunas consecuencias negativas al saber que se pierden cosechas debido al cambio climático, al ver cómo algunos vegetales son más pequeños de lo habitual porque a la planta le falta fuerza, le faltan vitaminas y humedad que normalmente obtiene de la tierra, del aire, del agua, y entonces de pronto los precios de algunos alimentos básicos se ponen por las nubes y seguramente en un futuro cercano empezarán a escasear severamente. Y todo esto habitando en lo que se llaman “países desarrollados”, porque en países más pobres y con una mayoría de la población con falta de recursos, las condiciones climáticas normalmente son más severas y se complica la supervivencia forzando desplazamientos y lo que llamamos “refugiados climáticos”, además de alcanzar enormes tasas de hambruna de gran parte de la población que no puede permitirse migrar.

Algunos científicos e investigadores son conscientes de todo esto, e indican y enfocan sus estudios en cómo las alteraciones de las estaciones aceleran el cambio climático creando más situaciones adversas. Un buen ejemplo nos lo muestra el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF, por sus siglas en catalán). Estos investigadores han publicado un artículo en la revista Science mostrando los efectos que provoca el hecho de que los árboles de hoja caduca tarden más en perder sus hojas debido a que el otoño empieza cada vez más tarde. Una de las conclusiones interesantes que presenta el artículo es que estos árboles secuestran más CO2 de la atmósfera al mantener más tiempo sus hojas, algo en principio beneficioso. Pero cuando las plantas captan CO2 también expulsan agua en forma de vapor, así que requieren un nivel óptimo de humedad en el suelo para mantener este mecanismo fotosintético. Cuando hay humedad en el suelo y se genera la fotosíntesis se pueden formar nubes y facilitar que haya precipitaciones, pero cuando el suelo está seco y existe una sequía severa, tal como está sucediendo en algunas regiones del Mediterráneo, la prolongación de la actividad de estos árboles seca todavía más el suelo, crea un estrés en la vegetación e influye en el aumento de las temperaturas. Estudios como este, y como los que también se realizan en zonas del planeta donde están cambiando las estaciones que están ajustadas a la llegada de los necesarios monzones, facilitan que aumente la conciencia sobre el cambio climático y todos los peligros que conlleva, y deben ser una fuerza que impulse nuevas políticas, nuevos estudios, nuevas estrategias enfocadas en las acciones necesarias para detener todo lo que penosamente está definiendo el Antropoceno.

Hoy, jueves 30 de noviembre de 2023, empieza la COP 28, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. El lema de este año es: “Unir. Actuar. Cumplir”. Hasta el 12 diciembre estarán reunidas en Dubái más de 70.000 personas, y se espera que este año se llegue a acuerdos que realmente se implementen. Tras 28 años celebrándose, desgraciadamente los logros y acuerdos siempre han sido mínimos y ha sido vergonzoso ver cómo cada año se llegaba a las fechas finales de la conferencia sin ningún tipo de acuerdo, con cada país velando solamente por sus intereses económicos y dejando pasar un año más sin ni siquiera implementar lo mínimo acordado. Esperemos que este año sea realmente positivo y empiece la restauración de lo destruido y contaminado deteniendo toda acción devastadora, y que veamos los ciclos de vida de este planeta en plenitud acordados al dinamismo de unas estaciones que definan una elevada salud de su biosfera, de toda su fuerza de vida.  

 




Fuentes:

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Árbol: Imagen de gastoninaui en Pixabay

sábado, 23 de septiembre de 2023

RELACIÓN ENTRE EL CALENTAMIENTO GLOBAL Y EL TAMAÑO Y FORMA DE LOS SERES VIVOS

 Redactado y publicado por David Arbizu


El desequilibrio climático que estamos observando en la Tierra cada vez da más muestras de su realidad a través de eventos que afectan de diversas formas al ser humano, ya sea por graves sequías como por tormentas con enormes lluvias, terremotos o mareas que se adentran e inundan zonas habitadas que eran consideradas seguras e inalcanzables por mares y océanos. Todo ello va dando forma y definiendo la era actual que llamamos Antropoceno, un nombre ya plenamente aceptado, al igual que lo es el hecho de que nos encontramos ante la sexta extinción masiva.

Una de las características del Antropoceno es la colonización de casi todo el planeta por parte del ser humano, junto con un sistema plenamente enfocado en obtener ganancias materiales a toda costa. Los avances científicos y tecnológicos han permitido desarrollar técnicas aplicadas a la caza, a la pesca, a la agricultura y a la ganadería con las que se obtienen grandes rendimientos, pero a cambio de destrucción de hábitats y ecosistemas junto con una incontrolable y mortal contaminación de la biosfera, de todo el planeta. De hecho, es difícil imaginar que haya una sola zona prístina donde no hayan llegado microplásticos, donde no se pueda encontrar la huella radiactiva de pruebas y accidentes nucleares, donde no se hayan hecho estudios para deforestar o construir minas, empresas de fracking, o simplemente crear complejos turísticos de gran rendimiento.

Todas estas condiciones afectan a todos los seres vivos de muy diversas formas, y uno de estos cambios son las modificaciones en cuanto al tamaño corporal, algo que principalmente se relaciona con el aumento de las temperaturas. Últimamente se han publicado varios estudios relacionados con este tema, especialmente focalizados en aves y peces, y comparando los resultados se concluye que de momento no existe una teoría común que determine si el tamaño de las especies aumenta o disminuye conforme aumentan las temperaturas. Lo que sí queda claro y ampliamente aceptado es que se producen transformaciones físicas como respuesta tanto al calentamiento global como al de las zonas habitadas en particular, y que todo conduce a desajustes que provocan cambios en las especies para neutralizar los desequilibrios, e incluso las posibles extinciones, en busca de una nueva homeostasis que permita su supervivencia y la de sus hábitats, demostrando cómo la salud de un lugar, de un ecosistema, está definida y sostenida por todas las formas de vida que contiene, que le dan características y condiciones propias y contribuyen a su salud y equilibrio vital.


Siempre ha habido biólogos y científicos que han enfocado sus estudios en los efectos del medio ambiente y el clima sobre los animales. En el siglo XIX se desarrollaron dos reglas a partir de los trabajos y observaciones de un biólogo y un zoólogo. Una de ellas es la “Regla de Bergmann”, que fue expuesta por el biólogo alemán Carl Bergmann y concluye que los individuos de una misma especie, o subespecie, de animales homeotermos, que normalmente conocemos como de sangre caliente, tendrán mayor tamaño cuanto más frío sea el clima de su hábitat. Esta regla se basa en la relación entre la superficie corporal y la masa del cuerpo, estableciendo que los animales grandes tienen menor área de superficie en proporción a su masa corporal y pierden menos calor que un animal pequeño, donde la proporción expresa mayor área de superficie y mayor pérdida de calor corporal. La otra regla es la “Regla Allen”, postulada por el zoólogo estadounidense Joel Allen, en la que establece que los animales homeotermos desarrollan sus cuerpos de forma distinta dependiendo de si viven en climas fríos o cálidos. Cuando estas especies viven en hábitats fríos, sus apéndices (orejas, orificios nasales, patas, manos) tienden a ser más pequeños para conservar el calor corporal, mientras que los apéndices de las especies de hábitats cálidos son más grandes para poder liberar el exceso de calor.

Aunque estas reglas puedan ser ampliamente acertadas, desde que se formularon hasta el momento actual la situación del planeta ha cambiado mucho y obviamente a peor. Los últimos estudios realizados no solo contemplan el aumento de las temperaturas, también tienen que tener en cuenta la contaminación y degradación de la atmósfera, de las aguas, del suelo. Todo ello afecta la salud de todas las especies, empezando por las del reino vegetal como fuerte fundamento de toda cadena alimenticia. Se podría decir que una alimentación desde la que se ingieren menos nutrientes, vitaminas, etc., también es un factor destacado que contribuirá a un menor desarrollo de los animales y plantas. También las variaciones en la duración de las estaciones es un factor decisivo, porque el reloj biológico de la mayoría de las especies está sincronizado con las estaciones del año, y cualquier cambio es negativo para sus procesos evolutivos, de reproducción, incluso de supervivencia. Todos estos cambios alteran el equilibrio de la biosfera y de cada hábitat, y aunque a primera vista pueda parecer que algunas especies se benefician de ellos mientras que otras se ven perjudicadas, la realidad es que muchos científicos lo ven como algo alarmante por los desajustes fenológicos que se crean y porque no se detienen las extinciones de especies.

A finales del año pasado se publicó un estudio de la Universidad de California (UCLA, por sus siglas en inglés) realizado sobre el tamaño de las aves migratorias. Se ha constatado que han reducido su tamaño como respuesta al aumento de las temperaturas, para poder disipar el calor con mayor facilidad. En cambio, también se observó que las alas no se hacen más pequeñas sino que cogen mayor proporción respecto a los cuerpos, ya que las aves no usan las alas para disipar el calor.

Otro estudio publicado en mayo de este año, 2023, ha mostrado que algunas especies de peces crecen más rápido a medida que sus hábitats se vuelven más cálidos, pero también aumentan las tasas de mortalidad, de manera que aumenta el número de peces jóvenes que rápidamente han alcanzado un mayor tamaño, pero como peces adultos su tamaño puede ser inferior al esperado y afrontar mayor mortandad.

Uno de los últimos estudios publicados es el realizado por la Universidad de St. Andrews, y demuestra que muchas especies están disminuyendo su tamaño corporal y que las especies más grandes están siendo reemplazadas por especies más pequeñas. El estudio transmite que las especies de gran tamaño están continuamente más amenazadas por las difíciles condiciones que se producen en sus hábitats, y entran con mayor rapidez en un estado de estrés y procesos que conllevan gran disminución de individuos o extinción. Tal como señala la profesora María Dornelas, autora principal del estudio: “Creemos que esto sugiere que, cuando los organismos grandes desaparecen, otros intentan ocupar su lugar y consumir los recursos que quedan disponibles”, y añade: “Está claro que el reemplazo generalizado de especies que vemos en todo el mundo está teniendo consecuencias mensurables. El hecho de que los organismos se vuelvan más pequeños tiene efectos importantes ya que el tamaño de los animales media su contribución al funcionamiento de los ecosistemas y cómo los humanos se benefician de ellos”. Estas declaraciones nos muestran cómo todo está interconectado, cómo todas las formas de vida crean las condiciones de un ecosistema, cómo se intentan equilibrar las pérdidas y mantener la actividad vital de un lugar y su biomasa. Se puede afirmar que los ecosistemas buscan continuamente la homeostasis frente a todos los cambios de la vida que contienen, frente a todos los eventos climáticos que los afecten, y esto se puede observar a pequeña y gran escala, incluso a nivel planetario.

Es muy interesante ver todos estos cambios, estos reajustes y modificaciones en busca de la estabilidad y la supervivencia mientras existe esa relación directa y vital entre todas las formas de vida de un lugar, donde también se tiene que contar con sus ríos, su atmósfera, la salud del suelo, pero tal como indica Sara Ryding, investigadora de la Universidad de Deakin (Australia) y una de las autoras de un estudio que alerta sobre las incipientes transformaciones detectadas: “Este fenómeno no debe verse como algo positivo, sino como algo alarmante. No sabemos si estos cambios fisiológicos en muchas especies realmente están contribuyendo a su supervivencia. Muchas no sobrevivirán, y en el caso de las que lo consigan, no podemos saber aún si las transformaciones que experimentan son realmente o no beneficiosas, no solo para esas especies, sino para los hábitats y los demás seres que los cohabitan”. Esto es así por toda la complejidad que han alcanzado hábitats y ecosistemas durante la enorme cantidad de tiempo en la que se han formado, una complejidad bien estructurada que ahora se deteriora y sucumbe con una rapidez excesiva, con una crisis climática, calentamiento global y cambios bruscos y acelerados de patrones climáticos que no permiten una adaptación apropiada, que hacen temer que signifique simplemente que algunas extinciones tarden más en suceder, así como el colapso de ecosistemas y de partes de la biosfera.

De algún modo, lo que se está viendo son adaptaciones forzadas para sobrevivir en un entorno cada vez más inhabitable para todos y cuya degradación es demasiado rápida. Todo estos trastornos afectan a todo lo que compone la naturaleza, el medio ambiente, los sistemas que son verdaderos flujos de vida y de prosperidad, como es el caso de los ríos, que sufren una gran degradación y se están calentando y perdiendo más oxígeno que los océanos. Esta pérdida de oxígeno sería comparable a las zonas muertas de los océanos, suponiendo la extinción de muchas especies que no pueden cambiar de lugar, amenazando la diversidad acuática y la de todos los seres que dependen de ese flujo de agua y de vida como parte esencial de la cadena alimenticia, además de la degradación de la calidad del agua hasta una toxicidad extrema.


La imagen superior corresponde a una piscifactoría de Loch Ainort, en Escocia, y sirve de ejemplo para expresar cómo el ser humano provoca también cambios directos en los ecosistemas con sus actividades, que ahora son mucho más perjudiciales debido al cambio climático, en este caso al calentamiento de los océanos. En muchos casos, este tipo de invasiones provocan la degradación de las especies enjauladas y también la de la misma especie que sigue libre en su hábitat natural. Por ejemplo, en las piscifactorías de Escocia está habiendo una enorme plaga de piojos de mar e invasión de medusas, y tal como indica Lex Rigby, jefe de investigaciones de la organización inglesa Vegetarian’s International Voice for Animals (VIVA!): “La intensificación de la piscicultura como “solución” a la sobrepesca ha creado un caldo de cultivo para enfermedades en las que el salmón sufre terriblemente”.

A pesar de todo, los ecosistemas y la biosfera muestran grandes capacidades de adaptación y de intentar realizar ajustes lo más rápido posible. Creo que muchos hemos sido testigos de cómo casi instantáneamente los árboles y las plantas se vuelven más verdes y exuberantes cuando llueve después de semanas o meses de sequía. De igual modo, los ecosistemas responden a los cambios, reajustan su pulso, su respiración como una entidad viva. El pasado mes de julio, investigadores de la Academia de Ciencias de China publicaron un estudio sobre la respiración de los ecosistemas, considerada como la suma de la respiración de todos los organismos vivos que lo habitan, teniendo en cuenta la fotosíntesis de las plantas y la respiración celular de los animales. En el estudio se habla de cómo la respiración del ecosistema está basada y ajustada a la temperatura habitual de la zona en la que se encuentra, una temperatura llamada “óptimo térmico”, y que incluso se va reajustando a las variaciones de subida y bajada de la temperatura. Aunque el estudio reconoce la complejidad de analizar estos reajustes a los cambios de temperatura, sí que afirma que de algún modo los ecosistemas se modifican y autogestionan para que su óptimo térmico pueda ser más elevado conforme aumenta el calentamiento global.

Así que todos los seres vivos, los ecosistemas, la biosfera, la propia Tierra, nos muestran su capacidad de gestión de la crisis planetaria, algo muy importante porque no hablamos solo de adaptación y sostenimiento de formas de vida, sino también de todo lo que representa para el equilibrio climático, que también depende de esa respiración que tiene la biosfera como suma de ecosistemas, y para la retención de gases de efecto invernadero evitando que lleguen a la atmósfera. Y dentro de toda esa respiración también está la nuestra, respiramos gracias a que somos parte de todo ello, así que tenemos que empezar a actuar con esa conciencia. 





Fuentes:


Imágenes:
Imagen piscifactoría: Richard Dorrell /  Piscifactoría de Loch Ainort  / CC BY-SA 2.0

sábado, 29 de julio de 2023

LA MINERÍA SUBMARINA: UNA GRAN AMENAZA PARA EL OCÉANO Y PARA EL PLANETA

Redactado y publicado por David Arbizu 


Los océanos ocupan el 71% de la superficie de nuestro planeta, un espacio enorme y al mismo tiempo vital para la vida, para sostener y generar las condiciones que definen una biosfera tan especial y repleta de biodiversidad. Por desgracia, sabemos que esa enorme superficie de agua, que en realidad es un solo cuerpo porque es el ser humano el que lo ha dividido y nombrado según su parecer, está cada vez más contaminada y negativamente alterada por todo tipo de actividades humanas donde reina la falta de respeto junto con un abuso que está conduciendo a la multiplicación de zonas muertas y la aceleración de la sexta extinción masiva, donde también hay que tener en cuenta que el océano, como entidad, también se está muriendo.

Todos podríamos enumerar actividades humanas perjudiciales, desde la pesca de arrastre hasta los vertidos contaminantes de todo tipo junto con la destrucción de manglares y costas imprescindibles para la salud y equilibrio oceánico y planetario. Algunas de las actividades más impactantes y destructivas, tanto en la superficie terrestre como oceánica, son las que están relacionadas con la extracción de materiales. Hasta el momento, en el océano estas actividades estaban centradas en la extracción de gas y petróleo a través de las plataformas que perforan el lecho marino, y ha habido muchos accidentes, como el de la plataforma Deepwater Horizon en el Golfo de México, que han provocado devastación y contaminaciones de tal envergadura que en realidad se desconoce si algunas zonas llegarán a recuperarse.

La primera plataforma petrolífera se instaló en 1846 en el Mar Caspio, en aguas de Azerbayán, y pocos años después también se construyeron plataformas en el Gran Lago Saint Marys, en Ohio (Estados Unidos), que luego fueron trasladadas al Canal de Santa Bárbara (California), en aguas del océano Pacífico. Todo esto ya señalaba un enfoque de negocio hacia el océano y el inicio de investigaciones para analizar qué se podía extraer de él, y en 1873 se descubrió que en algunas partes del fondo marino se forman nódulos polimetálicos, que contienen manganeso, níquel, cobalto y cobre. Años más tarde, en 1948, se descubrieron los sulfuros polimetálicos, que pueden contener cobre, plomo, zinc, oro y plata, además de otros minerales. Los depósitos de sulfuros polimetálicos se forman a lo largo de los límites submarinos de las placas tectónicas, ya que se originan a partir de los fluidos hidrotermales relacionados con la emisión de materiales internos, subterráneos, junto con la actividad volcánica submarina, por lo tanto hablamos de depósitos que se encuentran a partir de los 1.400 metros de profundidad. Toda esta actividad también forma relieves y montes submarinos donde se encuentran costras de ferromanganeso que contienen cobalto, titanio, níquel, platino, molibdeno, telurio, cerio y otros elementos muy atractivos para la denominada “minería submarina” o “minería de aguas profundas”. Ahora se sabe que desde la minería submarina se podría tener acceso al 96 % del cobalto, al 84 % del níquel, al 79 % del manganeso y al 35 % del cobre del total de las reservas estimadas en el planeta.


Toda esta riqueza y potencial ha generado la preparación de negocios y actividades de exploración por parte de grandes empresas mineras y estados, todo ello con vistas a poder iniciar extracciones a gran escala. Los estados que limitan con mares y océanos tienen derechos soberanos sobre sus aguas territoriales, incluso esos derechos pueden llegar a lo que se llama la “Plataforma Continental”, que es una franja que en algunos casos se encuentra a más de 550 kilómetros de la costa. Por suerte, esos derechos dejan de existir en aguas internacionales, donde se encuentran zonas de alto interés para las compañías mineras.

Conforme el océano se iba convirtiendo en una gran zona a explotar comercialmente, también se impulsó la necesidad de protegerlo y legislar y limitar toda actividad realizada en los fondos marinos. En la década de los años ochenta del siglo pasado, la mayoría de países del mundo, a excepción de Estados Unidos, firmaron la “Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar” y crearon la Autoridad Internacional de Fondos Marinos (ISA, por sus siglas en inglés), con la misión de proteger los fondos marinos y al mismo tiempo organizar su explotación comercial, algo que ahora mismo se podría tachar como mínimo de incoherente e imposible.

Una de las principales misiones de la ISA era elaborar la legislación para controlar y limitar el impacto de las actividades mineras, aunque en el momento de su creación todavía no existía la industria minera de fondos marinos, que ahora sí que se ha potenciado y exige empezar las explotaciones. De momento la ISA no ha conseguido desarrollar esa legislación porque las personas encargadas de hacerlo, como representantes de diversos países, no se ponen de acuerdo. Tal como indica Pradeep Singh, experto oceanográfico: “Una de las cosas que realmente no hemos debatido y acordado en la ISA es qué niveles de daño se consideran aceptables y qué niveles de daño no son aceptables. Ni siquiera nos hemos acercado a estar de acuerdo en esto todavía. Así que va a llevar mucho tiempo”. Desde la fundación de la ISA, la minería a gran escala está prohibida, pero sí que se han concedido permisos de exploración al menos a 22 empresas y gobiernos, así que se están realizando exploraciones en amplias zonas del Atlántico, Pacífico e Índico, y estas empresas y gobiernos pueden reservar las zonas exploradas para su posterior explotación comercial, algo que implica una gran presión porque van a querer rentabilizar todo lo invertido.

Curiosamente, el pasado 9 de julio (2023) era la fecha tope para que la ISA publicara la legislación reguladora de la minería en aguas profundas, pero tal como he señalado en el párrafo anterior, esto no se cumplió. Entre 15 y 20 países miembros han pedido una moratoria para desarrollar las normativas, pero son unos pocos respecto a los 167 estados miembros totales. Además, dentro del tratado sobre la prohibición de la minería submarina hay una sección, conocida como “párrafo 15”, que establece que si cualquier país miembro notifica formalmente a la Autoridad de los Fondos Marinos que quiere iniciar la minería marina en aguas internacionales, la organización tendrá dos años para adoptar una normativa completa, de lo contrario ese plan de explotación presentado quedará provisionalmente aprobado. Y el pasado 9 de julio hizo 2 años que un representante del gobierno de Nauru, un pequeño país de Micronesia, notificó formalmente a la ISA su plan para iniciar la extracción de minerales del fondo marino, así que legalmente podría quedar aprobado su plan de explotación. Después de esa notificación de hace 2 años, esta nación se asoció con la empresa canadiense The Metals Company, que ya ha realizado actividades de exploración y está preparada para la explotación. Así que: “hecha la ley, hecha la trampa”, aunque en este caso ni siquiera está hecha la ley todavía, y también es curiosa la pequeñísima diferencia de solo una letra entre las palabras “exploración” y “explotación”.

El continuo avance tecnológico significa mayor poder, mayores capacidades, mayor alcance. De hecho, cada vez se está pescando a mayor profundidad, cada vez se está perforando a mayor profundidad y se pueden realizar exploraciones en fosas marinas con las que hasta ahora no se contaba. Algunas empresas, como The Metals Company, ya han realizado muchas pruebas piloto y están preparadas para empezar la explotación. Las empresas explican que se requieren estos minerales para la expansión definitiva de las energías y tecnologías verdes y renovables, y que las nuevas tecnologías también permiten encontrar métodos menos invasivos y peligrosos, pero solo con observar ligeramente los métodos de extracción uno ya puede discernir todo lo que van a significar, toda la destrucción y muerte que van a provocar. Por algo países como Alemania, Chile, España y algunas naciones insulares del Pacífico están apoyando a organizaciones ecologistas y de defensa del océano para pedir un aplazamiento temporal de esta minería. También algunos bancos han declarado que no concederán préstamos a empresas mineras, e importantes empresas, como BMW, Microsoft, Google, Volvo y Volkswagen, han notificado abiertamente que no comprarán metales extraídos de fondos marinos hasta que no exista una seria evaluación de su impacto ambiental. Todo ello forma parte de una presión con la que se ha logrado que el pasado 21 de julio las naciones miembros de la ISA (Autoridad Internacional de los Fondos Marinos) acordaran una hoja de ruta de dos años para desarrollar y concluir la legislación y regulaciones de la minería submarina, pero desde las organizaciones ecologistas hay el temor de que igualmente se puedan aceptar planes de explotación.

Extracción con bomba hidráulica

En el caso de los nódulos polimetálicos, estos se hayan en una capa delgada superior del lecho marino, una capa de solo 10 centímetros de espesor, así que se requerirá arrasar con miles y miles de kilómetros de fondo marino para extraer los minerales, y sucede lo mismo con las costras de ferromanganeso que se hayan en montes submarinos, que deberán ser diezmados para recolectar la fina capa donde están los minerales. La extracción se realiza utilizando bombas hidráulicas o sistemas de cubos que suben el material a la superficie para que sea procesado en barcos o plataformas, y una vez extraídos los minerales se devuelve el material restante al océano. Todas estas operaciones implican grandes alteraciones, contaminación y toxicidad tanto del fondo como de la propia agua, ya que se pueden crear capas de partículas de desechos flotantes, que incluso pueden ser radiactivos, afectando a muchos seres, incluso impidiendo el paso de la luz solar a través del agua. Todo ello implica muerte de seres que viven en esas zonas, alteración de la cadena alimenticia, destrucción de ecosistemas, posible colapso de corrientes oceánicas, etc. Además, las máquinas que se muevan por el fondo marino destruirán corales y muchas especies vitales para la salud del área y de todo el océano. Todo el proceso de explotación conlleva ruido y luminosidad afectando especialmente zonas muy silenciosas y oscuras, y ese ruido también afectará a muchos animales marinos que requieren la frecuencia limpia e inalterable de las aguas para orientarse, para alimentarse, para reproducirse, incluso hay animales que utilizan la bioluminiscencia para comunicarse, cazar, etc. Y hay que tener presente que estamos hablando de actividades mineras masivas, tanto a nivel de extracción como de vertido del “sobrante”, de lo que ya no interesa, sin tener en cuenta toda la destrucción que se va a provocar.

También hay que considerar que todo ello provocará la liberación de grandes cantidades de carbono que está atrapado en el fondo marino. De hecho, recientemente se ha demostrado que debido a la pesca de arrastre se libera anualmente tanto dióxido de carbono como el que emite la aviación mundial. Por lo tanto, estamos ante una situación extremadamente peligrosa para el océano y para el planeta, y el ser humano va a invadir zonas oceánicas que en realidad desconoce, que todavía no se han valorado correctamente a nivel científico, zonas en las que su equilibrio y salud pueden ser verdaderos puntos cruciales para que la crisis climática no se acelere todavía más. Y científicamente sí que se sabe que el océano, además del dióxido de carbono, absorbe gran parte del exceso de calor, que muchos patrones climáticos dependen del estado y condiciones del océano, que sin el océano no puede existir la vida. Tal como advierte Diva Amon, una científica marina que incluso ha trabajado como contratista de una de las empresas de minería marina: “Esto tiene el potencial de transformar los océanos, y no para mejor. Podríamos llegar a perder partes del planeta y especies que viven allí antes de que las conozcamos, las entendamos y las valoremos”.





Fuentes: 
Gráfico de extracción minera - G.Mannaerts, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=120579344