viernes, 23 de junio de 2023

IMPACTOS GLOBALES DEL DESHIELO EN LA ANTÁRTIDA

Redactado y publicado por David Arbizu


Actualmente, conforme avanza el cambio climático y se observa el desequilibrio de los patrones climáticos afectando de diversas formas muchas zonas del planeta, son cada vez más los estudios científicos que se desarrollan bajo la convicción de que todo está interconectado, de que vivimos en una biosfera que se rige bajo sistemas y ciclos globales, aunque cada uno de ellos pueda tener partes de su engranaje centradas en zonas concretas del planeta. Los medios de comunicación también están ayudando a transmitir esta idea de globalidad, de que un patrón climático que pueda evolucionar en un área específica puede tener una influencia sobre la meteorología de cualquier otra zona. Por ejemplo, ya hace meses que se publican artículos sobre la formación del patrón climático de El Niño en el Pacífico ecuatorial, y existe un mayor conocimiento a nivel público de que este es un patrón de calor, frente a La Niña que es de frío, que ambos son patrones que tienen que ver con los vientos alisios planetarios y las aguas del Pacífico central, y que afectan de una u otra forma a todos los continentes y océanos.

Esta visión más real, más holística de la Tierra como un cuerpo planetario complejo que está desajustado por la actividad humana, tiene sus efectos positivos en la comunidad científica en general, de forma que hay una mayor apertura a poner en marcha estudios que parten de contemplar posibilidades y realidades del funcionamiento del planeta que antes no eran concebidos. Si hablamos de los polos del planeta, ahora hay una mayor atención en el Polo Sur de la que había hasta hace algunos años, cuando parecía como si el polo magnético solo se estuviera desplazando en el Polo Norte o incluso se hablaba de la inversión de los polos pero solo enfocándose en el Ártico, prestando muy poca atención a la Antártida, cuando, de hecho, la Antártida es el depósito de hielo más grande del mundo. También durante mucho tiempo todo el problema del deshielo se estuvo focalizando en Groenlandia y el océano Ártico, hasta que se observó la rotura de plataformas y el debilitamiento de los grandes glaciares de la Antártida, cómo se formó algún iceberg tan enorme que sus movimientos fueron seguidos por bastantes medios de comunicación y se empezó a hablar de que el derretimiento de alguno de esos glaciares tan imponentes podía provocar una importante subida del nivel del mar a nivel global. El ejemplo más contundente es el del glaciar Thwaites, al que también han llamado “glaciar del fin del mundo” porque su derretimiento, sumado al deshielo que provocaría en las capas heladas circundantes, generaría una subida del nivel del mar que podría llegar a los 3 metros.

Plataforma de hielo en la Antártida 

Las últimas investigaciones sobre el deshielo de la Antártida muestran ese nivel de impacto global, y uno de sus principales y más preocupantes efectos es la alteración del cinturón transportador oceánico o circulación termohalina. Siempre se ha pensado que el debilitamiento o incluso colapso de este cinturón oceánico se produciría debido a las condiciones producidas por el deshielo en el Atlántico Norte, algo que es lo que sucede en la película “El Día de Mañana”, donde empieza una importante y rápida glaciación que afecta gran parte del hemisferio norte. La circulación termohalina se mueve por todos los océanos del planeta. Esta circulación tiene dos puntos cruciales e impulsores que son el Atlántico Norte, a la altura de Groenlandia e Islandia y el principio del océano Ártico, y también la Antártida. En ambos lugares, enormes cantidades de agua se hunden a causa del enfriamiento del agua y el aumento de su índice de salinidad y activan todo un cinturón global, formado también por otras corrientes de menor envergadura, que cumple con funciones vitales para la salud de la biosfera planetaria, de todas las formas de vida de la Tierra.


En la imagen podemos observar el cinturón transportador oceánico con los dos puntos a los que me refiero señalados como “Deep Water Formation”, y cómo las corrientes frías surcan parte del planeta por el fondo de los océanos para volver a emerger mientras se calientan y pierden salinidad y también se van aligerando de todo el transporte de nutrientes extremadamente vital que esta circulación va moviendo y que es el alimento de muchas zonas, ecosistemas y hábitats de todo el planeta, teniendo en cuenta que, tal como he indicado, muchas otras corrientes más pequeñas y locales dependen de este impulso mayor que reciben al formar parte de este gran cinturón que en realidad conecta con todos los flujos y movimientos acuáticos oceánicos, pues en realidad podríamos hablar de un solo océano terrestre.

En la Antártida se hunden anualmente unos 250 billones de toneladas de agua salada, que se distribuye por el fondo del océano hacia los océanos Pacífico, Atlántico e Índico, y se considera que una cantidad similar es la que anualmente se hunde en el Atlántico Norte. Algunos cálculos determinan que el agua tarda unos mil años en completar el recorrido de todo el cinturón, también se cree que hace miles de años que existe esta enorme corriente en la Tierra y hay una total certeza de que el equilibrio de los patrones climáticos del planeta depende de su correcto funcionamiento. El agua que se hunde en el fondo del océano Austral y rodea la Antártida se conoce como “Agua del Fondo Antártico” (AABW, por sus siglas en inglés). Se considera el agua de fondo más fría y densa de todos los océanos. Es un agua con un alto contenido de oxígeno, se considera que es como un pulmón bombeando oxígeno, carbono y nutrientes a todos los océanos.

Un estudio de la Universidad de Berna publicado el pasado mes de abril concluía que al final de la última glaciación (hace unos 15.000 años) no se produjo un gran debilitamiento o colapso de la circulación termohalina en el Atlántico Norte tal como se pensaba, de manera que en ese punto la circulación es menos propensa a llegar a un punto de inflexión, de interrupción, de lo que hasta ahora se creía. Sin embargo, fundamentada en un estudio publicado el pasado mes de marzo, ahora coge mayor fuerza la predicción de que el temido colapso sí podría suceder en la Antártida, donde, según este estudio, para el año 2050 habría una disminución del 42% de formación de aguas profundas, algo que sería un indicador claro de un posible colapso del cinturón transportador oceánico para finales de siglo. Obviamente, este colapso también estaría impulsado por toda la situación provocada por el calentamiento global y el deshielo en el Atlántico Norte, donde se calcula que para el año 2050 la disminución de formación de aguas profundas sería del 19%. Si todo esto sucede, el colapso de la formación de aguas profundas, directamente relacionado con la circulación termohalina, se mantendría durante siglos, prácticamente hasta que se detuviera el derretimiento en la Antártida.

Estos porcentajes son sorprendentes y preocupantes. Conforme se acentúe la desaceleración de la circulación termohalina aumentarán los eventos climáticos, se alterará el equilibrio de calor, agua dulce y salada, oxígeno y carbono en todos los océanos, en el océano global. De hecho, ya hay importantes disminuciones de oxígeno en las aguas profundas de la Antártida, algo que altera determinantemente la salud del propio océano y su capacidad de fuente de vida. Otra característica importante de las aguas profundas que se va perdiendo es su facultad de almacenar dióxido de carbono manteniéndolo alejado de la superficie. Se calcula que, a nivel global, los océanos capturan una cuarta parte de las emisiones de dióxido de carbono que genera la humanidad.

Algo que preocupa particularmente a muchos ecologistas marinos es el colapso del ciclo de nutrientes. Este ciclo también afecta a todos los océanos de diversas formas y bajo diversas corrientes frías y calientes, profundas y superficiales, que están interconectadas y dependen unas de las otras. Básicamente, los nutrientes llegan a las aguas profundas conforme mueren las criaturas marinas, y el cinturón transportador oceánico los desplaza alcanzando de nuevo la superficie gracias a sus corrientes. Si se agrava el debilitamiento del cinturón, disminuirá esa llegada de nutrientes y peligrará el equilibrio de muchos ecosistemas y formas de vida, acelerando todavía más los desplazamientos de especies hacia lugares externos a sus hábitats, creando desajustes fenológicos y acelerando la sexta extinción masiva. Además, la retención de nutrientes en una zona provocará una gran acumulación, algo que igualmente sería muy perjudicial, porque todo en la biosfera está configurado para que se mantengan los ciclos y sistemas que sustentan la vida, y cualquier deterioro importante de uno de sus componentes tiene causas dramáticas.


En la imagen superior se observa el glaciar Thwaites, algunas de las plataformas que lo ayudan a sostenerse, cómo hay una gran zona donde en su capa superficial ya se observan irregularidades y agujeros (Mélange) debido a la pérdida de compacidad del hielo. También se observa toda la fragmentación en el mar de Amundsen fruto del deshielo. La desaparición de capas heladas también acelera el calentamiento global al perderse zonas de reflejo al espacio de la luz solar. La absorción del calor del Sol va aumentando considerablemente conforme grandes superficies blancas son sustituidas por aguas no congeladas, y esto alimenta un bucle de retroalimentación donde se va multiplicando el deshielo con el incremento de las temperaturas en aguas que deberían estar heladas.

Otro factor e impulsor decisivo de este gran desequilibrio de ámbito global es la formación del patrón meteorológico de El Niño en el Pacífico, que ya se considera que ha empezado sustituyendo al patrón de La Niña. El Niño es un patrón de calor que podría acelerar el deshielo de las plataformas y glaciares de la Antártida llegando a un punto de no retorno. Además, una investigación de la Agencia Científica del Gobierno de Australia (CSIRO, por sus siglas en inglés) ha señalado que los efectos de El Niño en la Antártida generarán una bajada de temperaturas de las aguas superficiales y un aumento de temperaturas en las aguas submarinas. Todo ello es la expresión de más deshielo y de un mayor desajuste de la circulación termohalina y todas las consecuencias que hemos visto, y se suma a que el pasado mes de febrero de este año (2023) ya se registró la menor proporción de hielo antártico, llegando a un 34% menos de la media habitual, y a que en la Antártida ya se registran olas de calor con temperaturas que superan los 18ºC.

Algunos científicos han considerado positivo que los efectos del deshielo y el calentamiento en el Atlántico Norte no sean tan directamente impactantes sobre la circulación termohalina, pero tal como señala Stefan Rahmstorf, oceanógrafo y jefe de análisis del sistema terrestre en el Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático en Alemania: “Tal optimismo está mal fundado. Incluso si las emisiones futuras no aumentan tanto como se predijo, es "irrelevante" para el destino a corto plazo del transportador oceánico”. Rahmstorf deja claro que todo el perjuicio del debilitamiento o colapso de la formación de aguas profundas ya no es evitable y esto será un potenciador de un mayor debilitamiento de la corriente termohalina, y también declara: “El escenario que sigamos solo comenzará a marcar una gran diferencia más allá de la década de 2040”, todo ello si realmente se implementan políticas agresivas y contundentes para detener el calentamiento global y todo el deterioro de la biosfera.

La Tierra no cesa de demostrarnos que es un cuerpo planetario único, interconectado, con sistemas y ciclos que todavía no comprendemos y que van más allá de nuestra entendimiento del espacio y del tiempo, con ajustes que son fundamentales para la necesaria salud de la biosfera, mostrándonos las características del Efecto Mariposa y que respetando cada hábitat, cada pequeña parte de este planeta bellísimo, estamos respetando a toda la globalidad. Este efecto global de cada área, de cada ciclo, de cada corriente oceánica, atmosférica, etc., lo encontramos en estas palabras de la oceanóloga Nancy Liliana Villegas, profesora de la Facultad de Ciencias de la UNAL (Universidad Nacional de Colombia): “Lo que ocurre en el Pacífico y Caribe colombiano tiene un impacto en la Antártica y viceversa: los sistemas de agua están directamente relacionados, y el aumento de la temperatura en esos lugares que parecen lejanos está más cerca de lo que parece”.




Fuentes:

Imágenes:
1- Plataforma de hielo: De W. Bulach - imagen propia, CC BY-SA 4.0,, vía Wikimedia Commons
2- Cinta transportadora: De Avsa, CC BY-SA 3.0, vía Wikimedia Commons
3- Glaciar Thwaites: De NASA Earth Observatory. Imagen de Lauren Dauphin. Dominio público, vía Wikimedia Commons