martes, 26 de diciembre de 2017

Eventos destacados del mes de diciembre

Publicado por David Arbizu

LAS ALTERACIONES DEL GIRO DE BEAUFORT Y LA DERIVA TRANSPOLAR, DOS CORRIENTES CLAVE DEL OCÉANO ÁRTICO
A finales de marzo de este año, 2017, se registró la extensión máxima anual de la capa de hielo marino del Ártico, un registro que significa la extensión más reducida desde que comenzaron las mediciones por satélite en 1979 y que sigue la tendencia de los años 2015 y 2016, cuando también se registraron récords de extensión más baja jamás registrada.
Conforme va siendo cada vez más evidente el cambio climático y la relación directa que tiene el Ártico sobre los patrones que afectan al clima de todo el planeta, donde podemos incluir el efecto directo sobre sistemas atmosféricos, como la corriente Jet Stream y sistemas de corrientes oceánicas, como la circulación oceánica termohalina, también aumentan las investigaciones y estudios científicos para conocer el funcionamiento de esta región polar y todos los elementos que forman parte de su engranaje.

En el océano Ártico hay dos corrientes muy importantes que están totalmente interconectadas y que son clave para la formación y mantenimiento de la capa de hielo, así como para el transporte del hielo y las aguas polares hacia la zona donde se encuentran y conectan con el océano Atlántico. Una de estas corrientes, el Giro de Beaufort, está llamando especialmente la atención de muchos científicos debido a que está actuando de forma extraña y esta alteración podría suponer una descarga de una gran cantidad de hielo y agua dulce fría que llegarían al Atlántico Norte. Esta corriente se origina y ocupa gran parte del mar de Beaufort, un mar ubicado al norte de Alaska y del territorio canadiense de Yukón. El Giro de Beaufort es una corriente que se forma debido a que la alta presión atmosférica provoca e impulsa vientos que giran sobre esa zona en el sentido de las agujas del reloj, es como una peonza gigante que contiene grandes cantidades de hielo marino, un hielo marino que se ha ido espesando gracias a la propia corriente y al paso del tiempo. De esta manera, el Giro de Beaufort ha ayudado a crear las abundantes capas de hielo marino que hasta hace poco cubrían gran parte del océano Ártico durante todo el año.
La otra corriente es la Deriva Transpolar, que es una corriente que atraviesa el Ártico en dirección al estrecho de Fram (entre Groenlandia y las islas Svalbard), donde se encuentra con las aguas del Atlántico y cuya fuerza y trayectoria dependen del tamaño y potencia del Giro de Beaufort.


Durante los últimos 15 años, un equipo internacional de científicos ha dirigido el proyecto "Beaufort Gyre Exploration", desde el que han llevado a cabo expediciones anuales de investigación, realizadas en verano y gracias al uso de un barco rompehielos. Según sus estudios, durante el siglo pasado el giro seguía un patrón cíclico y cambiaba de dirección cada 5-7 años y cuando giraba en el sentido contrario a las agujas del reloj se generaba una expulsión de hielo y agua dulce hacia el este del océano Ártico y el Atlántico Norte. Sin embargo, durante los últimos 12 años no ha habido ningún cambio de dirección y el Giro de Beaufort ha aumentado de tamaño y ha acumulado cada vez más hielo y agua dulce, que se produce por el propio deshielo y por la llegada de flujos de agua desde los ríos norteamericanos y rusos.

La mayor o menor fuerza del Giro de Beaufort está relacionada con las altas o bajas presiones atmosféricas. En el Ártico existe un patrón del clima llamado Oscilación del Ártico (AO, por sus siglas en inglés). Este patrón puede estar en una fase positiva (AO+) o en una fase negativa (AO-) y cada fase depende de la diferencia de presión entre el Ártico y las latitudes medias, que corresponden a la latitud de Montreal (Canadá) o de Burdeos (Francia). Cuando, como está sucediendo en estos tiempos, hay una predominancia de la fase AO-, que significa que la presión del aire en el Ártico es mayor que la presión de las latitudes medias, hay un fortalecimiento y expansión del Giro de Beaufort junto a un debilitamiento de la Deriva Transpolar, que se ve empujada hacia el este limitando la expulsión de hielo hacia el Atlántico y favoreciendo la recirculación del mismo en el interior del Ártico. En el mapa que sigue a continuación se observa la diferencia entre la situación "a", con una AO- y la "b", con una AO+, donde el Giro de Beaufort (BG) es más débil y la Deriva Transpolar (TPD) está más centrada y fortalecida.


El comportamiento actual del Giro de Beaufort puede estar relacionado con el calentamiento global y en concreto, con las altas temperaturas que se registran en el Ártico. Algunos científicos señalan que, debido al calentamiento y al deshielo, el agua dulce gélida que fluye hacia el norte del océano Atlántico desde la capa de hielo de Groenlandia, que se está derritiendo rápidamente, está formando un límite en el Atlántico Norte que produce una estratificación que obstaculiza la llegada de la Corriente del Golfo, una corriente que aporta calor a la superficie del océano. Los científicos dicen que esto puede estar inhibiendo la formación de ciclones que podrían causar que el movimiento del giro se debilite o se invierta temporalmente y que podrían cambiar la fase de la Oscilación del Ártico actual, AO-, a una AO+.

De todas maneras, tras la última expedición científica del pasado verano, los científicos han declarado que no descartan que el Giro de Beaufort no tarde mucho en debilitarse o cambiar de sentido, ya que el volumen de agua dulce no había aumentado desde la expedición del verano anterior y apreciaron que podría haber un posible cambio de la presión atmosférica a corto plazo. Según el oceanógrafo polar Andrey Proshutinsky, si esto sucediera, una liberación masiva de agua dulce fría en el Atlántico Norte, incluso si solo fuera del 5% de la que actualmente forma el giro, sería como una "bomba climática" que enfriaría temporalmente el clima de Islandia y norte de Europa, además de generar una situación dramática para la vida marina que tendría un gran impacto sobre la cadena alimentaria local e incluso global y una crisis económica principalmente sobre la industria pesquera, que actualmente se ve beneficiada por la contención que está haciendo el Giro de Beaufort. De hecho, desde finales de 1960 hasta la década de 1970 sucedió un evento similar, conocido como la Gran Anomalía de la Salinidad, en el que hubo una gran entrada de agua del océano Ártico en el Atlántico y representó una de las variaciones más persistentes y extremas en el clima oceánico global observada durante el siglo pasado, además de una serie de inviernos muy fríos en Europa y la interrupción de la cadena alimentaria del Atlántico Norte junto con el colapso de algunas industrias pesqueras. Para los científicos, si ahora hubiera un cambio en el Giro de Beaufort y una liberación de agua dulce en el Atlántico Norte, la situación sería más duradera y más severa que la que se experimentó con la Gran Anomalía de la Salinidad.


Como siempre, es de vital importancia tener una perspectiva global, planetaria, de cada situación que se analiza, por muy particular y específica que parezca. En este sentido, tanto el impacto de un aumento del deshielo de Groenlandia, con la consecuente obstaculización de la llegada de la Corriente del Golfo, como una posible gran liberación de agua dulce fría en el Atlántico Norte si se debilitara el Giro de Beaufort, provocarían un gran desequilibrio sobre el cinturón transportador oceánico o corriente oceánica termohalina, algo que afectaría al clima de todo el planeta e incluso podría iniciar una edad de hielo, algo que ya sabemos que está pronosticado por muchos científicos. Además, las altas presiones en el Ártico, que caracterizan el actual patrón AO-, debilitan la estabilidad y frenan la velocidad de la corriente Jet Stream, que marca y sostiene el límite entre el aire frío del Ártico y el aire cálido subtropical, lo cual provoca que esta corriente tenga un patrón más ondulado, con grandes vaguadas y crestas que permiten la bajada de vientos y tormentas polares hacia el sur, creando olas de frío y situaciones de duro invierno que normalmente afectan a Europa y al este de los Estados Unidos, así como la subida de corrientes templadas hacia el Ártico que potencian el deshielo y la sequía en zonas como Alaska, Canadá y Siberia, donde existe un gran peligro por el deshielo del permafrost. Las ondulaciones del Jet Stream también provocan que aumente la temperatura del agua en el norte de los océanos Atlántico y Pacífico, generando desajustes fenológicos y cambios en la cadena trófica que también afectan a los ecosistemas y aceleran la sexta extinción masiva.

Respecto a la posibilidad de una mini-edad de hielo, Alek Petty, un estudiante de posdoctorado del Goddard Space Flight Center de la NASA y de la Universidad de Maryland que estudia el Giro de Beaufort, declara: "No va a ser una escena de "El Día de Mañana" (la película en la que el clima de la Tierra se enfría radicalmente y hay una mini-edad de hielo). Pero el hecho es que simplemente no lo sabemos, simplemente no hay suficientes datos árticos para hacer predicciones firmes en un mundo donde el cambio climático, las corrientes oceánicas y las fuerzas atmosféricas interactúan de manera compleja".

Esta complejidad de la que habla Petty debería hacernos obrar con más respeto y cautela, sobre todo al estar experimentando la crisis planetaria actual y los cambios y desequilibrios que está habiendo en muchos lugares. En un informe anual sobre la salud del Ártico, la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, que supervisa todas las investigaciones oficiales de los Estados Unidos en la zona, ya presentó el término "Nuevo Ártico", porque, tal como también ha declarado un grupo de científicos: "El Ártico, tal como lo conocíamos, ya no existe".
Mientras tanto, gracias al deshielo, va aumentando el tráfico marítimo, tanto comercial como turístico y ya se perfila una cada vez mayor presencia humana, con todo lo que desafortunadamente significa, en una de las zonas más prístinas y al mismo tiempo más importantes para el equilibrio planetario en todos los sentidos.




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miércoles, 13 de diciembre de 2017

Eventos destacados del mes de diciembre

Publicado por David Arbizu

PREVISIÓN DE AUMENTO DE LA ACTIVIDAD SÍSMICA PARA EL 2018
Muchos estudios geológicos afirman que el promedio de terremotos por año es constante y que no hay un aumento de la actividad sísmica a nivel global. Sin embargo, a través de los informes mensuales de eventos planetarios que personalmente realizo desde el año 2014, mi percepción y lo que muestran dichos informes, es un continuo aumento de la cantidad de terremotos, especialmente de más de 5 grados en la escala Richter y que ese aumento es más notable a partir del año pasado. Lo que sí que está claro es que los terremotos son muy difíciles de predecir científicamente, aunque el registro sísmico permite detectar algunos patrones más o menos repetitivos. Además, los mapas de evaluación del peligro sísmico de las fallas que se estudian solo pueden dar estimaciones sobre la probabilidad de un terremoto teniendo en cuenta la sobrecarga que se considere que pueda tener una falla o una zona de fricción entre dos placas tectónicas.

A pesar de la gran dificultad para hacer predicciones sísmicas, el pasado mes de noviembre, los geólogos y sismólogos Roger Bilham, de la Universidad de Colorado en Boulder y Rebecca Bendick de la Universidad de Montana, presentaron un estudio en la reunión anual de la Sociedad Geológica de América donde señalan que a partir del próximo año, 2018, podría haber un aumento de la actividad sísmica del planeta, además de un incremento de los terremotos de 7 grados o superiores.

Para realizar su estudio, observaron los terremotos de magnitud 7 o superiores que ha habido en todo el mundo desde el año 1900 y comprobaron que, desde ese año, ha habido intervalos de tiempo espaciados donde el promedio habitual, de unos 15 terremotos de esa magnitud por año, se incrementaba llegando a registros anuales de entre 25 y 30 terremotos. Al analizar esos intervalos de tiempo comprobaron que había un patrón que relacionaba directamente ese incremento de la sismicidad con la disminución de la velocidad de rotación de la Tierra y que, desde el momento en que se detectó cada desaceleración de la rotación, se requería que pasaran entre cinco y seis años para que se iniciara ese incremento de la sismicidad, un incremento que, entonces, se mantenía durante cinco años.

Placas tectónicas del planeta

Los principales factores que influyen en la rotación de la Tierra son las mareas lunares, los cambios atmosféricos, la disminución de los casquetes polares y la dinámica del núcleo terrestre y su interacción con el manto y todo lo que forma el campo magnético del planeta, incluyendo su parte más externa donde se encuentra e interactúa con el viento y las partículas solares. También influyen otros factores, directamente relacionados con los anteriormente citados, como son el aumento del nivel del mar; los propios terremotos y movimientos de las placas tectónicas; los cambios en los patrones de las corrientes oceánicas; los cambios en los patrones de los vientos; el nivel de actividad solar y la mayor o menor llegada de rayos cósmicos; la actividad de los volcanes, como puntos de gran tensión y salida del magma y cualquier otro factor que también esté relacionado con la crisis planetaria que estamos experimentando como, por ejemplo, las grandes tormentas, las sequías y los incendios, porque todo está conectado, directamente relacionado.

Todos estos factores afectan lo que algunos científicos llaman la “dinamo” de la Tierra y ahora están provocando una ralentización de su actividad, que supone una tensión hacia el exterior del núcleo fundido del planeta que provoca una presión que se propaga a través de las rocas, las fallas y las placas que tiene por encima. Roger Bilham y Rebecca Bendick, los sismólogos autores del estudio, han calculado que se requieren de cinco a seis años para que esa tensión, esa energía enviada por el núcleo, irradie a las capas superiores del planeta donde ocurren los terremotos, lo cual significa que desde que se detecta una desaceleración de la rotación de la Tierra hay un plazo de cinco años para “prepararse” para ese aumento de la sismicidad.

Actualmente, gracias a los relojes atómicos, se puede medir la rotación de la Tierra con mucha precisión y la última vez que se detectó una desaceleración fue en el año 2011, lo cual significa que, según el patrón establecido en el estudio presentado, en el año 2018 empieza uno de los períodos de cinco años de incremento de terremotos, pudiendo llegar a una media anual de veinte o treinta terremotos potencialmente muy destructivos.
De hecho, en el último semestre de este año ya ha habido varios terremotos muy potentes que demuestran el inicio de ese período de alta sismicidad y entre los que destacan el terremoto de 7,1 grados que hubo el 19 de septiembre en México, el de 7,3 grados del 12 de noviembre en la frontera entre Irán e Irak y el de 7 grados del 19 de noviembre en el archipiélago de Nueva Caledonia.

Mapa del terremoto del 12 de noviembre en la frontera de Irán-Irak 

La rotación de la Tierra genera una fuerza centrífuga que es la responsable del achatamiento de los polos y del ensanchamiento del Ecuador. El Ecuador representa el punto más ancho del planeta y el que está rotando con mayor rapidez, así que, conforme se va desacelerando la rotación, el Ecuador es la zona donde se nota más la falta de velocidad y donde se crea una contracción, un encogimiento, que afecta directamente a las placas tectónicas. Por esta razón, el nuevo estudio manifiesta que la zona de mayor peligro, donde el aumento de los sismos puede ser más notable, está dentro de una franja delimitada por una latitud de 30º al norte y al sur del Ecuador. De hecho, el epicentro del terremoto que hubo del 12 de noviembre en la frontera de Irán e Irak ocurrió aproximadamente a 33º de latitud norte.

Se puede decir que parece que se avecina un año 2018 movido. Además de toda la información que nos transmite este estudio sobre el incremento de la actividad sísmica, estamos viendo que continúan habiendo grandes y devastadores incendios forestales, que actualmente afectan en especial a California, que continúa el deshielo de los polos, que también va aumentando la actividad volcánica, así como las grandes tormentas junto a las muy severas sequías y que se va configurando el fenómeno de La Niña, que en general es un patrón de frío y nos recuerda toda la información recibida sobre una mini-edad de hielo cuyo inicio algunos científicos ya pronosticaban para el principio del año 2018.

Esperemos que el próximo año también sea el de la implementación de políticas medioambientales que respeten el planeta, que limiten y controlen todas las actividades humanas que están deteriorando y desequilibrando la biosfera y acelerando la sexta extinción masiva y la crisis planetaria que estamos experimentando.  



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jueves, 30 de noviembre de 2017

Eventos destacados del mes de noviembre

Publicado por David Arbizu

LOS INCENDIOS SUBTERRÁNEOS
El año 2017 ya se considera uno de los años donde, a nivel planetario, ha habido mayor cantidad de incendios forestales y mayor cantidad de hectáreas quemadas. La crisis planetaria y en concreto, el calentamiento global, junto con el desequilibrio de todos los sistemas que forman parte y sostienen la biosfera, están provocando graves desajustes en los ciclos hidrológicos que causan fuertes y persistentes sequías. El constante aumento de las temperaturas, junto a esas condiciones de sequía extrema y la llegada de vientos más cálidos de lo normal, son los factores más importantes que facilitan el incremento de los incendios. Existen más factores que podríamos añadir y que tienen una relación directa con el hombre, con el Antropoceno, como, por ejemplo, la deforestación, los incendios provocados por accidentes fruto de la actividad humana y también los incendios intencionados, provocados por el hombre.

Hay un tipo de incendios que, en general, es poco conocido y del que los medios de comunicación no hablan, a pesar de que muchos expertos consideran que ocupan o “queman” mayores extensiones que los incendios forestales y de que una gran mayoría nunca son controlados ni mucho menos apagados; se trata de los incendios subterráneos.
Los incendios subterráneos se pueden iniciar por varias causas, como, por ejemplo, a partir de un incendio forestal en la superficie, por la caída de un rayo o también por una fuga de gas, tal como pasó hace 59 años en Chongqing (China), donde una exploración de petróleo perforó un pozo de gas natural y los trabajadores abandonaron el pozo sin controlar o reparar esa fuga de gas. En todo caso, para que se inicie una combustión y permanezca, es necesario un combustible y este combustible lo pueden formar dos tipos de biomasa: el que formarían capas gruesas de ramas de árboles o troncos, cuya quema tiende a ser más rápida y menos duradera y el que formaría la turba, que es un suelo rico en carbón creado a partir de la vegetación parcialmente descompuesta y anegada acumulada durante muchos años, incluso milenios y donde puede haber una “combustión espontánea de carbón”, algo que sucede cuando esas áreas subterráneas con grandes lechos de carbón, suficientemente cerca de la superficie, reciben el oxígeno necesario para generar una reacción química que produce calor y ese calor no se puede disipar adecuadamente iniciando lo que algunos expertos llaman “fugas térmicas donde se produce un incendio subterráneo”, incendios que normalmente no tienen llama o producen poca llama, aunque sí mucho humo y emisiones tóxicas.


Humaredas desde el incendio subterráneo de Jharia (India)

Se calcula que hay miles de incendios de carbón o, como también se les llama, “incendios de turba” y que se encuentran en todos los continentes menos en la Antártida. Son incendios muy difíciles de detectar y extinguir, que arden lentamente a baja temperatura, aunque pueden superar los 540ºC y que se extienden bajo la superficie y también hacia abajo, hacia el interior de la Tierra, pudiendo llegar a profundidades de cientos de metros siempre que les pueda llegar aire a través de las fisuras de las rocas o cualquier paso microscópico que pueda tener la tierra. Un incendio subterráneo puede arder durante años o incluso décadas sin mostrar señales en la superficie, aunque en algún momento creará señales de su existencia como el hundimiento y derrumbe del terreno debido a los huecos subterráneos generados por la combustión del carbón, que se convierte en ceniza, la salida de humo y el notable daño a la vegetación, que normalmente acaba muriendo dejando una zona árida y sin vida. Muchos estudios de ingenieros y geólogos han llegado a la conclusión de que la única forma de extinguir estos incendios es mediante la excavación total, pero es una solución de un coste muy elevado y que no se puede parar hasta que no queda ningún punto activo, ya que al excavar también se está alimentando el fuego con oxígeno y además muchas veces no es fácil situar con exactitud dónde está el incendio, ya que las salidas de gases y vapor pueden estar lejos del punto de combustión; incluso los satélites programados para detectar incendios forestales a alta temperatura fallan cuando se trata de incendios de turba debido a que estos no alcanzan la temperatura suficiente para ser detectados.

Los incendios subterráneos también representan una amenaza para el medio ambiente y para la salud pública. A través del humo llega a la atmósfera una mezcla tóxica de monóxido de carbono, dióxido de azufre y polvo de carbón, además de otras sustancias tóxicas como, por ejemplo, benceno, sulfuro de hidrógeno, mercurio y arsénico. Este humo tóxico contamina el aire y además agrava el cambio climático debido a la emisión de gases de efecto invernadero como el metano y el dióxido de carbono. Otra gran amenaza es que pueden provocar un incendio forestal en la superficie si alcanzan zonas de bosques o de suficiente vegetación donde haya las condiciones necesarias para que se inicie fácilmente un fuego. También, en algunos casos, los incendios amenazan poblaciones y carreteras, tanto por la contaminación como por la formación de grietas y agujeros que pueden llegar a ser de gran tamaño. Además, las sustancias tóxicas liberadas también llegan a los acuíferos contaminándolos y consecuentemente, contaminando los ríos y llegando a los océanos.

La actividad humana, especialmente desde el inicio del Antropoceno, ha provocado muchos de estos incendios que, en la mayoría de los casos, están relacionados con la minería. Debido a esta relación directa con la minería, los países donde hay más incendios subterráneos son Estados Unidos, que tiene las reservas de carbón más grandes del mundo y donde se calcula que hay más de 200 incendios subterráneos, China, India e Indonesia, donde la deforestación incontrolada se realiza quemando zonas boscosas y por lo tanto, provocando miles de incendios subterráneos.

Estos son algunos de los incendios subterráneos más importantes:
- Monte Wingen (Australia): Conocido como “Burning Mountain”. Se considera el incendio más antiguo del planeta. Lleva 6000 años ardiendo sin parar en una zona de Nueva Gales del Sur donde hay una gran veta de carbón. El incendio avanza un metro por año, está a una profundidad de 30 metros y hasta ahora ha cubierto una superficie de más de 6,5 km. El incendio ha causado un gran daño ecológico a la vegetación de la zona, dejando toda el área afectada sin rastros de vida.

Burning Mountain (Australia)

- Centralia (Pensilvania-Estados Unidos): Se considera que este incendio se inició en 1962, cuando unos trabajadores de saneamiento quemaron basura a las afueras de la ciudad de Centralia, sobre una antigua entrada de una gran mina de carbón, lo cual provocó que se encendiera el carbón subyacente. Durante unos 20 años, los bomberos intentaron apagarlo ocho veces utilizando diversas técnicas, pero el fuego siempre les superó. Al cabo de un tiempo de iniciarse el incendio, el monóxido de carbono se empezó a filtrar a través de los sótanos de las viviendas de la ciudad y muchos residentes comenzaron a desmayarse en sus casas. Otros problemas fueron que en algunos jardines y patios de viviendas se formaron agujeros y grietas, aumentó peligrosamente la temperatura de los tanques subterráneos de una gasolinera y una parte de una carretera principal se desmoronó y se formaron grietas desde donde salía el vapor. En 1985, un niño de 12 años se cayó en un orificio desde un patio y aunque se pudo salvar, esto fue como un detonante que hizo que la mayoría de la población decidiera abandonar la ciudad y que se aceptara la solución de dejar que se fueran quemando todas esas vastas vetas de carbón. Este incendio llega a profundidades de 100 metros y sigue emitiendo gases tóxicos y abriendo agujeros en la superficie. Se considera que puede seguir activo otros 250 años y tanto el gobierno federal como el estatal no están haciendo nada por apagarlo, en gran parte porque representaría un coste muy elevado.

Centralia (Estados Unidos)

- Chongqing (China): Este incendio comenzó hace 59 años cuando un equipo de exploración de petróleo perforó un pozo de gas natural y lo abandonó dejando gran parte del pozo sin explorar y permitiendo que hubiera emanaciones de gas que, desde entonces, han ido alimentando el fuego, que sale por unos pequeños orificios en un área de cuatro metros cuadrados. Los habitantes de la aldea cercana utilizan los fuegos para cocinar sin tomar precauciones por la toxicidad de las emanaciones. China es uno de los países con más incendios subterráneos debido a que en las zonas rurales se acostumbra a cavar a mano en busca de carbón para uso doméstico y cuando la cavidad se vuelve muy profunda se abandona, dejando la tierra perforada, llena de pequeños pozos por donde el aire llega hasta el carbón.

- Jharia (India): India es un país con una minería de carbón a gran escala y es donde hay la mayor concentración de incendios subterráneos, que han dejado amplias zonas con aguas y suelos contaminados y han forzado la reubicación de aldeas y carreteras debido al deterioro del suelo y al avance del fuego. En las minas de carbón de la ciudad de Jharia se registran incendios subterráneos desde 1916, que en muchas zonas han llegado a la superficie principalmente debido a las excavaciones mineras intensivas. A pesar de la alta toxicidad y de que hay muchos casos de personas con enfermedades pulmonares y otros problemas de salud, muchos habitantes de las poblaciones cercanas trabajan en las minas porque es su única fuente de subsistencia, aunque los que han podido hacerlo han abandonado la zona y muchos pueblos han desaparecido.

Jharia (India)

- Tablas de Daimiel (España): Las Tablas de Daimiel es un Parque Nacional situado en Ciudad Real calificado como Reserva de la Biosfera. Se trata de un humedal, un ecosistema que se denomina “tablas fluviales”, que se forma por el desbordamiento de los ríos debido principalmente a la falta de pendiente. En el año 2009, debido a la degradación del suelo, a la sequía y principalmente, a la sobreexplotación de su principal acuífero, junto con la falta de atención y mantenimiento por parte de los organismos oficiales, se encendieron incendios subterráneos en las turbas del parque. A principios del año 2010 se aprobó un trasvase desde el río Tajo, que no se finalizó gracias a la llegada de abundantes lluvias que sofocaron de forma natural los incendios y devolvieron las condiciones hídricas adecuadas para el sustento del humedal. En estos momentos, la situación vuelve a ser delicada debido a la sequía, a la pérdida de agua por evaporación y a la falta de control que sigue habiendo sobre la explotación de los acuíferos. Esto ha provocado que amplias zonas ya no estén inundadas y se tema que puedan volver a iniciarse los incendios subterráneos.

Si sigue el desequilibrio de los patrones climáticos del planeta, con un aumento constante y general de las temperaturas y de las severas sequías, cada vez habrá más incendios subterráneos. Hay que tener en cuenta que, cuando afectan zonas frías del planeta, como sucede en Alaska y Siberia, los incendios también facilitan un incremento del deshielo del permafrost, con todos los peligros que conlleva.
Aunque algunos incendios subterráneos son de origen natural, la actividad humana los intensifica y multiplica y son una muestra más de todo el daño y destrucción que se provoca al perforar la superficie del planeta para extraer todo tipo de materiales y de que en cualquier momento se puede perder el control sobre situaciones que pueden volverse muy peligrosas para la salud y supervivencia de los seres vivos de nuestro bello planeta.


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martes, 14 de noviembre de 2017

Eventos destacados del mes de noviembre

Publicado por David Arbizu

LA DESAPARICIÓN DE LOS INSECTOS: UN ARMAGEDÓN ECOLÓGICO
Los insectos representan un grupo de animales con una capacidad de resistencia y supervivencia que siempre he considerado impresionante, sorprendente. En muchas ocasiones, al estudiar la crisis planetaria y la sexta extinción masiva a la que nos estamos enfrentando, he pensado que los insectos serían los más resistentes, los últimos que vería extinguirse.

Durante cientos de millones de años, los insectos se han expandido por todos los continentes, por todos los hábitats, han prosperado en el suelo, en el aire y en el agua, aunque no lo han hecho en el océano. Incluso, aunque se pensaba que no era así, como mínimo hay una especie endémica de la Antártida que se llama “Belgica antárctica” y es una especie de mosquito alargado no volador que puede sobrevivir durante dos años al congelamiento de sus fluidos corporales y también puede sobrevivir sin oxígeno de dos a cuatro semanas, además de tener otras capacidades asombrosas que le permiten vivir en ese ecosistema prácticamente inhabitable. No es de extrañar que los científicos consideren que los insectos son “el grupo de criaturas más exitoso de toda la historia de la Tierra”.

Aunque, en general, los insectos son animales que no nos gusta encontrar en nuestro camino y, muchos menos, en nuestra casa, son absolutamente imprescindibles para el equilibrio y funcionamiento de la biosfera, representan un eslabón muy importante de la cadena alimenticia global, ya que forman la base de miles y miles de cadenas alimentarias y cumplen muchas funciones que benefician a otras especies y al mantenimiento de hábitats y ecosistemas, como, por ejemplo, todo el trabajo de oxigenación, limpieza y enriquecimiento del subsuelo que hacen los insectos al moverse por debajo de la superficie y también, algo que últimamente ha aparecido en muchos medios de comunicación, el importante rol que algunas especies tienen como polinizadores, como parte esencial de la fertilización y reproducción de muchas plantas y árboles frutales.


Cuando hablamos de la extinción de especies que ahora está habiendo en la Tierra, podemos pensar en mamíferos, en reptiles, en peces, pero es más difícil pensar que los insectos se estén extinguiendo. Durante los últimos cinco años se han realizado varios estudios relacionados con la extinción de los insectos, estudios que han demostrado una notable disminución de su biomasa, aunque no sea algo fácil de demostrar debido a que es imposible calcular su número o realizar un monitoreo y también es difícil concretar cuántas especies de insectos hay incluso solo en una región o en un país. Por ejemplo, solo en el Reino Unido se considera que hay, aproximadamente, 24 500 especies de insectos y la mayoría son desconocidas para todos excepto para algunos especialistas.

Algunos estudios se han basado en el análisis de otras especies, como es el caso de un estudio realizado en Gran Bretaña que ha relacionado la desaparición de los insectos con que, desde 1970, se haya reducido a más de la mitad el número de aves. También la Unión Europea ha confirmado oficialmente una disminución de la población de aves que dependen de los insectos como fuente básica de alimentación. Otros estudios se han centrado en especies de insectos particulares, como el que ha demostrado que el número de mariposas de pastizales europeas ha disminuido en un 50% en las últimas décadas. Otras situaciones, menos científicas, que han demostrado la disminución de insectos es lo que se conoce como el “fenómeno del parabrisas” del automóvil, que en verano queda salpicado de insectos después de un desplazamiento y se ha constatado que cada año el número de insectos que quedan en el parabrisas es menor.

A nivel personal, yo mismo he coincidido con otras personas, después del verano de este año, en que no ha habido tantas moscas ni tantos mosquitos como otros años, pero hay que tener en cuenta que esta extinción no es solo de los insectos voladores sino también de los no voladores. En este sentido, el pasado mes de febrero la Unión Europea (UE), en colaboración con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), publicó un estudio que indicaba que entre el 25,7% y el 28% de las especies de ortópteros (saltamontes, grillos, chicharras y similares) que fueron evaluadas se encuentran amenazadas o en peligro de extinción. Relacionado con estos datos, la organización SEO/BirdLife también ha alertado de una importante disminución de grillos y saltamontes en España.


El último estudio o investigación que se ha publicado y que ha hecho, por así decirlo, saltar del todo las alarmas, se ha realizado en Alemania y se basa en el trabajo de decenas de entomólogos que comenzaron a utilizar formas estrictamente estandarizadas de recolección de insectos en 1989. Después de 27 años, las últimas muestras han demostrado una reducción del 76% sobre el promedio anual y, en verano, cuando se supone que el número de insectos alcanzó su punto máximo, la caída llegó al 82%. La importancia de este estudio es que ha tenido en cuenta todos los insectos voladores, sin determinar ninguna especie en concreto y por eso representa un indicador mucho más determinante. Además, las muestras se tomaron en áreas protegidas, muchas de ellas reservas naturales, lo cual significa que las cifras son todavía más preocupantes.

Para la doctora Lynn Dicks, de la Universidad de East Anglia, Inglaterra: “Esta investigación proporciona una nueva e importante evidencia de un descenso alarmante que muchos entomólogos sospechan que está ocurriendo desde hace algún tiempo”. También añade: “Si la biomasa total de insectos voladores está genuinamente disminuyendo a este ritmo, aproximadamente un 6% por año, esto es algo extremadamente preocupante. Los insectos voladores tienen funciones ecológicas realmente importantes, por lo que sus números importan mucho. Polinizan las flores: las moscas, polillas y mariposas son tan importantes como las abejas para muchas plantas con flores, incluidos algunos cultivos. Proporcionan alimento para muchos animales: aves, murciélagos, algunos mamíferos, peces, reptiles y anfibios. Las moscas, los escarabajos y las avispas también son depredadores y descomponedores, controlan las plagas y limpian el lugar en general”.

La “mantis religiosa” es un insecto depredador que contribuye 
al mantenimiento del equilibrio biológico de su hábitat.

Todos estos datos, todos estos estudios que alertan de los peligros de esta extinción, conllevan una pregunta clave: ¿Cuál es la causa de esta extinción? La respuesta científica es clara e indiscutible: “Nosotros, los humanos, la actividad humana”. Nuestra forma de tratar la naturaleza, de extraer todo lo que necesitamos sin tener en cuenta a otros seres vivos ni al equilibrio y la salud de los ecosistemas, está potenciando la sexta extinción masiva y la extinción de los insectos como una parte de la extinción global. En este caso concreto, la agricultura intensiva, basada en pesticidas, plaguicidas y fertilizantes que son verdaderos venenos para toda forma de vida, está aniquilando a los insectos, creando áreas que podríamos comparar con las “zonas muertas” de los océanos, áreas que nos muestran ese “Armagedón ecológico”, biológico, que se está extendiendo por el planeta, tal como declara el profesor Dave Goulson, de la Universidad de Sussex, Inglaterra, que ha formado parte de esta investigación realizada desde Alemania: “Parece que estamos haciendo vastas extensiones de tierra inhóspitas para la mayoría de las formas de vida y actualmente estamos en camino de un Armagedón ecológico. Si perdemos los insectos, todo se colapsará”.

Junto a todos los efectos destructivos y aniquiladores de las sustancias utilizadas en la agricultura, también hay que nombrar todo el daño que provoca la ganadería, la deforestación, la destrucción de áreas silvestres, la contaminación que afecta a todas las vías fluviales, a los acuíferos, al suelo, a la pérdida de nutrientes y de vegetación que también forma parte de todas esas cadenas alimentarias donde los insectos representan eslabones básicos y que están estrechamente vinculadas con los ciclos de reproducción de las especies y con el equilibrio del sistema que nutre y proporciona la vida de este planeta, un equilibrio que está siendo bombardeado por continuos “desajustes fenológicos” causados principalmente por la actividad humana, por la falta de conciencia del ser humano. Como se puede observar, todas son causas relacionadas con la crisis planetaria, con el desequilibrio climático, con el Antropoceno.

Si miramos hacia el futuro, podemos hacernos otras preguntas: ¿Cuál es el futuro de los insectos en el siglo XXI? ¿Cuál es el futuro de toda forma de vida de este planeta? Ahora mismo, las respuestas no pueden ser muy optimistas. La superpoblación humana sigue aumentando y, desgraciadamente, la manera de actuar que se puede esperar del ser humano es la de potenciar las formas de agricultura y ganadería intensivas, una todavía mayor utilización de los productos químicos, de la manipulación genética e incluso de geoingeniería que no van a tener en cuenta todo el daño y todo el exterminio que van a provocar sobre otros seres vivos, sobre los ecosistemas y la biosfera. Por otro lado, cada vez se realizan y publican más investigaciones que demuestran la gravedad de la situación actual y que se tienen que poner en marcha medidas para contrarrestar todo el impacto destructivo que está provocando la actividad humana, porque el hecho de que estén desapareciendo los insectos, los organismos más exitosos de toda la historia de la Tierra, significa que la extinción masiva avanza con fuerza y que, tarde o temprano, va a afectar a toda las formas de vida del planeta, incluida la humana. 



viernes, 27 de octubre de 2017

Eventos destacados del mes de octubre

Publicado por David Arbizu

LA GRAN MURALLA VERDE AFRICANA
Uno de los problemas más graves que están sufriendo muchas zonas de la Tierra es la desertificación o degradación del suelo. En la mayoría de las zonas amenazadas se observa claramente el desequilibrio cada vez más extremo de los patrones climáticos, algo que provoca sequías severas por la falta de precipitaciones y también graves inundaciones por la llegada de enormes tormentas de forma inusual e inesperada, tormentas cuya lluvia normalmente no sirve para la recuperación de la tierra debido a que está extremadamente seca y a que los acuíferos y corrientes subterráneas están tan agotados que es muy difícil que se recuperen. Otro problema principal de la mayoría de estas zonas es la superpoblación y la sobreexplotación de la tierra y de la vegetación debido a formas de agricultura, de ganadería y pastoreo muy agresivas que no tienen en cuenta el punto de inflexión a partir del cual la tierra ya no se puede recuperar ni el respeto por los ciclos naturales imprescindibles para la salud y supervivencia de cada ecosistema.

Desde el año 2007, en la zona del Sahel, que es la franja o zona de transición que separa el desierto del Sahara de la sabana africana y que se extiende horizontalmente sobre el continente africano, cruzándolo desde el océano Atlántico hasta el mar Rojo, se puso en marcha un proyecto llamado “Gran Muralla Verde” con la intención de crear un enorme corredor de vegetación para evitar el avance del desierto del Sahara hacia el sur, la desertificación y degradación de la tierra y los efectos del cambio climático. El proyecto se puso en marcha liderado por la Unión Africana y cuenta con el respaldo y la colaboración de organizaciones y grupos entre los que destaca la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y el Banco Mundial. Cuando el proyecto se termine, esta Gran Muralla Verde tendrá 7700 kilómetros de largo, 15 kilómetros de ancho y atravesará 14 países africanos a lo ancho de todo el continente.


Aparte de frenar la desertificación, el proyecto se presenta como un gran impulso que va a transformar la vida de millones de personas creando un gran mosaico de paisajes verdes y productivos que va a beneficiar en gran medida a todos sus habitantes. También se espera que sea un factor determinante como fuente de humedad y aprovechamiento de las precipitaciones, de forma que haya una óptima recarga de pozos y acuíferos que represente un beneficio para el propio ecosistema y para las personas que lo habiten, como suministro de agua potable y como recepción de agua para sus actividades económicas. Por esta razón, el proyecto también se considera una herramienta de planificación para el desarrollo rural cuyo objetivo es mejorar la gestión de los ecosistemas, proteger el patrimonio rural y mejorar las condiciones de vida de las poblaciones locales para que disminuya la inseguridad alimentaria.

En algunos países, como Nigeria, Senegal y Etiopía, ya se han puesto en marcha programas especiales que están creando empleos y mejorando las tierras de cultivo. Desde 2007, en Senegal se han plantado más de 11 millones de árboles, en Nigeria se han creado 20 000 puestos de trabajo y en Etiopía se han restaurado 15 millones de hectáreas de tierras degradadas.

Parte de la Gran Muralla Verde Africana

A simple vista, esta Gran Muralla Verde parece un proyecto muy ambicioso y beneficioso, tal como transmiten las palabras de la doctora Janet Edeme, experta agrícola de la UA (Unión Africana): “Una década después de que comenzó la iniciativa, hoy la Gran Muralla Verde se erige como uno de los esfuerzos más innovadores y audaces en la historia de la humanidad, una maravilla del mundo real”, pero algunos científicos, como los que forman el CSFD (Comité Científico Francés de la Desertificación) no consideran que se vayan a obtener resultados tan positivos y que también se van a causar perjuicios y daños en los ecosistemas, en el equilibrio y la salud de toda la zona.

Estos científicos advierten que se debe realizar un estudio muy detallado de las especies que se van a plantar, de que esas plantaciones y los cultivos que se hagan sean igualmente resistentes a la sequía, que tiene que haber estanques de retención y, sobre todo, conseguir que la población sea partícipe y realmente vea que todo el proyecto va a beneficiar su vida. En algunos países ya se ha constatado una falta de interés por parte de la población, ya sea por falta de programas educativos o porque no ha habido una verdadera intención de transmitir todo lo que significa el proyecto. Si no hay una inclusión y un verdadero acercamiento sobre las personas que habitan la zona para que aumente su interés y su sensibilidad, muchos programas locales no van a seguir adelante e incluso se pueden llegar a perder zonas ya forestadas. Hay que tener en cuenta que en muchos países sigue habiendo conflictos militares, violencia y abuso por parte de grupos de poder y de gobiernos corruptos cuyos programas difícilmente van a ser creídos y apoyados por poblaciones muy pobres que han sufrido abusos continuadamente. Por lo tanto, aunque en algunas zonas ya se haya avanzado bastante creando la Gran Muralla Verde, si los responsables del proyecto no son capaces de transmitir su importancia y no desarrollan actividades paralelas que ya empiecen a beneficiar a la población, esos bosques y plantaciones no van a recibir el trato y cuidado adecuado para su subsistencia y la desertificación aumentará debido a que los propios árboles recién plantados secarán y degradarán la tierra si no son cuidados ni reciben la aportación hídrica necesaria para subsistir.

Este proyecto de Gran Muralla Verde no es el primero que se implementa. En 1977 se inició el proyecto de la Gran Muralla Verde China con el objetivo de forestar una extensión de 4480 kilómetros para frenar el avance del desierto de Gobi, la desertificación y todo el daño que causan las grandes tormentas de arena sobre los cultivos y las infraestructuras. De momento se han plantado más de 66 000 millones de árboles y se espera que el proyecto finalice a finales del año 2050. Los problemas que se están observando, al igual que ya empieza a pasar en África, es que se plantan muchos árboles pero nadie los cuida y muchos acaban muriendo. También se ha constatado que la reforestación puede sobrepasar la capacidad de la tierra, lo cual perjudica la salud del suelo, provoca un rápido descenso de la humedad y de la capa freática y también acaba con la vida de todo lo plantado.

Vista parcial de la Gran Muralla Verde China

Otro proyecto parecido es el de la Presa Verde en Argelia, que empezó en 1962 después de años de degradación de la tierra y donde, a pesar de que el proyecto sigue en marcha, grandes zonas siguen bajo la amenaza de la desertificación. En este caso también se observa la necesidad de que las poblaciones locales participen en los programas de desarrollo para que la implementación del proyecto pueda tener éxito, pero para favorecer esa participación es necesario que haya un acercamiento y una voluntad real desde las personas que dirigen el proyecto y realizar un verdadero trabajo de educación para aumentar la conciencia sobre el gran valor de los ecosistemas, de los hábitats, de toda su biodiversidad y de que se puede obtener un beneficio personal si se trabaja para conseguir un beneficio más amplio, global.

Esperemos que estos proyectos se lleven a cabo y sirvan para que haya ese aumento de conciencia, para que se trate a la naturaleza con más cuidado y respeto y se comprenda cómo funcionan los ecosistemas, cómo incidimos en ellos y cómo podemos actuar para que no se degraden y se puedan recuperar y mantener en el mejor estado de salud posible; de ello depende nuestra propia salud y nuestra vida.



Fuentes: