Actualmente, conforme
avanza el cambio climático y se observa el desequilibrio de los patrones
climáticos afectando de diversas formas muchas zonas del planeta, son cada vez
más los estudios científicos que se desarrollan bajo la convicción de que todo
está interconectado, de que vivimos en una biosfera que se rige bajo sistemas y
ciclos globales, aunque cada uno de ellos pueda tener partes de su engranaje
centradas en zonas concretas del planeta. Los medios de comunicación también
están ayudando a transmitir esta idea de globalidad, de que un patrón climático
que pueda evolucionar en un área específica puede tener una influencia sobre la
meteorología de cualquier otra zona. Por ejemplo, ya hace meses que se publican
artículos sobre la formación del patrón climático de El Niño en el Pacífico
ecuatorial, y existe un mayor conocimiento a nivel público de que este es un
patrón de calor, frente a La Niña que es de frío, que ambos son patrones que tienen
que ver con los vientos alisios planetarios y las aguas del Pacífico central, y
que afectan de una u otra forma a todos los continentes y océanos.
Esta visión
más real, más holística de la Tierra como un cuerpo planetario complejo que
está desajustado por la actividad humana, tiene sus efectos positivos en la
comunidad científica en general, de forma que hay una mayor apertura a poner en
marcha estudios que parten de contemplar posibilidades y realidades del
funcionamiento del planeta que antes no eran concebidos. Si hablamos de los
polos del planeta, ahora hay una mayor atención en el Polo Sur de la que había
hasta hace algunos años, cuando parecía como si el polo magnético solo se estuviera
desplazando en el Polo Norte o incluso se hablaba de la inversión de los polos
pero solo enfocándose en el Ártico, prestando muy poca atención a la Antártida,
cuando, de hecho, la Antártida es el depósito de hielo más grande del mundo.
También durante mucho tiempo todo el problema del deshielo se estuvo focalizando
en Groenlandia y el océano Ártico, hasta que se observó la rotura de
plataformas y el debilitamiento de los grandes glaciares de la Antártida, cómo
se formó algún iceberg tan enorme que sus movimientos fueron seguidos por
bastantes medios de comunicación y se empezó a hablar de que el derretimiento
de alguno de esos glaciares tan imponentes podía provocar una importante subida
del nivel del mar a nivel global. El ejemplo más contundente es el del glaciar
Thwaites, al que también han llamado “glaciar del fin del mundo” porque su
derretimiento, sumado al deshielo que provocaría en las capas heladas
circundantes, generaría una subida del nivel del mar que podría llegar a los 3
metros.
Plataforma de hielo en la Antártida
En la imagen
podemos observar el cinturón transportador oceánico con los dos puntos a los
que me refiero señalados como “Deep Water Formation”, y cómo las corrientes
frías surcan parte del planeta por el fondo de los océanos para volver a
emerger mientras se calientan y pierden salinidad y también se van aligerando
de todo el transporte de nutrientes extremadamente vital que esta circulación va
moviendo y que es el alimento de muchas zonas, ecosistemas y hábitats de todo
el planeta, teniendo en cuenta que, tal como he indicado, muchas otras
corrientes más pequeñas y locales dependen de este impulso mayor que reciben al
formar parte de este gran cinturón que en realidad conecta con todos los flujos
y movimientos acuáticos oceánicos, pues en realidad podríamos hablar de un solo
océano terrestre.
En la Antártida se hunden anualmente unos 250 billones de
toneladas de agua salada, que se distribuye por el fondo del océano hacia los
océanos Pacífico, Atlántico e Índico, y se considera que una cantidad similar
es la que anualmente se hunde en el Atlántico Norte. Algunos cálculos
determinan que el agua tarda unos mil años en completar el recorrido de todo el
cinturón, también se cree que hace miles de años que existe esta enorme
corriente en la Tierra y hay una total certeza de que el equilibrio de los
patrones climáticos del planeta depende de su correcto funcionamiento. El agua
que se hunde en el fondo del océano Austral y rodea la Antártida se conoce como
“Agua del Fondo Antártico” (AABW, por sus siglas en inglés). Se considera el
agua de fondo más fría y densa de todos los océanos. Es un agua con un alto
contenido de oxígeno, se considera que es como un pulmón bombeando oxígeno,
carbono y nutrientes a todos los océanos.
Un estudio de la Universidad de Berna
publicado el pasado mes de abril concluía que al final de la última glaciación
(hace unos 15.000 años) no se produjo un gran debilitamiento o colapso de la
circulación termohalina en el Atlántico Norte tal como se pensaba, de manera
que en ese punto la circulación es menos propensa a llegar a un punto de
inflexión, de interrupción, de lo que hasta ahora se creía. Sin embargo, fundamentada
en un estudio publicado el pasado mes de marzo, ahora coge mayor fuerza la
predicción de que el temido colapso sí podría suceder en la Antártida, donde,
según este estudio, para el año 2050 habría una disminución del 42% de
formación de aguas profundas, algo que sería un indicador claro de un posible
colapso del cinturón transportador oceánico para finales de siglo. Obviamente,
este colapso también estaría impulsado por toda la situación provocada por el
calentamiento global y el deshielo en el Atlántico Norte, donde se calcula que
para el año 2050 la disminución de formación de aguas profundas sería del 19%.
Si todo esto sucede, el colapso de la formación de aguas profundas,
directamente relacionado con la circulación termohalina, se mantendría durante
siglos, prácticamente hasta que se detuviera el derretimiento en la Antártida.
Estos
porcentajes son sorprendentes y preocupantes. Conforme se acentúe la
desaceleración de la circulación termohalina aumentarán los eventos climáticos,
se alterará el equilibrio de calor, agua dulce y salada, oxígeno y carbono en
todos los océanos, en el océano global. De hecho, ya hay importantes
disminuciones de oxígeno en las aguas profundas de la Antártida, algo que
altera determinantemente la salud del propio océano y su capacidad de fuente de
vida. Otra característica importante de las aguas profundas que se va perdiendo
es su facultad de almacenar dióxido de carbono manteniéndolo alejado de la
superficie. Se calcula que, a nivel global, los océanos capturan una cuarta
parte de las emisiones de dióxido de carbono que genera la humanidad.
Algo que
preocupa particularmente a muchos ecologistas marinos es el colapso del ciclo
de nutrientes. Este ciclo también afecta a todos los océanos de diversas formas
y bajo diversas corrientes frías y calientes, profundas y superficiales, que
están interconectadas y dependen unas de las otras. Básicamente, los nutrientes
llegan a las aguas profundas conforme mueren las criaturas marinas, y el
cinturón transportador oceánico los desplaza alcanzando de nuevo la superficie
gracias a sus corrientes. Si se agrava el debilitamiento del cinturón,
disminuirá esa llegada de nutrientes y peligrará el equilibrio de muchos
ecosistemas y formas de vida, acelerando todavía más los desplazamientos de
especies hacia lugares externos a sus hábitats, creando desajustes fenológicos
y acelerando la sexta extinción masiva. Además, la retención de nutrientes en
una zona provocará una gran acumulación, algo que igualmente sería muy
perjudicial, porque todo en la biosfera está configurado para que se mantengan
los ciclos y sistemas que sustentan la vida, y cualquier deterioro importante
de uno de sus componentes tiene causas dramáticas.
En la imagen superior se
observa el glaciar Thwaites, algunas de las plataformas que lo ayudan a
sostenerse, cómo hay una gran zona donde en su capa superficial ya se observan
irregularidades y agujeros (Mélange) debido a la pérdida de compacidad del hielo. También se observa toda la fragmentación en el mar de Amundsen fruto del deshielo. La desaparición
de capas heladas también acelera el calentamiento global al perderse zonas de
reflejo al espacio de la luz solar. La absorción del calor del Sol va
aumentando considerablemente conforme grandes superficies blancas son
sustituidas por aguas no congeladas, y esto alimenta un bucle de
retroalimentación donde se va multiplicando el deshielo con el
incremento de las temperaturas en aguas que deberían estar heladas.
Otro factor
e impulsor decisivo de este gran desequilibrio de ámbito global es la formación
del patrón meteorológico de El Niño en el Pacífico, que ya se considera que ha
empezado sustituyendo al patrón de La Niña. El Niño es un patrón de calor que
podría acelerar el deshielo de las plataformas y glaciares de la Antártida
llegando a un punto de no retorno. Además, una investigación de la Agencia
Científica del Gobierno de Australia (CSIRO, por sus siglas en inglés) ha
señalado que los efectos de El Niño en la Antártida generarán una bajada de
temperaturas de las aguas superficiales y un aumento de temperaturas en las
aguas submarinas. Todo ello es la expresión de más deshielo y de un mayor
desajuste de la circulación termohalina y todas las consecuencias que hemos
visto, y se suma a que el pasado mes de febrero de este año (2023) ya se
registró la menor proporción de hielo antártico, llegando a un 34% menos de la
media habitual, y a que en la Antártida ya se registran olas de calor con
temperaturas que superan los 18ºC.
Algunos científicos han considerado positivo
que los efectos del deshielo y el calentamiento en el Atlántico Norte no sean
tan directamente impactantes sobre la circulación termohalina, pero tal como
señala Stefan Rahmstorf, oceanógrafo y jefe de análisis del sistema terrestre
en el Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático en Alemania:
“Tal optimismo está mal fundado. Incluso si las emisiones
futuras no aumentan tanto como se predijo, es "irrelevante" para el
destino a corto plazo del transportador oceánico”. Rahmstorf deja claro que
todo el perjuicio del debilitamiento o colapso de la formación de aguas
profundas ya no es evitable y esto será un potenciador de un mayor
debilitamiento de la corriente termohalina, y también declara: “El escenario
que sigamos solo comenzará a marcar una gran diferencia más allá de la década
de 2040”, todo ello si realmente se implementan políticas agresivas y
contundentes para detener el calentamiento global y todo el deterioro de la
biosfera.
La Tierra no cesa de demostrarnos que es un cuerpo planetario único,
interconectado, con sistemas y ciclos que todavía no comprendemos y que van
más allá de nuestra entendimiento del espacio y del tiempo, con ajustes que son
fundamentales para la necesaria salud de la biosfera, mostrándonos las
características del Efecto Mariposa y que respetando cada hábitat, cada pequeña
parte de este planeta bellísimo, estamos respetando a toda la globalidad. Este
efecto global de cada área, de cada ciclo, de cada corriente oceánica,
atmosférica, etc., lo encontramos en estas palabras de la oceanóloga Nancy Liliana Villegas,
profesora de la Facultad de Ciencias de la UNAL (Universidad Nacional de
Colombia): “Lo que ocurre en el Pacífico y Caribe colombiano tiene un impacto
en la Antártica y viceversa: los sistemas de agua están directamente
relacionados, y el aumento de la temperatura en esos lugares que parecen
lejanos está más cerca de lo que parece”.
Fuentes:
Imágenes:
1- Plataforma de hielo: De W. Bulach - imagen propia, CC BY-SA 4.0,, vía Wikimedia Commons
2- Cinta transportadora: De Avsa, CC BY-SA 3.0, vía Wikimedia
Commons
3- Glaciar Thwaites: De NASA Earth Observatory. Imagen de Lauren Dauphin. Dominio público, vía Wikimedia Commons
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