jueves, 14 de septiembre de 2017

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Publicado por David Arbizu

LOS HURACANES: ¿CÓMO SE FORMAN? ¿CÓMO AUMENTAN SU POTENCIA? ¿CÓMO SE PREDICE SU RUTA? ¿QUÉ SUCEDE BAJO EL AGUA CUANDO ESTÁN EN MAR ABIERTO?
El principio de un huracán está en la formación de una perturbación climática u onda tropical, que es un fenómeno atmosférico que generalmente se forma sobre mares u océanos cuando se combinan el aire, un aumento de la temperatura del agua del mar y el calor de los rayos solares. Conforme va aumentando la fuerza del sistema atmosférico y, en especial, la velocidad del viento que lo forma, va cambiando de nombre y pasa por ser una depresión tropical, una tormenta tropical y, finalmente, un huracán o tifón.
Se considera que cuando la temperatura del agua del mar o del océano llega a los 26-27ºC, se inicia un proceso de evaporación facilitado por el aire o viento seco, que normalmente proviene del continente y el calor del Sol. Al evaporarse, el agua asciende atrayendo todavía más el calor de los rayos solares y toda esa energía térmica se va transfiriendo al aire. Ese vapor de agua transporta la energía hacia arriba, donde el aire es más frío, se condensa en forma de nubes y libera todo su calor elevando la temperatura del aire, que empieza a rotar ligeramente originando nubes cada vez más compactas y más altas.
 
Estas características necesarias para la formación de este sistema atmosférico se encuentran en las áreas tropicales, donde fácilmente se produce una situación de baja presión en la superficie del océano. El aire se eleva cada vez más rápido para llenar este espacio de baja presión, atrayendo a su vez más aire cálido de la superficie del mar. Este aire, en forma de vientos con determinadas direcciones debido a la rotación de la Tierra, hace que la tormenta gire sobre sí misma y tenga un desplazamiento este-oeste. Si permanece sobre el agua caliente, la tormenta tropical va creciendo y fortaleciéndose y también se va desplazando conforme aumenta la velocidad del aire que va siendo succionado desde el centro de la baja presión, de tal modo que puede llegar a convertirse en un huracán con vientos estructurados rotando a velocidades superiores a los 120 kilómetros por hora. El huracán se caracteriza porque tiene lo que se conoce como “ojo del huracán”, que es la parte central con condiciones más calmadas y donde la presión atmosférica es más baja. El ojo del huracán está rodeado de una banda nubosa, donde el aire se va enfriando a medida que se aleja del ojo. Toda la banda nubosa, formada por grandes espirales en continua rotación, está cargada con fuertes vientos y tormentas que provocan lluvias torrenciales y grandes descargas eléctricas.
 

La fuerza del huracán se mide según su categoría y para ello se utiliza la “escala Saffir-Simpson”, que fue creada para medir la fuerza de los huracanes en el continente americano pero ha acabado siendo utilizada, generalmente, como el sistema para categorizar los huracanes, ciclones y tifones. La escala Saffir-Simpson clasifica los huracanes según la intensidad del viento y describe los efectos y daños que pueden ocasionar teniendo en cuenta el oleaje y las inundaciones. Por ejemplo, esta es la descripción de un huracán categoría 5: Vientos superiores a 252 km/h. Daños destructivos en todo tipo de construcciones. Cortes de las vías principales. Árboles y postes derribados.
Quiero señalar que la palabra “huracán” se utiliza cuando este tipo de fenómeno atmosférico sucede en el Atlántico y en el noreste del Pacífico, cerca de las costas de América; cuando sucede en el Índico se utiliza la palabra “ciclón” y cuando es en el oeste del Pacífico, cerca de las costas de Asia y todas sus islas, se utiliza la palabra “tifón”.

Para predecir la formación, la intensidad y la ruta de un huracán, los meteorólogos se fijan primero en las tormentas que pueden potencialmente convertirse en huracanes. Actualmente tienen acceso a mucha información acumulada durante decenas de años sobre este tipo de fenómenos, pero la precisión a la que se ha llegado últimamente se debe a la tecnología y, en particular, a las imágenes que toman los satélites y a los datos que recogen los aviones especializados. De acuerdo con la NASA, trazar la ruta de un huracán depende de la precisión con la que se predicen los vientos en modelos computarizados y para ello es necesario que haya una precisión en el monitoreo y un seguimiento continuado.
A pesar de todos los avances tecnológicos, los expertos advierten que todavía es difícil predecir con 100% de exactitud la ruta que tendrá un huracán, ya que en cualquier momento puede bajar repentinamente su intensidad de maneras que la ciencia todavía no termina de entender.


Ahora ya estamos acostumbrados a las imágenes de los huracanes tomadas desde los satélites y también a los mapas meteorológicos donde se observa su situación, la posible trayectoria que puede seguir y su proceso de fortalecimiento o debilitamiento, pero quizás pocas personas se han hecho esta pregunta: ¿Qué sucede bajo el agua cuando un huracán está en mar abierto? La respuesta es que pueden suceder cosas positivas y cosas negativas. Los vientos del huracán soplan sobre la superficie del agua creando olas cada vez más grandes, que interaccionan más con el viento y siguen aumentando. Durante este proceso, bajo el agua se forman movimientos circulares bajo las olas y estos movimientos circulares, cuya potencia depende de la fuerza del viento al crear las olas, van creando círculos más pequeños, uno bajo el otro, formando movimientos orbitales conforme se internan profundamente. Para los peces que se desplazan lentamente, como el caballito de mar, los cangrejos o las tortugas marinas, estas olas y turbulencias pueden ser muy peligrosas, así como para otros seres cuyos hábitats se encuentran en zonas menos profundas, como es el caso de los corales, mientras que la mayoría de los peces y mamíferos marinos simplemente se apartan y se alejan del peligro.
En algunos casos, cuando hay huracanes muy potentes, estos movimientos orbitales pueden llegar al fondo del océano y entonces se aplastan y se forman movimientos horizontales que pueden tener gran envergadura y rapidez, levantar sedimentos e incluso mover objetos grandes como, por ejemplo, barcos hundidos. Al removerse el fondo del mar también se liberan muchos nutrientes que proporcionan una fuente de alimento para muchas formas de vida y fortalecen la cadena alimenticia.
Los movimientos orbitales provocan que se mezclen las aguas calientes de la superficie con las aguas frías de las profundidades consiguiendo que se refresque la capa más superficial del océano. Cuando esto sucede en zonas poco profundas da un alivio a los corales que pueden estar en peligro debido a las altas temperaturas, aunque, por otro lado, su supervivencia, así como la de otros animales como cangrejos, ostras, etc., se ve amenazada por la fuerza del oleaje.


En la imagen superior se observa el huracán Irma pasando por encima de la República Dominicana. Irma ha sido noticia durante toda la semana pasada, pocos días después de que otro huracán, el huracán Harvey, de categoría 4, causara gravísimas inundaciones en Texas y Luisiana. El huracán Irma llegó a categoría 5, considerándose un súper-huracán, llegó a tener un tamaño similar al de Francia y en su trayectoria por el Caribe arrasó varias islas con sus vientos sostenidos de casi 300 km/h., sus lluvias torrenciales y el gran oleaje provocado. También afectó con fuerza la península de Florida, aunque allí llegó debilitado a categoría 4 pero igualmente causando destrucción y graves inundaciones. Ambos huracanes dejaron decenas de muertos a su paso. 

Aunque se considera extraño que, en el Atlántico, un huracán pueda llegar a categoría 5, el cambio climático que está experimentando la Tierra favorece todas las condiciones para que se genere un huracán de estas dimensiones. Hay que tener en cuenta que las temperaturas del océano son cada vez más elevadas y que los patrones del viento sufren cambios y alteraciones, algo que también puede favorecer que el aire pueda elevarse sin encontrar flujos de viento cortantes que impidan su intensificación. Esa rápida formación facilita que lo que en principio es una tormenta tropical, que se forma frente a las islas de Cabo Verde (África), encuentre un largo camino a recorrer (la anchura del Atlántico) sobre aguas cálidas y sin encontrar masas de tierra que pudieran debilitarla.

El paso del huracán Irma por el Caribe y Florida nos dejó imágenes como la que sigue a continuación, donde se observa cómo ha desaparecido el agua de las playas y costas, como si el huracán la hubiera engullido.

Retroceso del mar en una de las playas de Tampa (Florida)

Este fenómeno sucede porque, al haber una presión atmosférica muy baja, el nivel del agua del mar sube en el centro del huracán y, por lo tanto, allí existe una gran atracción de agua. Si a esto añadimos la gran velocidad y potencia de los fuertes vientos del huracán moviéndose de forma circular en las zonas periféricas, nos encontramos con que en algunas costas los vientos empujan el agua en forma de gran oleaje hacia el interior provocando inundaciones, mientras que en otras desplazan el agua hacia el ojo del huracán, de manera que el agua va retrocediendo y deja una amplia zona sin agua, dando la sensación de que ha desaparecido. Tal como se pudo observar en las zonas donde sucedió esto, al cabo de varias horas el agua volvió sin hacerlo de forma violenta, ocupando de nuevo todo el espacio hasta la línea costera.

Esperemos que la formación de estos huracanes tan potentes no se vuelva habitual en el Atlántico ni tampoco en el Pacífico, a pesar de que en ambos océanos existen las circunstancias favorables para que se produzcan y al hecho de que, según los científicos, el cambio climático está haciendo que las tormentas sean cada vez más destructivas y que todavía quedan más de 2 meses para que finalice la temporada de huracanes del 2017, que acaba el 30 de noviembre en ambos océanos.


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