Los océanos ocupan el 71% de la superficie de nuestro planeta, un espacio enorme y al mismo tiempo vital para la vida, para sostener y generar las condiciones que definen una biosfera tan especial y repleta de biodiversidad. Por desgracia, sabemos que esa enorme superficie de agua, que en realidad es un solo cuerpo porque es el ser humano el que lo ha dividido y nombrado según su parecer, está cada vez más contaminada y negativamente alterada por todo tipo de actividades humanas donde reina la falta de respeto junto con un abuso que está conduciendo a la multiplicación de zonas muertas y la aceleración de la sexta extinción masiva, donde también hay que tener en cuenta que el océano, como entidad, también se está muriendo.
Todos podríamos enumerar actividades humanas perjudiciales, desde la pesca de arrastre hasta los vertidos contaminantes de todo tipo junto con la destrucción de manglares y costas imprescindibles para la salud y equilibrio oceánico y planetario. Algunas de las actividades más impactantes y destructivas, tanto en la superficie terrestre como oceánica, son las que están relacionadas con la extracción de materiales. Hasta el momento, en el océano estas actividades estaban centradas en la extracción de gas y petróleo a través de las plataformas que perforan el lecho marino, y ha habido muchos accidentes, como el de la plataforma Deepwater Horizon en el Golfo de México, que han provocado devastación y contaminaciones de tal envergadura que en realidad se desconoce si algunas zonas llegarán a recuperarse.
La primera plataforma petrolífera se instaló en 1846 en el Mar Caspio, en aguas de Azerbayán, y pocos años después también se construyeron plataformas en el Gran Lago Saint Marys, en Ohio (Estados Unidos), que luego fueron trasladadas al Canal de Santa Bárbara (California), en aguas del océano Pacífico. Todo esto ya señalaba un enfoque de negocio hacia el océano y el inicio de investigaciones para analizar qué se podía extraer de él, y en 1873 se descubrió que en algunas partes del fondo marino se forman nódulos polimetálicos, que contienen manganeso, níquel, cobalto y cobre. Años más tarde, en 1948, se descubrieron los sulfuros polimetálicos, que pueden contener cobre, plomo, zinc, oro y plata, además de otros minerales. Los depósitos de sulfuros polimetálicos se forman a lo largo de los límites submarinos de las placas tectónicas, ya que se originan a partir de los fluidos hidrotermales relacionados con la emisión de materiales internos, subterráneos, junto con la actividad volcánica submarina, por lo tanto hablamos de depósitos que se encuentran a partir de los 1.400 metros de profundidad. Toda esta actividad también forma relieves y montes submarinos donde se encuentran costras de ferromanganeso que contienen cobalto, titanio, níquel, platino, molibdeno, telurio, cerio y otros elementos muy atractivos para la denominada “minería submarina” o “minería de aguas profundas”. Ahora se sabe que desde la minería submarina se podría tener acceso al 96 % del cobalto, al 84 % del níquel, al 79 % del manganeso y al 35 % del cobre del total de las reservas estimadas en el planeta.
Toda esta riqueza y potencial ha generado la preparación de negocios y actividades de exploración por parte de grandes empresas mineras y estados, todo ello con vistas a poder iniciar extracciones a gran escala. Los estados que limitan con mares y océanos tienen derechos soberanos sobre sus aguas territoriales, incluso esos derechos pueden llegar a lo que se llama la “Plataforma Continental”, que es una franja que en algunos casos se encuentra a más de 550 kilómetros de la costa. Por suerte, esos derechos dejan de existir en aguas internacionales, donde se encuentran zonas de alto interés para las compañías mineras.
Conforme el océano se iba convirtiendo en una gran zona a explotar comercialmente, también se impulsó la necesidad de protegerlo y legislar y limitar toda actividad realizada en los fondos marinos. En la década de los años ochenta del siglo pasado, la mayoría de países del mundo, a excepción de Estados Unidos, firmaron la “Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar” y crearon la Autoridad Internacional de Fondos Marinos (ISA, por sus siglas en inglés), con la misión de proteger los fondos marinos y al mismo tiempo organizar su explotación comercial, algo que ahora mismo se podría tachar como mínimo de incoherente e imposible.
Una de las principales misiones de la ISA era elaborar la legislación para controlar y limitar el impacto de las actividades mineras, aunque en el momento de su creación todavía no existía la industria minera de fondos marinos, que ahora sí que se ha potenciado y exige empezar las explotaciones. De momento la ISA no ha conseguido desarrollar esa legislación porque las personas encargadas de hacerlo, como representantes de diversos países, no se ponen de acuerdo. Tal como indica Pradeep Singh, experto oceanográfico: “Una de las cosas que realmente no hemos debatido y acordado en la ISA es qué niveles de daño se consideran aceptables y qué niveles de daño no son aceptables. Ni siquiera nos hemos acercado a estar de acuerdo en esto todavía. Así que va a llevar mucho tiempo”. Desde la fundación de la ISA, la minería a gran escala está prohibida, pero sí que se han concedido permisos de exploración al menos a 22 empresas y gobiernos, así que se están realizando exploraciones en amplias zonas del Atlántico, Pacífico e Índico, y estas empresas y gobiernos pueden reservar las zonas exploradas para su posterior explotación comercial, algo que implica una gran presión porque van a querer rentabilizar todo lo invertido.
Curiosamente, el pasado 9 de julio (2023) era la fecha tope para que la ISA publicara la legislación reguladora de la minería en aguas profundas, pero tal como he señalado en el párrafo anterior, esto no se cumplió. Entre 15 y 20 países miembros han pedido una moratoria para desarrollar las normativas, pero son unos pocos respecto a los 167 estados miembros totales. Además, dentro del tratado sobre la prohibición de la minería submarina hay una sección, conocida como “párrafo 15”, que establece que si cualquier país miembro notifica formalmente a la Autoridad de los Fondos Marinos que quiere iniciar la minería marina en aguas internacionales, la organización tendrá dos años para adoptar una normativa completa, de lo contrario ese plan de explotación presentado quedará provisionalmente aprobado. Y el pasado 9 de julio hizo 2 años que un representante del gobierno de Nauru, un pequeño país de Micronesia, notificó formalmente a la ISA su plan para iniciar la extracción de minerales del fondo marino, así que legalmente podría quedar aprobado su plan de explotación. Después de esa notificación de hace 2 años, esta nación se asoció con la empresa canadiense The Metals Company, que ya ha realizado actividades de exploración y está preparada para la explotación. Así que: “hecha la ley, hecha la trampa”, aunque en este caso ni siquiera está hecha la ley todavía, y también es curiosa la pequeñísima diferencia de solo una letra entre las palabras “exploración” y “explotación”.
El continuo avance tecnológico significa mayor poder, mayores capacidades, mayor alcance. De hecho, cada vez se está pescando a mayor profundidad, cada vez se está perforando a mayor profundidad y se pueden realizar exploraciones en fosas marinas con las que hasta ahora no se contaba. Algunas empresas, como The Metals Company, ya han realizado muchas pruebas piloto y están preparadas para empezar la explotación. Las empresas explican que se requieren estos minerales para la expansión definitiva de las energías y tecnologías verdes y renovables, y que las nuevas tecnologías también permiten encontrar métodos menos invasivos y peligrosos, pero solo con observar ligeramente los métodos de extracción uno ya puede discernir todo lo que van a significar, toda la destrucción y muerte que van a provocar. Por algo países como Alemania, Chile, España y algunas naciones insulares del Pacífico están apoyando a organizaciones ecologistas y de defensa del océano para pedir un aplazamiento temporal de esta minería. También algunos bancos han declarado que no concederán préstamos a empresas mineras, e importantes empresas, como BMW, Microsoft, Google, Volvo y Volkswagen, han notificado abiertamente que no comprarán metales extraídos de fondos marinos hasta que no exista una seria evaluación de su impacto ambiental. Todo ello forma parte de una presión con la que se ha logrado que el pasado 21 de julio las naciones miembros de la ISA (Autoridad Internacional de los Fondos Marinos) acordaran una hoja de ruta de dos años para desarrollar y concluir la legislación y regulaciones de la minería submarina, pero desde las organizaciones ecologistas hay el temor de que igualmente se puedan aceptar planes de explotación.
Extracción con bomba hidráulica
En el caso de los nódulos polimetálicos, estos se hayan en una capa delgada superior del lecho marino, una capa de solo 10 centímetros de espesor, así que se requerirá arrasar con miles y miles de kilómetros de fondo marino para extraer los minerales, y sucede lo mismo con las costras de ferromanganeso que se hayan en montes submarinos, que deberán ser diezmados para recolectar la fina capa donde están los minerales. La extracción se realiza utilizando bombas hidráulicas o sistemas de cubos que suben el material a la superficie para que sea procesado en barcos o plataformas, y una vez extraídos los minerales se devuelve el material restante al océano. Todas estas operaciones implican grandes alteraciones, contaminación y toxicidad tanto del fondo como de la propia agua, ya que se pueden crear capas de partículas de desechos flotantes, que incluso pueden ser radiactivos, afectando a muchos seres, incluso impidiendo el paso de la luz solar a través del agua. Todo ello implica muerte de seres que viven en esas zonas, alteración de la cadena alimenticia, destrucción de ecosistemas, posible colapso de corrientes oceánicas, etc. Además, las máquinas que se muevan por el fondo marino destruirán corales y muchas especies vitales para la salud del área y de todo el océano. Todo el proceso de explotación conlleva ruido y luminosidad afectando especialmente zonas muy silenciosas y oscuras, y ese ruido también afectará a muchos animales marinos que requieren la frecuencia limpia e inalterable de las aguas para orientarse, para alimentarse, para reproducirse, incluso hay animales que utilizan la bioluminiscencia para comunicarse, cazar, etc. Y hay que tener presente que estamos hablando de actividades mineras masivas, tanto a nivel de extracción como de vertido del “sobrante”, de lo que ya no interesa, sin tener en cuenta toda la destrucción que se va a provocar.
También hay que considerar que todo ello provocará la liberación de grandes cantidades de carbono que está atrapado en el fondo marino. De hecho, recientemente se ha demostrado que debido a la pesca de arrastre se libera anualmente tanto dióxido de carbono como el que emite la aviación mundial. Por lo tanto, estamos ante una situación extremadamente peligrosa para el océano y para el planeta, y el ser humano va a invadir zonas oceánicas que en realidad desconoce, que todavía no se han valorado correctamente a nivel científico, zonas en las que su equilibrio y salud pueden ser verdaderos puntos cruciales para que la crisis climática no se acelere todavía más. Y científicamente sí que se sabe que el océano, además del dióxido de carbono, absorbe gran parte del exceso de calor, que muchos patrones climáticos dependen del estado y condiciones del océano, que sin el océano no puede existir la vida. Tal como advierte Diva Amon, una científica marina que incluso ha trabajado como contratista de una de las empresas de minería marina: “Esto tiene el potencial de transformar los océanos, y no para mejor. Podríamos llegar a perder partes del planeta y especies que viven allí antes de que las conozcamos, las entendamos y las valoremos”.
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