Redactado y publicado por David Arbizu
El término “estación” se refiere a un período de tiempo con una duración superior a un mes en el que se dan unas características concretas, normalmente meteorológicas, que lo diferencian de otros períodos o estaciones a través de los cuales se divide un año. Para muchos habitantes del planeta, el año se divide en cuatro estaciones y sus períodos están marcados principalmente por los dos solsticios y los dos equinoccios anuales, pero hay zonas de la Tierra donde no se establece esa división estacional concreta. Por ejemplo, el calendario hindú contiene seis estaciones, que expresan patrones climáticos como la llegada de los monzones, la congelación y descongelación del hielo, etc. Otra situación distinta se da en las zonas ecuatoriales, entre los dos trópicos, donde normalmente hay 2 estaciones: la húmeda y la seca. También se establecen dos estaciones al hablar de la Antártida y el Polo Norte, y en estos casos se trata de una estación en la que nunca se pone el Sol y otra en la que el Sol nunca sale.
En todos los casos está claro que, a nivel de fechas concretas y de su relación con eventos astronómicos como los solsticios y los equinoccios, el inicio y final de una estación no es algo que señale unas condiciones precisas y determinantes climatológicamente hablando, y que en realidad el planeta nos muestra todo el dinamismo que da forma y sostiene su biosfera, de manera que no se pueden hacer divisiones porque es la propia fuerza de vida de la Tierra la que configura sus condiciones y de ese modo sus ecosistemas y toda su variedad como su forma de expresión biológica, climática y también estelar si consideramos sobre todo la relación vital con el Sol.
El ser humano forma parte de la biosfera, participa de ese dinamismo y se alimenta y existe gracias a la fuerza de vida de la Tierra, pero desgraciadamente, y en especial desde el inicio del Antropoceno, el ser humano está desequilibrando todos los patrones, los ciclos y las formas de vida de este planeta, y esto se está configurando cada vez más como una fuerza devastadora que está destruyendo el planeta, alterando los patrones climáticos y, obviamente, desajustando todos esos períodos de tiempo estacionales que, aunque no sean fijos, sí que forman parte de la dinámica evolutiva, de prosperidad y de supervivencia que requiere la biosfera y cada uno de sus habitantes, porque además del dinamismo existe la conexión, la dependencia, la coexistencia que se basa en el equilibrio que se forja por la interrelación que debe haber entre todos los seres vivos, entre todas las pautas existenciales, donde incluso podríamos hablar de patrones emocionales y mentales, que están vinculadas a unas condiciones climáticas e incluso astronómicas apropiadas, dinámicas dentro de los márgenes que hacen tan especial a este planeta.
El cambio climático es la expresión de la rotura del equilibrio provocada por la acción y comportamiento del ser humano, es la expresión de la sexta extinción masiva, del desencaje de la fuerza sustentadora de vida del planeta. El cambio climático ya ha modificado cualquier estructura establecida a nivel de estaciones, y lo ha hecho en todo el planeta conforme aumenta el calentamiento global, de manera que en general ahora tenemos períodos anuales con temperaturas elevadas cada vez más largos. Por decirlo de otro modo: se prolongan los veranos y se reducen los inviernos. Algunos cálculos científicos señalan que para el año 2100 lo que consideramos verano durará unos seis meses cada año y que el clima invernal durará menos de dos meses. Pero en realidad hay zonas del planeta donde esto ya está pasando, y si a la continua prolongación del clima más cálido le añadimos el desequilibrio que estamos viendo con períodos de tormentas con lluvias torrenciales y períodos de sequía extrema, incluso sobre una misma zona del planeta, lógicamente esto está creando un desorden que afecta a todo el ciclo vital planetario, a cada sistema que lo forma, a cada ecosistema, a cada hábitat.
A pesar de que solo se puede hablar de las estaciones del año teniendo en cuenta el dinamismo de la propia Tierra y su biosfera, muchas especies dependen de esos cambios que determinan diferentes condiciones que son como señales que influyen en los ciclos de vida, en procesos que para muchos seres vivos muchas veces son repetitivos y forman parte del nacimiento, crecimiento, desarrollo y expansión, apareamiento y reproducción, e incluso de la muerte. Entonces, toda modificación estacional extrema, fuera de los márgenes que contempla el buen funcionamiento de la biosfera y cada forma de vida, va a provocar un desajuste fenológico que irá afectando en cascada a todo un hábitat o ecosistema, y finalmente a todo el planeta, porque todo está conectado, todo forma parte de una unidad planetaria como fuerza de vida, como la entidad que es Gaia.
Al igual que hace años que se habla de las especies polinizadoras como imprescindibles para la agricultura, también lo es la estructura que conocemos como estaciones del año. Para mantenerse fértil, el suelo, la tierra, necesita sus períodos de calor, de frío, de humedad, de sequedad. Cualquier desajuste o desincronización se expresa en infertilidad, en falta de oxígeno, en falta de animales que tienen una relación fundamental con el suelo y el subsuelo para mantenerlo sano, y todo ello conduce a propagación de especies invasoras, a propagación de plagas, a la enfermedad de la biosfera. Y aunque parece más fácil hablar de la litosfera, sucede de igual modo en la atmósfera y en la hidrosfera, donde también se requiere su buen estado, su equilibrio desde sistemas y ciclos hasta la dependencia y conexión entre especies, porque obviamente litosfera, hidrosfera y atmósfera están conectadas y forman parte de un sistema global planetario. Y el ser humano no parece ser consciente de que pertenece a ese engranaje, de que por mucho que abuse de él hay una parte que no la puede controlar, de que la tecnología climática, como la siembra de nubes, acabará creando todavía mayores desequilibrios y eventos catastróficos.
Ahora ya estamos viendo algunas consecuencias negativas al saber que se pierden cosechas debido al cambio climático, al ver cómo algunos vegetales son más pequeños de lo habitual porque a la planta le falta fuerza, le faltan vitaminas y humedad que normalmente obtiene de la tierra, del aire, del agua, y entonces de pronto los precios de algunos alimentos básicos se ponen por las nubes y seguramente en un futuro cercano empezarán a escasear severamente. Y todo esto habitando en lo que se llaman “países desarrollados”, porque en países más pobres y con una mayoría de la población con falta de recursos, las condiciones climáticas normalmente son más severas y se complica la supervivencia forzando desplazamientos y lo que llamamos “refugiados climáticos”, además de alcanzar enormes tasas de hambruna de gran parte de la población que no puede permitirse migrar.
Algunos científicos e investigadores son conscientes de todo esto, e indican y enfocan sus estudios en cómo las alteraciones de las estaciones aceleran el cambio climático creando más situaciones adversas. Un buen ejemplo nos lo muestra el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF, por sus siglas en catalán). Estos investigadores han publicado un artículo en la revista Science mostrando los efectos que provoca el hecho de que los árboles de hoja caduca tarden más en perder sus hojas debido a que el otoño empieza cada vez más tarde. Una de las conclusiones interesantes que presenta el artículo es que estos árboles secuestran más CO2 de la atmósfera al mantener más tiempo sus hojas, algo en principio beneficioso. Pero cuando las plantas captan CO2 también expulsan agua en forma de vapor, así que requieren un nivel óptimo de humedad en el suelo para mantener este mecanismo fotosintético. Cuando hay humedad en el suelo y se genera la fotosíntesis se pueden formar nubes y facilitar que haya precipitaciones, pero cuando el suelo está seco y existe una sequía severa, tal como está sucediendo en algunas regiones del Mediterráneo, la prolongación de la actividad de estos árboles seca todavía más el suelo, crea un estrés en la vegetación e influye en el aumento de las temperaturas. Estudios como este, y como los que también se realizan en zonas del planeta donde están cambiando las estaciones que están ajustadas a la llegada de los necesarios monzones, facilitan que aumente la conciencia sobre el cambio climático y todos los peligros que conlleva, y deben ser una fuerza que impulse nuevas políticas, nuevos estudios, nuevas estrategias enfocadas en las acciones necesarias para detener todo lo que penosamente está definiendo el Antropoceno.
Hoy, jueves 30 de noviembre de 2023, empieza la COP 28, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. El lema de este año es: “Unir. Actuar. Cumplir”. Hasta el 12 diciembre estarán reunidas en Dubái más de 70.000 personas, y se espera que este año se llegue a acuerdos que realmente se implementen. Tras 28 años celebrándose, desgraciadamente los logros y acuerdos siempre han sido mínimos y ha sido vergonzoso ver cómo cada año se llegaba a las fechas finales de la conferencia sin ningún tipo de acuerdo, con cada país velando solamente por sus intereses económicos y dejando pasar un año más sin ni siquiera implementar lo mínimo acordado. Esperemos que este año sea realmente positivo y empiece la restauración de lo destruido y contaminado deteniendo toda acción devastadora, y que veamos los ciclos de vida de este planeta en plenitud acordados al dinamismo de unas estaciones que definan una elevada salud de su biosfera, de toda su fuerza de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario