En este planeta, nuestro hogar, no existe ninguna especie prescindible, tanto
animal como vegetal, no existe ninguna montaña, llanura, desierto, mar, lago,
río, etc., cuya forma, altura o extensión no tenga una razón de ser tal como es,
incluida su erosión y cambios que suponen nuevos acondicionamientos del
ecosistema y hábitats a los que da forma o cobijo, pues nuestro mundo y nuestra
biosfera son dinámicos, la vida es movimiento, y ese dinamismo debería ser
equilibrado y evolutivo, sin los desajustes e injerencias artificiales e
impropias que provoca el ser humano.
Estamos a finales del año 2023 y se acaba
de celebrar la COP28 en Dubái, y aunque algunos medios de comunicación utilizan
titulares indicando un avance hacia el final de la era del uso de combustibles
fósiles, hay otros que reconocen una vez más el gran fracaso de estas cumbres
sobre el cambio climático, la falta de determinación y la falsedad escondida en
acuerdos y textos que no imponen ninguna resolución definitiva ni ningún tipo
de control, obligatoriedad ni penalización.
Mientras tanto observamos cómo
avanza el desequilibrio climático, cómo casi a mitad de diciembre se alcanzan
casi los 30ºC en Málaga (España), cómo se agrava la sequía en algunos lugares y
se condensan lluvias e inundaciones en otros, cómo se detectan muchas subidas
de magma en muchos puntos del planeta, mostrando cómo el desequilibrio de las
capas superficiales también tensan y desajustan las capas más internas de este
cuerpo planetario que habitamos. De igual modo se acelera la sexta extinción
masiva, y aunque aumentan los programas y organizaciones que trabajan con
especies con problemas de supervivencia, ya en el año 2019 se contemplaba que
había 1 millón de especies animales y vegetales en peligro de extinción.
Al
menos toda esta situación está impulsando un enfoque científico más global,
planetario, con investigadores que aunque puedan centrarse en un ecosistema
concreto, o una especie, son conscientes de que todo está interconectado, de
que el mundo vegetal no podría sobrevivir sin el mundo animal y viceversa, así
como no se puede sobrevivir sin un suelo, aire y agua que mantengan unas
condiciones saludables. Todo esto ha catapultado estudios sobre la relación
entre las especies y el cambio climático, porque si se entiende esa conexión
entre especies y medio ambiente como el fundamento de una biosfera activa,
potente y llena de biodiversidad, también entonces aumenta el interés por ver y
demostrar de qué forma las especies aportan la parte que les corresponde a ese
equilibrio dinámico que se constituye como sostenedor y facilitador de que la
vida prospere en este planeta.
Un estudio muy interesante publicado a principios
de este año, y del que ahora algunos medios de comunicación se han vuelto a
hacer eco presentándolo de nuevo a finales de noviembre, demuestra cómo el
comportamiento y forma de vida de especies o grupos de animales tiene un efecto
directo sobre el clima. Este estudio se centró en nueve grupos de animales, y
los resultados indican y se focalizan especialmente en su influencia sobre la
captura o liberación de CO2 a la atmósfera, creando efectos positivos o
negativos sobre el calentamiento global, pero en todo caso revelando la
significante influencia de la vida silvestre sobre la cantidad de carbono que
se acumula en la atmósfera y también cómo esa vida representa la expresión de
ese dinamismo y vínculo de cada acción generando avances en algunos aspectos y
retrocesos o pérdidas en otros. Voy a enumerar las especies estudiadas haciendo
un breve resumen de lo aportado por este estudio sobre cada una de ellas.
-
Ñus: Estos animales, como muchos otros, han pasado por etapas de prosperidad y
de adversidad casi siempre relacionadas con el comportamiento humano. A mitad
del siglo pasado, el número de estos grandes herbívoros cayó brutalmente debido
a la caza furtiva, a enfermedades transmitidas por el ganado y a la pérdida de hábitat,
y esto tuvo su impacto en la vegetación, que aumentó notablemente. Si consideramos
el efecto de esta situación sobre el cambio climático, se podría pensar que a
mayor volumen de vegetación, mayor secuestro de carbono, pero la realidad fue
que se multiplicaron los incendios forestales y se liberó gran parte del
carbono almacenado en las plantas y el suelo de la sabana. Sin embargo, al
recuperarse las poblaciones de estos grandes herbívoros también quedó
controlado el crecimiento excesivo de la vegetación, así como los incendios, y
hay que añadir que su estiércol enriquece el suelo y facilita que el carbono
quede capturado en la tierra. Este es un ejemplo de un hábitat que con el
descenso de ñus pasó a ser un emisor de carbono, y con la recuperación de estos
animales volvió a ser un sumidero con un alto valor para la reducción de
carbono en la atmósfera.
- Peces marinos: Se considera el grupo de especies que
puede tener un mayor impacto sobre el ciclo del carbono. Los peces capturan
carbono al comer plancton cerca de la superficie y luego lo liberan al hundirse
en el fondo marino a través de sus heces. El carbono también queda secuestrado
en sus cuerpos, que se hunden en el océano cuando mueren.
- Tiburones: Parte de la dieta de estos
grandes depredadores son peces herbívoros, de manera que su presencia restringe los
movimientos de peces que comen vegetación marina permitiendo el equilibrio y
salud de la vegetación oceánica y el cumplimiento de su función secuestradora
de carbono. Al igual que los otros animales, sus heces con carbono capturado
también se hunden en el fondo marino.
- Ballenas: Los excrementos de las
ballenas son como fertilizantes para el crecimiento del fitoplancton y otras
plantas microscópicas que consumen dióxido de carbono, así que sus hábitats y
sus vías de comunicación se convierten en zonas muy importantes para extraer el
CO2 de la atmósfera. También almacenan mucho carbono en sus cuerpos, que cuando
mueren normalmente se hunden en el océano.
- Lobos: Los lobos nos muestran cómo
un depredador puede beneficiar o perjudicar el secuestro de carbono dependiendo
del ecosistema donde habita y el rol de sus presas, muchas veces herbívoras, en
relación con el consumo de vegetación. Por ejemplo, en América del Norte los
alces fertilizan el suelo e impulsan el crecimiento de la vegetación con sus
heces. Los alces pueden habitar zonas donde el peligro de incendios no es tan
grande, y entonces es beneficioso un buen número de herbívoros que no sea
excesivamente diezmado por los lobos. Otro ejemplo lo encontramos con otra
especie animal abordada por el estudio publicado y que se detalla en el
siguiente punto: los bueyes almizcleros.
- Bueyes almizcleros: Viven en el
Ártico y son presa habitual de los lobos. Al comer y deambular por sus
hábitats, estos bueyes pisotean el suelo helado compactándolo y favoreciendo el
mantenimiento del permafrost frente al deshielo. El permafrost es una capa de
tierra helada que retiene enormes cantidades de metano y su derretimiento
representa un gran peligro en muchos sentidos, como por ejemplo la posibilidad
de liberar microbios ancestrales ante los cuales los seres vivos actuales de la
Tierra no tenemos las defensas apropiadas ni los avances médicos para
combatirlos. Así que los lobos, como depredadores, pueden mantener el equilibrio
de un ecosistema, incluso obligando a que grandes herbívoros no desciendan con
facilidad a los valles donde encuentran más alimento, algo que permite que siempre
haya suficiente vegetación para mantener la firmeza del suelo y que esa
vegetación retenga carbono. El problema surge si se alcanza un estrés excesivo sobre los animales, ya sea sobre la especie depredadora como sobre los herbívoros, algo que normalmente sucede debido a actividades humanas como la caza y provocar la pérdida de hábitats, porque también puede implicar
un crecimiento excesivo de la vegetación y otras causas como incendios o
proliferación excesiva de especies de plantas que pueden crear desajustes
fenológicos que acaben afectando también al secuestro de carbono.
- Elefantes: En
África, los elefantes destruyen ramas y vegetación al caminar, y esto potencia
el crecimiento de árboles más grandes y con ello la capacidad de absorber más
carbono. Al mismo tiempo pueden derribar árboles que estén secuestrando
carbono, pero esa “limpieza” que realizan facilita que crezcan y se
multipliquen mejor otras plantas importantes, como por ejemplo las que comen los ñus, por lo que se considera que realizan
una tarea beneficiosa.
- Bisontes americanos: Al igual que los otros grandes
herbívoros mencionados, al caminar compactan el suelo y favorecen la dispersión
de semillas. También sus heces son fertilizantes y son necesarios para mantener
el equilibrio de los ecosistemas y que el estado saludable de la vegetación
permita la retención beneficiosa de carbono.
- Nutrias: Las nutrias son otro
importante depredador para mantener la vegetación tanto de ríos como de
océanos. Las nutrias marinas, en especial, sostienen el equilibrio al cazar
animales que pueden diezmar la vegetación. El ejemplo más claro son los erizos
de mar, que son destructores de fondos marinos, y si su número no está
controlado por sus depredadores pueden liquidar ecosistemas dejándolos
prácticamente sin vida vegetal.
Así que podemos observar la relación entre las
especies y el secuestro de carbono, tal como señala Oswald Schmitz, colaborador
del estudio publicado y profesor de ecología poblacional y comunitaria de la
Universidad de Yale (Connecticut-Estados Unidos): “Como muestra la ciencia, la
dinámica de la absorción y almacenamiento de carbono cambia fundamentalmente
con la presencia o ausencia de animales”. Y aunque los estudios puedan hacerse
sobre especies animales o vegetales en particular, también se puede observar la
interdependencia que existe entre todos, cómo muchas especies son verdaderos
polinizadores, cómo la relación entre depredador y presa puede favorecer o
perjudicar a otros seres, al equilibrio y salud de un ecosistema que implique
mayor o menor absorción de carbono o liberación o retención de gases de efecto
invernadero. Esa es la belleza y complejidad también de la biosfera y la
biodiversidad de nuestro planeta, es la armonía natural que impulsa que unas
especies crezcan en un lugar pero no en otro, y que al mismo tiempo todas
desempeñen un rol imprescindible para todas las demás y para el propio planeta.
Por eso el ser humano es tan devastador en muchos aspectos, destruyendo
hábitats y especies, contaminándolo todo, favoreciendo el desplazamiento de
especies invasoras, dificultando en general ese equilibrio y armonía que es el
sustento de todos.
Por lo tanto es fundamental la defensa de la biosfera y de
todos los sistemas y ciclos que la configuran, y es fundamental poner en marcha
todos los mecanismos necesarios para detener la sexta extinción masiva. Por
otro lado, tal como indica Christopher Sandom, experto en reconstrucción y
profesor de biología en la Universidad de Sussex (Reino Unido): “Las
investigaciones han demostrado que la naturaleza es un conjunto complejo de
procesos entrelazados que pueden no dar el resultado esperado”, porque estos
estudios y demostraciones de la importancia de la vida animal y vegetal en
relación con el cambio climático no deben significar que favorecer programas de
defensa del medio ambiente y de especies en peligro sea la solución al cambio
climático. El que debe cambiar es el ser humano, el responsable de la crisis
planetaria es el ser humano, y así queda expresado claramente en estas palabras
de Christopher Sandom: “La reconstrucción no puede verse como una panacea. No
debemos simplemente pensar que la naturaleza puede absorber todo el carbono y
no adoptar medidas generales para reducir las emisiones provocadas por el
hombre”.
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