Publicado por David Arbizu
VERTIDOS DE ARMAS Y AGENTES QUÍMICOS EN LOS OCÉANOS TRAS LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
En mi
anterior artículo explicaba el gran problema y peligro de los residuos
nucleares que hay en los océanos, sobre todo en relación con los vertidos que
se hicieron tras la Segunda Guerra Mundial utilizando los océanos como si
fueran un vertedero enorme donde se podía echar de todo sin que hubiera
consecuencias. En este artículo quiero hablar de los vertidos químicos en los
océanos y, en particular, de las armas químicas que “sobraron” tras la Primera
y Segunda Guerra Mundial. Nos encontramos con una situación similar o incluso
más aberrante que con los residuos nucleares, con vertidos incontrolados,
hundimiento de barcos repletos de armamento de todo tipo, cargados de bidones
de gases venenosos y una situación calificada de “muy grave” que hasta la
actualidad no parece tener una solución viable, pero que durante todos estos
años ya ha ido dando avisos de su peligrosidad con los accidentes que ha habido
y que han afectado sobre todo a pescadores que han recogido, sin querer, armas y
contenedores con fugas tóxicas y casi mortales que han causado muchos heridos
en muchas partes del mundo.
Aunque en la historia de la humanidad anterior a la
Primera Guerra Mundial ha habido algunos conflictos donde se considera que se
utilizó algún tipo de dispositivo o arma química, la evolución y masificación
coinciden con la evolución de la industria química que hubo a principios del
siglo XX, una época en la que Alemania destacaba por su potente industria
química, lo cual favoreció que desde el inicio de la Primera Guerra Mundial se
desarrollaran los proyectiles y bombas de dispersión. Los “agentes
de armas químicas” (CWA, por sus siglas en inglés) incluyen los denominados
“vesicantes o causantes de ampollas” (como el gas mostaza o la lewisita), los gases
lacrimógenos, los gases asfixiantes o irritantes pulmonares (como el fosgeno o
el cloro), los gases lacrimógenos y los gases nerviosos (como el sarín o el
tabún).
Después de la Primera Guerra Mundial, en la que se calcula que
murieron casi 90 000 soldados por los ataques con gas mostaza, se celebró la
Convención de Ginebra (1925), donde se acordó la prohibición del uso de armas
químicas y que los países harían todos los esfuerzos posibles para que otros
estados firmaran el acuerdo. A pesar de este acuerdo, que se suponía que tenía
un ámbito internacional, Estados Unidos no lo firmó hasta 1975, otros países
como Irak, Angola, Somalia y Myanmar lo hicieron hace muy pocos años, Israel lo
ha firmado pero no ratificado y, por último, Corea del Norte, Egipto y Sudán
del Sur todavía no lo han firmado. Tras la Convención de Ginebra, también llamada
Protocolo de Ginebra, se realizaron otras convenciones, en 1972 y 1993, donde
se reforzaron los acuerdos llegando a prohibir la fabricación, almacenaje, cualquier
trato comercial y el vertido de armamento químico en los océanos, también se
exigía su destrucción. Otros países han visto cómo se destruía su arsenal
químico debido a acuerdos de otras potencias que intervenían en sus conflictos
armados, como es el caso de Siria y el acuerdo entre Estados Unidos y Rusia del
año 2014 para llevarlo a cabo.
Vertido de
bidones-contenedores de gas mostaza al océano Atlántico
Como es fácil de imaginar, después de los acuerdos
del Protocolo de Ginebra, ningún país
cumplió lo acordado y todos siguieron con sus planes para el desarrollo y
fabricación de armas químicas, algo que quedó claro al estallar la Segunda
Guerra Mundial, donde también fueron utilizadas por la mayoría de los países
involucrados. Con el final de la guerra, en 1945, muchos países tenían
arsenales masivos de armas químicas y se encontraron con el problema de que los
científicos no sabían cómo destruirlas, así que, al igual que pasó con los
residuos radiactivos, se decidió que el método más seguro y barato era
arrojarlas al océano. Solo entre el mar Mediterráneo y el océano Atlántico se
considera que hay más de un millón de toneladas de armas químicas. Al igual que sucede
con los residuos nucleares, la parte del océano Atlántico más afectada es la
europea, en concreto el mar Báltico, aunque Estados Unidos también realizó
vertidos en el Golfo de México, donde se arrojaron miles de bombas no detonadas.
En el océano Pacífico también hay varios puntos donde se vertieron armas
químicas o donde hay barcos hundidos por los bombardeos. Se calcula que en una
bahía de Hawái hay unas 45 000 bombas o proyectiles de gas mostaza y 1200
contenedores de una tonelada de gas mostaza y Lewisita. En las aguas costeras y
en los lagos interiores de Japón hay, como mínimo, 4900 toneladas de gases
dentro de artefactos o contenedores. Por su parte, la Unión Soviética arrojó miles
de toneladas en el océano Ártico y, aunque no se han proporcionado registros de
las cantidades vertidas, la actual Rusia ha admitido que al menos fueron 160
000 las toneladas que puede haber en el fondo de los mares rusos que pertenecen
al océano Ártico.
Todas las operaciones de vertido tenían unas reglas no
escritas que recomendaban arrojar los desechos a más de 10 millas de las costas
y a profundidades mínimas de 3000 metros, pero en la mayoría de los casos no se
cumplían estos parámetros y las cargas se arrojaban al océano en cuanto se
consideraba que ya se había alcanzado una distancia suficientemente apartada de
la costa. Por lo tanto, de nuevo nos encontramos con muy pocos datos fiables
sobre la ubicación de todo este armamento, así como sobre las cantidades vertidas,
además de que algunas veces se hundieron barcos que se habían cargado con
municiones de todo tipo para deshacerse con rapidez de gran cantidad de material
junto a embarcaciones obsoletas.
Armas dentro de una embarcación hundida
A finales de 2012, Terrance Long, fundador
de la conferencia de municiones submarinas, declaró: “Mientras que la práctica
de lanzar bombas y armas químicas en el océano, incluyendo el gas mostaza y el gas
nervioso, terminó hace 40 años, algunos efectos están apenas comenzando a ser
vistos” y añadió: “Se pueden encontrar municiones en básicamente cada océano
alrededor del mundo, cada mar, lago y río principales. Son una amenaza para la
salud humana y el medio ambiente”. Quiero aprovechar estas declaraciones para
introducir el concepto de “UXO”, que son las siglas de “Unexploded ordnance”,
que significa “munición sin explotar”. Algunos países han designado las zonas
donde hay artefactos explosivos sin detonar, pero no existen programas
realmente enfocados a afrontar la situación en busca de una solución
definitiva, posiblemente porque no la hay, tal como declaró el biólogo Nicola Ungaro, que trabaja para una
agencia ambiental que asesora al gobierno italiano: “Obviamente, la opción de
quitar las bombas químicas del mar sería la mejor, porque así evitaríamos
cualquier problema en el mar. Pero el problema sería lo que sucedería una vez
que las bombas estén en tierra. Me refiero a la zona donde se eliminan. Al
final, moverlas podría provocar un escenario peor con fugas de sustancias y
esto podría ser peor que simplemente dejarlas en su lugar”. Otros expertos
también señalan que las operaciones de limpieza de todas esas toneladas de
contenedores y bombas sería muy costosa y requeriría una gran cantidad de
tiempo y de personal, razones por las que los gobiernos prefieren dejarlas
donde están.
A pesar de todo, desde finales del siglo pasado se han puesto en
marcha programas para el estudio y monitoreo de los principales lugares con
alta concentración de UXO y, en concreto, de armas químicas. Por ejemplo, el
proyecto Chelsea se puso en marcha para buscar y evaluar las municiones
químicas en la zona del mar Báltico, algo que se llevó a cabo entre 2011 y
2014. Otro proyecto, el de “Monitoreo de Municiones Descargadas” (MODUM, por
sus siglas en inglés) estableció una red de monitoreo para observar los
vertederos del mar Báltico utilizando vehículos submarinos; este proyecto finalizó
en 2016 aportando gran cantidad de información fiable y detallada. Actualmente
existen proyectos en Europa, con la participación de la mayoría de países y
también en Estados Unidos y Australia, enfocados al estudio, monitoreo,
evaluación de riesgos y búsqueda de posibles soluciones científicas para este
enorme problema de carácter planetario. Por desgracia, de momento no hay
soluciones factibles para retirar y destruir todas estas acumulaciones de
enormes cantidades de explosivos y materiales tóxicos que algún día podrían
producir una tragedia de consecuencias imprevisibles si hay una explosión o una
corrosión masiva que libere grandes cantidades de estas sustancias químicas
letales en un plazo de tiempo reducido. Para hacerse una idea y hablando solo
de la zona del mar Báltico, si solo una de las municiones de cualquier tipo explotase,
se desencadenaría una reacción en cadena que causaría una catástrofe en toda la
costa del Báltico comparable a la de Chernóbil. Y dicho con otras palabras: La
propagación de solo una sexta parte de las 50 000 toneladas de municiones que
hay en el mar Báltico arruinaría todo su hábitat durante todo un siglo.
Mapa con los lugares donde existen concentraciones de diversos tipos de armamento
Desde
que se realizaron todas esas descargas y vertidos masivos, ha habido muchos
accidentes en diversos lugares del planeta, muchos relacionados con el gas
mostaza, que cuando se fuga de las armas o de los contenedores se incrusta en
los sedimentos del suelo marino, en la piel de los peces, en las propias partes
rotas de los contenedores e incluso en las redes de pesca. Destacan las
noticias que informan de pescadores que han sufrido quemaduras en toda la piel
y los ojos, especialmente frente a las costas italianas y en todo el mar
Báltico y también las noticias relacionadas con el número de casos de cáncer de
piel y pulmón, que se incrementó considerablemente desde mediados de los años
noventa entre los pescadores suecos que faenaban entre las islas de Bornholm y
Gotland, que están situadas en la costa sur de Suecia y donde se realizaron
grandes descargas y vertidos. Algunos expertos señalan que, debido a las
enormes cantidades de munición, tóxicos y todo tipo de contaminantes, se puede
considerar que “tenemos la suerte de que no haya muchos más accidentes y
situaciones realmente alarmantes y letales”. Para hacerse una idea de esas
“enormes cantidades”, solo en el mar Báltico las autoridades reportaron, entre los
años 1995 y 2000, el hallazgo de 11,3 toneladas de explosivos convencionales
encontrados por pescadores.
Otro gran peligro que existe es el de la actividad
de perforación de la industria petrolera en zonas donde hay altas
concentraciones de todo tipo de municiones y armas químicas. De momento no ha
habido accidentes por el hecho de perforar el fondo marino junto a todo tipo de
bombas, pero este es otro caso donde seguramente también podemos hablar de
suerte. Un ejemplo es el de la compañía BP, que en el año 2011 cerró su
principal oleoducto de crudo en el mar del Norte durante cinco días mientras
eliminaba una gran mina alemana sin explotar encontrada descansando cómodamente
junto al oleoducto que transporta hasta el 40 por ciento de la producción de
petróleo del Reino Unido. Otro ejemplo es el de las compañías BP y Shell, que en el año 2001
encontraron los restos del submarino U-166, un submarino alemán de la Segunda
Guerra Mundial, a 45 millas de la desembocadura del río Mississippi durante una
prospección submarina para instalar un gasoducto necesario para transportar gas
natural a la costa. Las compañías no son ajenas a este problema y sus graves
riesgos, que se multiplican en el Golfo de México, pero en general lo ignoran y
siguen con sus actividades sin realizar prospecciones más rigurosas o
desestimar perforar en zonas con alto riesgo de accidentes.
Para finalizar,
comentar que hasta la actualidad se han seguido utilizando armas químicas en
muchos conflictos de todo el mundo y las naciones no han cumplido sus acuerdos.
Los ejemplos más conocidos son los de la utilización del gas napalm y el agente
naranja por parte de Estados Unidos en su guerra con Vietnam, los gases
químicos utilizados durante la Guerra Civil española, los gases químicos utilizados
en la guerra entre Irán e Irak y el uso de fósforo blanco por parte de Israel,
en 2008, contra la población de Palestina.
Quizás la
noticia más actual relacionada con las armas químicas es el acuerdo de
destrucción de todo el arsenal químico de Siria, una acción que empezó en el
año 2013 y acabó el año pasado, 2016, después de la intervención de varios
países y el transporte de todo el armamento a unas instalaciones en Texas
(Estados Unidos), donde fue destruido. A pesar de esta destrucción, incluso durante este año, 2017, ha habido noticias de bombardeos con armas químicas en diversas zonas de Siria.
Lo que queda claro es que si todavía
existen armas químicas es que alguien las fabrica y, por lo tanto, las vende y
suministra, todo ello a pesar de la existencia de la Organización para la
Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ), que se fundó en 1997 y es el
organismo encargado de la aplicación internacional de la Convención sobre Armas
Químicas. Esta es una cuestión más a añadir a todas las que demuestran esa
falta de conciencia del ser humano que supone el abuso y destrucción de muchas
partes del planeta, de muchos seres vivos, humanos incluidos, un nivel de
conciencia donde no entra el aprendizaje fruto de los errores ya cometidos y
que nos ha conducido hasta la crisis planetaria junto con la sexta extinción
masiva que ahora estamos experimentando.
Fuentes:
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