sábado, 29 de julio de 2017

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Publicado por David Arbizu

VERTIDOS DE ARMAS Y AGENTES QUÍMICOS EN LOS OCÉANOS TRAS LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

En mi anterior artículo explicaba el gran problema y peligro de los residuos nucleares que hay en los océanos, sobre todo en relación con los vertidos que se hicieron tras la Segunda Guerra Mundial utilizando los océanos como si fueran un vertedero enorme donde se podía echar de todo sin que hubiera consecuencias. En este artículo quiero hablar de los vertidos químicos en los océanos y, en particular, de las armas químicas que “sobraron” tras la Primera y Segunda Guerra Mundial. Nos encontramos con una situación similar o incluso más aberrante que con los residuos nucleares, con vertidos incontrolados, hundimiento de barcos repletos de armamento de todo tipo, cargados de bidones de gases venenosos y una situación calificada de “muy grave” que hasta la actualidad no parece tener una solución viable, pero que durante todos estos años ya ha ido dando avisos de su peligrosidad con los accidentes que ha habido y que han afectado sobre todo a pescadores que han recogido, sin querer, armas y contenedores con fugas tóxicas y casi mortales que han causado muchos heridos en muchas partes del mundo.

Aunque en la historia de la humanidad anterior a la Primera Guerra Mundial ha habido algunos conflictos donde se considera que se utilizó algún tipo de dispositivo o arma química, la evolución y masificación coinciden con la evolución de la industria química que hubo a principios del siglo XX, una época en la que Alemania destacaba por su potente industria química, lo cual favoreció que desde el inicio de la Primera Guerra Mundial se desarrollaran los proyectiles y bombas de dispersión. Los “agentes de armas químicas” (CWA, por sus siglas en inglés) incluyen los denominados “vesicantes o causantes de ampollas” (como el gas mostaza o la lewisita), los gases lacrimógenos, los gases asfixiantes o irritantes pulmonares (como el fosgeno o el cloro), los gases lacrimógenos y los gases nerviosos (como el sarín o el tabún).

Después de la Primera Guerra Mundial, en la que se calcula que murieron casi 90 000 soldados por los ataques con gas mostaza, se celebró la Convención de Ginebra (1925), donde se acordó la prohibición del uso de armas químicas y que los países harían todos los esfuerzos posibles para que otros estados firmaran el acuerdo. A pesar de este acuerdo, que se suponía que tenía un ámbito internacional, Estados Unidos no lo firmó hasta 1975, otros países como Irak, Angola, Somalia y Myanmar lo hicieron hace muy pocos años, Israel lo ha firmado pero no ratificado y, por último, Corea del Norte, Egipto y Sudán del Sur todavía no lo han firmado. Tras la Convención de Ginebra, también llamada Protocolo de Ginebra, se realizaron otras convenciones, en 1972 y 1993, donde se reforzaron los acuerdos llegando a prohibir la fabricación, almacenaje, cualquier trato comercial y el vertido de armamento químico en los océanos, también se exigía su destrucción. Otros países han visto cómo se destruía su arsenal químico debido a acuerdos de otras potencias que intervenían en sus conflictos armados, como es el caso de Siria y el acuerdo entre Estados Unidos y Rusia del año 2014 para llevarlo a cabo.

Vertido de bidones-contenedores de gas mostaza al océano Atlántico

Como es fácil de imaginar, después de los acuerdos del Protocolo de Ginebra, ningún país cumplió lo acordado y todos siguieron con sus planes para el desarrollo y fabricación de armas químicas, algo que quedó claro al estallar la Segunda Guerra Mundial, donde también fueron utilizadas por la mayoría de los países involucrados. Con el final de la guerra, en 1945, muchos países tenían arsenales masivos de armas químicas y se encontraron con el problema de que los científicos no sabían cómo destruirlas, así que, al igual que pasó con los residuos radiactivos, se decidió que el método más seguro y barato era arrojarlas al océano. Solo entre el mar Mediterráneo y el océano Atlántico se considera que hay más de un millón de toneladas de armas químicas. Al igual que sucede con los residuos nucleares, la parte del océano Atlántico más afectada es la europea, en concreto el mar Báltico, aunque Estados Unidos también realizó vertidos en el Golfo de México, donde se arrojaron miles de bombas no detonadas. En el océano Pacífico también hay varios puntos donde se vertieron armas químicas o donde hay barcos hundidos por los bombardeos. Se calcula que en una bahía de Hawái hay unas 45 000 bombas o proyectiles de gas mostaza y 1200 contenedores de una tonelada de gas mostaza y Lewisita. En las aguas costeras y en los lagos interiores de Japón hay, como mínimo, 4900 toneladas de gases dentro de artefactos o contenedores. Por su parte, la Unión Soviética arrojó miles de toneladas en el océano Ártico y, aunque no se han proporcionado registros de las cantidades vertidas, la actual Rusia ha admitido que al menos fueron 160 000 las toneladas que puede haber en el fondo de los mares rusos que pertenecen al océano Ártico.

Todas las operaciones de vertido tenían unas reglas no escritas que recomendaban arrojar los desechos a más de 10 millas de las costas y a profundidades mínimas de 3000 metros, pero en la mayoría de los casos no se cumplían estos parámetros y las cargas se arrojaban al océano en cuanto se consideraba que ya se había alcanzado una distancia suficientemente apartada de la costa. Por lo tanto, de nuevo nos encontramos con muy pocos datos fiables sobre la ubicación de todo este armamento, así como sobre las cantidades vertidas, además de que algunas veces se hundieron barcos que se habían cargado con municiones de todo tipo para deshacerse con rapidez de gran cantidad de material junto a embarcaciones obsoletas.

Armas dentro de una embarcación hundida

A finales de 2012, Terrance Long, fundador de la conferencia de municiones submarinas, declaró: “Mientras que la práctica de lanzar bombas y armas químicas en el océano, incluyendo el gas mostaza y el gas nervioso, terminó hace 40 años, algunos efectos están apenas comenzando a ser vistos” y añadió: “Se pueden encontrar municiones en básicamente cada océano alrededor del mundo, cada mar, lago y río principales. Son una amenaza para la salud humana y el medio ambiente”. Quiero aprovechar estas declaraciones para introducir el concepto de “UXO”, que son las siglas de “Unexploded ordnance”, que significa “munición sin explotar”. Algunos países han designado las zonas donde hay artefactos explosivos sin detonar, pero no existen programas realmente enfocados a afrontar la situación en busca de una solución definitiva, posiblemente porque no la hay, tal como declaró el biólogo Nicola Ungaro, que trabaja para una agencia ambiental que asesora al gobierno italiano: “Obviamente, la opción de quitar las bombas químicas del mar sería la mejor, porque así evitaríamos cualquier problema en el mar. Pero el problema sería lo que sucedería una vez que las bombas estén en tierra. Me refiero a la zona donde se eliminan. Al final, moverlas podría provocar un escenario peor con fugas de sustancias y esto podría ser peor que simplemente dejarlas en su lugar”. Otros expertos también señalan que las operaciones de limpieza de todas esas toneladas de contenedores y bombas sería muy costosa y requeriría una gran cantidad de tiempo y de personal, razones por las que los gobiernos prefieren dejarlas donde están.

A pesar de todo, desde finales del siglo pasado se han puesto en marcha programas para el estudio y monitoreo de los principales lugares con alta concentración de UXO y, en concreto, de armas químicas. Por ejemplo, el proyecto Chelsea se puso en marcha para buscar y evaluar las municiones químicas en la zona del mar Báltico, algo que se llevó a cabo entre 2011 y 2014. Otro proyecto, el de “Monitoreo de Municiones Descargadas” (MODUM, por sus siglas en inglés) estableció una red de monitoreo para observar los vertederos del mar Báltico utilizando vehículos submarinos; este proyecto finalizó en 2016 aportando gran cantidad de información fiable y detallada. Actualmente existen proyectos en Europa, con la participación de la mayoría de países y también en Estados Unidos y Australia, enfocados al estudio, monitoreo, evaluación de riesgos y búsqueda de posibles soluciones científicas para este enorme problema de carácter planetario. Por desgracia, de momento no hay soluciones factibles para retirar y destruir todas estas acumulaciones de enormes cantidades de explosivos y materiales tóxicos que algún día podrían producir una tragedia de consecuencias imprevisibles si hay una explosión o una corrosión masiva que libere grandes cantidades de estas sustancias químicas letales en un plazo de tiempo reducido. Para hacerse una idea y hablando solo de la zona del mar Báltico, si solo una de las municiones de cualquier tipo explotase, se desencadenaría una reacción en cadena que causaría una catástrofe en toda la costa del Báltico comparable a la de Chernóbil. Y dicho con otras palabras: La propagación de solo una sexta parte de las 50 000 toneladas de municiones que hay en el mar Báltico arruinaría todo su hábitat durante todo un siglo.

Mapa con los lugares donde existen concentraciones de diversos tipos de armamento 

Desde que se realizaron todas esas descargas y vertidos masivos, ha habido muchos accidentes en diversos lugares del planeta, muchos relacionados con el gas mostaza, que cuando se fuga de las armas o de los contenedores se incrusta en los sedimentos del suelo marino, en la piel de los peces, en las propias partes rotas de los contenedores e incluso en las redes de pesca. Destacan las noticias que informan de pescadores que han sufrido quemaduras en toda la piel y los ojos, especialmente frente a las costas italianas y en todo el mar Báltico y también las noticias relacionadas con el número de casos de cáncer de piel y pulmón, que se incrementó considerablemente desde mediados de los años noventa entre los pescadores suecos que faenaban entre las islas de Bornholm y Gotland, que están situadas en la costa sur de Suecia y donde se realizaron grandes descargas y vertidos. Algunos expertos señalan que, debido a las enormes cantidades de munición, tóxicos y todo tipo de contaminantes, se puede considerar que “tenemos la suerte de que no haya muchos más accidentes y situaciones realmente alarmantes y letales”. Para hacerse una idea de esas “enormes cantidades”, solo en el mar Báltico las autoridades reportaron, entre los años 1995 y 2000, el hallazgo de 11,3 toneladas de explosivos convencionales encontrados por pescadores.

Otro gran peligro que existe es el de la actividad de perforación de la industria petrolera en zonas donde hay altas concentraciones de todo tipo de municiones y armas químicas. De momento no ha habido accidentes por el hecho de perforar el fondo marino junto a todo tipo de bombas, pero este es otro caso donde seguramente también podemos hablar de suerte. Un ejemplo es el de la compañía BP, que en el año 2011 cerró su principal oleoducto de crudo en el mar del Norte durante cinco días mientras eliminaba una gran mina alemana sin explotar encontrada descansando cómodamente junto al oleoducto que transporta hasta el 40 por ciento de la producción de petróleo del Reino Unido. Otro ejemplo es el de las compañías BP y Shell, que en el año 2001 encontraron los restos del submarino U-166, un submarino alemán de la Segunda Guerra Mundial, a 45 millas de la desembocadura del río Mississippi durante una prospección submarina para instalar un gasoducto necesario para transportar gas natural a la costa. Las compañías no son ajenas a este problema y sus graves riesgos, que se multiplican en el Golfo de México, pero en general lo ignoran y siguen con sus actividades sin realizar prospecciones más rigurosas o desestimar perforar en zonas con alto riesgo de accidentes.

Para finalizar, comentar que hasta la actualidad se han seguido utilizando armas químicas en muchos conflictos de todo el mundo y las naciones no han cumplido sus acuerdos. Los ejemplos más conocidos son los de la utilización del gas napalm y el agente naranja por parte de Estados Unidos en su guerra con Vietnam, los gases químicos utilizados durante la Guerra Civil española, los gases químicos utilizados en la guerra entre Irán e Irak y el uso de fósforo blanco por parte de Israel, en 2008, contra la población de Palestina.
Quizás la noticia más actual relacionada con las armas químicas es el acuerdo de destrucción de todo el arsenal químico de Siria, una acción que empezó en el año 2013 y acabó el año pasado, 2016, después de la intervención de varios países y el transporte de todo el armamento a unas instalaciones en Texas (Estados Unidos), donde fue destruido. A pesar de esta destrucción, incluso durante este año, 2017, ha habido noticias de bombardeos con armas químicas en diversas zonas de Siria.

Lo que queda claro es que si todavía existen armas químicas es que alguien las fabrica y, por lo tanto, las vende y suministra, todo ello a pesar de la existencia de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ), que se fundó en 1997 y es el organismo encargado de la aplicación internacional de la Convención sobre Armas Químicas. Esta es una cuestión más a añadir a todas las que demuestran esa falta de conciencia del ser humano que supone el abuso y destrucción de muchas partes del planeta, de muchos seres vivos, humanos incluidos, un nivel de conciencia donde no entra el aprendizaje fruto de los errores ya cometidos y que nos ha conducido hasta la crisis planetaria junto con la sexta extinción masiva que ahora estamos experimentando.


Fuentes:

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