Publicado por David Arbizu
LA INTELIGENCIA DE LAS PLANTAS
¿Las plantas
piensan? ¿Los seres del mundo vegetal tienen conciencia y son inteligentes?
¿Los árboles tienen capacidades para tomar decisiones?
Quizás
preguntas tan sencillas como estas, seguro que junto a otras más complejas, dieron
pie a una serie de trabajos e investigaciones científicas que, en gran medida,
empezaron a principios de este siglo y que, a día de hoy, siguen aportando
datos y estudios muy interesantes sobre el comportamiento de las plantas y, en
particular, sobre todo lo relacionado con su inteligencia y lo que algunos
científicos han llamado la “red cerebral”, que les permite reaccionar,
recordar, tomar decisiones y ser conscientes de su propia naturaleza y del
medio ambiente que las rodea.
Gracias a estos estudios realizados por algunos
botánicos surgió el término “neurobiología vegetal” y también, por supuesto, apareció
la reacción de una parte de la comunidad científica contraria a estas teorías y
estudios. Los científicos que defienden y trabajan en la neurobiología vegetal
sostienen que los seres que forman el mundo vegetal son seres inteligentes, con
una neurobiología propia que les permite tener una conciencia sofisticada del
ambiente en el que se encuentran, de los otros seres con los que lo comparten,
de cómo desarrollar cada una de sus actividades para relacionarse con su
entorno para sacar el máximo beneficio, un entorno que está continuamente
cambiando mientras que ellas, las plantas, son seres sin movilidad. Muchos
expertos expresan que es justamente esa inmovilidad la que las ha llevado a
desarrollar una biología sorprendente para poder desarrollarse y sobrevivir y
que se podría considerar que la planta completa sería análoga a un cerebro.
Aunque se
considera que el cerebro es la parte dominante en animales complejos, algunos
animales que no tienen cerebro, como los caracoles, las medusas y las estrellas
de mar, han demostrado que tienen procesos de aprendizaje y toma de decisiones
y, al igual que sucede con las plantas, son las neuronas las que permiten ese
aprendizaje, esa actividad o reacción, esa memoria y lo que sucede es que esas
neuronas se encuentran dispersas por todo el ser en lugar de estar más
concentradas en un órgano o en un punto central. De esta forma, diferentes
partes de la planta procesan o almacenan información ya sea celular,
fisiológica o del entorno y la pueden enviar a través de señales químicas a
otras partes de la planta generando una comunicación y un intercambio de esa
información. Aunque todavía no está claro cómo se producen esas señales, que se
podrían comparar con el funcionamiento del sistema nervioso del ser humano, sí
que se sabe que esa emisión y recepción le permite a la planta conocer las
situaciones que experimenta en diversos puntos de su ser, en qué condiciones se
encuentra y qué limitaciones, agresiones y peligros está afrontando o va a
tener que afrontar.
Uno de los
primeros experimentos enfocados en la neurobiología vegetal, que se realizó
hace casi medio siglo y fue parte del inicio de todos los estudios posteriores,
sirvió para demostrar que el daño generado por insectos en hojas de plantas de
tomate y patata inducía una rápida acumulación de un compuesto de defensa en
las hojas dañadas y que ese compuesto, inesperadamente, también se generaba en
las hojas cercanas no dañadas de la misma planta.
La
neurobiología vegetal es un tema de máxima actualidad que está despertando un
gran interés a nivel general. Son muchos los científicos y universidades que
han realizado investigaciones para demostrar todas estas capacidades de las
plantas, su inteligencia, su nivel de conciencia, sus diversas acciones y
reacciones para adaptarse a su entorno. Se ha constatado que tienen mayor actividad
bajo la superficie, algo que también nos asombra ya que estamos acostumbrados a
hacer valoraciones sobre lo que podemos observar con la vista. Una de las capacidades que especialmente llama
mucho la atención es la de relacionarse con otras plantas y, aunque a veces
puede haber un rechazo o una lucha subterránea por la conquista de un espacio o
por el crecimiento, los estudios realizados demuestran que domina la
cordialidad, la comunicación y una predisposición a ayudarse mutuamente
demostrando incluso ciertos grados de altruismo.
Uno de los neurocientíficos
más conocidos, considerado una de las máximas autoridades en neurobiología
vegetal, es Stefano Mancuso, que trabaja en la Universidad de Florencia. Él ha
realizado muchas investigaciones y también conferencias para transmitir todo el
potencial, todas las cualidades del mundo vegetal. Stefano Mancuso usa el concepto de “Inteligencia vegetal” para
referirse a las respuestas de las plantas frente a los cambios de su entorno,
tal como él mismo declara: "Pueden resolver un problema, que es mi
definición de inteligencia”.
Según Mancuso: “Las plantas pueden producir una
señal eléctrica con todo su cuerpo. No tienen nada similar a nuestro cerebro,
pero sí raíces. El aparato de la raíz es un sistema muy complejo, una sola
planta puede tener literalmente millones de raíces y cada raíz tiene su propio
centro de mando, donde integran toda la información que captan del ambiente y
deciden qué hacer. El conjunto de todos estos millones de pequeños centros de
mando podría ser descrito como un tipo de cerebro. Por supuesto, estoy hablando
metafóricamente, no es un cerebro, pero sí ejerce la misma función de una manera
completamente diferente al nuestro”. Este neurocientífico también explica que,
gracias a este procesamiento descentrado, las plantas son mucho más sensibles y
tienen más sentidos que los animales, algo que las hace seres conscientes, tal
como él lo define: “En este sentido, las plantas son organismos conscientes.
Cualquier planta conoce exactamente cómo es el mundo físico que la rodea y es
capaz de detectar los cambios en otros organismos a su alrededor como, por
ejemplo, de otras plantas. Son capaces de cambiar su fisiología para
contrarrestar el cambio y sobrevivir”.
Esta interacción con los otros seres de
su entorno es muy especial cuando hay que luchar por el territorio y, en este
sentido, se ha constatado que pueden competir con otro tipo de plantas y
especies e incluso con seres de su misma especie si no son
parientes, aunque, por otro lado, no compiten si son parte del clan, sino que
comparten el territorio de una forma amistosa.
Uno de los experimentos
realizados por Mancuso que demuestra esa interacción y también un grado de
altruismo es el que se hizo en un bosque de abetos de Canadá, donde había una
gran conexión entre todos los árboles. La prueba consistió en impedir que a uno
de los abetos le llegase agua y entonces observaron que ese abeto, que era
incapaz de recibir agua, sobrevivió durante muchos años gracias a la ayuda de
sus compañeros. En otra prueba se descubrió que el
daño causado por insectos a las hojas de unos álamos generaba una respuesta de
defensa en esos árboles y también en otros árboles cercanos de otra especie,
revelando entonces un desconocido mecanismo de comunicación entre todos ellos.
En otras palabras, los álamos que estaban siendo devorados podían “avisar” a
otros árboles o plantas para que se prepararan para un ataque inminente.
También se
ha comprobado que, cuando son atacadas, las plantas saben buscar aliados dentro
del mundo animal. Varias investigaciones han demostrado que cuando un insecto,
larva o parásito está alimentándose de una planta, esta produce y emite compuestos
químicos en el aire que atraen a otros insectos depredadores del que la está
atacando. Además, las plantas son capaces de controlar esa liberación química
según la naturaleza del ataque que sufren y con toda la intención de manipular
el cerebro de los animales.
La alta sensibilidad de las plantas les sirve para
todas las funciones que forman parte de su existencia. Por ejemplo, su sentido
del olfato es muy importante para que maduren los frutos y, si las frutas de un
árbol maduran de una manera armoniosa se debe, en parte, a que cuando una fruta
madura libera al aire una hormona que indica a las demás que también maduren.
También es muy importante su sentido del oído. Se cree que las plantas
reaccionan positivamente a la música clásica, pero en la naturaleza sus
reacciones están vinculadas a energías u ondas acústicas relacionadas con su
supervivencia. En la Universidad de Missouri grabaron los aparentemente
inaudibles sonidos que se producen cuando una oruga come las hojas de una
especie de planta. Después dejaron en silencio a esa primera planta, utilizada
para la grabación y reprodujeron el sonido grabado en una sala donde había otra planta igual. A ambas
plantas les dieron 48 horas para responder al ataque y entonces descubrieron
que las hojas de ambas plantas, tanto de la planta que había recibido el ataque real
como la del ataque simulado, produjeron glucosinolatos, que es un químico
desagradable para los insectos. Esto demostró que las vibraciones sonoras
cambiaron el metabolismo de la planta para que creara químicos para repeler el
ataque.
Las plantas
también ven, aunque no tengan ojos, pero gracias a moléculas fotorreceptoras perciben
la luz, la pueden interceptar, usar y reconocer su cantidad y calidad; es algo
que requieren para sacar el mayor partido a la energía solar. Las plantas
también huelen y lo hacen con todo su cuerpo. Tienen miles de células
receptoras que detectan los compuestos orgánicos volátiles y, como también son
emisores de estos compuestos, esta es una de las principales vías de
comunicación dentro del mundo vegetal y también entre plantas y otros animales,
como hemos visto antes en esa “llamada química” a depredadores de los animales
que las puedan estar atacando. Otros sentidos muy desarrollados son el de reconocer sabores, el del tacto, el de sentir la humedad y el de detectar las
sustancias de las que se alimentan.
Otra capacidad importante de las plantas
es la memoria, ya sea a corto, medio o largo plazo. Un ejemplo de memoria a
corto plazo es el de la especie “Venus atrapamoscas”, que necesita que un
insecto toque sus dos sensores para cerrarse y atraparlo y, pasados 20 segundos
de la señal de un sensor, la olvida, olvida haber recibido ese impulso
eléctrico. Un ejemplo de memoria a medio plazo se relaciona con las plantas que
recuerdan que cuando pasa el invierno les llega el momento de florecer y
producir semillas y un ejemplo de memoria a largo plazo sería transmitir
información para generar alteraciones a nivel genético y que nuevas
generaciones de la especie nacieran más preparadas para sobrevivir en su
entorno habitual.
Imagen de la Venus Atrapamoscas
De toda la información que está llegando gracias al trabajo
de los neurocientíficos, quizás la más sorprendente e interesante es la que se
refiere a la interrelación y comunicación entre plantas a través de sus raíces,
algo que forma grandes redes subterráneas que son vitales para la vida y
desarrollo de las plantas y donde la colaboración es primordial. Esta red
subterránea se llama “red de micorrizas” debido a que se ve potenciada por la
acción simbiótica que se genera entre los hongos y las raíces de los árboles,
una relación donde todas las partes salen beneficiadas y se transfieren y
comparten nutrientes y minerales. Hay que tener en cuenta que estamos
acostumbrados a considerar que los hongos son la parte que vemos sobre la
superficie de la tierra, pero eso solo es su órgano o parte sexual y bajo
tierra puede haber grandes extensiones de filamentos formando parte de un solo
hongo.
La profesora Suzanne Simard, de la Universidad British Columbia, es una
de las personas que ha estudiado con más profundidad todo este gran sistema
subterráneo, donde los árboles intercambian carbono entre ellos, aunque no sean
de la misma especie, para poder elaborar la savia (azúcares procesados) al
procesarlo con el agua y las sales minerales. Ella explica que en este
intercambio es donde entran en juego los hongos, que reciben azúcares de los
árboles y a cambio los abastecen de nutrientes y facilitan las conexiones de
los árboles entre sí. De esta forma, en una comunidad natural, las plantas
están interconectadas entre todas ellas gracias a que los hongos llamados
“micorrícicos” se asocian con los árboles y plantas sin importar que sean de
especies diferentes. Algunos investigadores han llamado “el internet de las
plantas” a toda esta red de conexiones.
Suzanne
Simard explica: “La mayoría de los sistemas vegetales crecen sobre esta
asociación simbiótica en la que el hongo suministra a la planta compuestos
inorgánicos, como nitrógeno o fósforo, que esta necesita para nutrirse y crecer
y la planta aporta al hongo azúcares resultantes de la fotosíntesis”; ella
llama “sabiduría del bosque” a toda esta red de asociaciones, comunicaciones e
intercambio, cuyas raíces y filamentos pueden llegar a ser kilométricos y que,
además, se han detectado en todos los sistemas climáticos.
Algunos estudios
han demostrado cómo se producen estas colaboraciones entre árboles de distintas
especies. En su tesis de doctorado, Suzanne Simard presentó un estudio sobre la
relación entre abedules y pinos de Oregón, especies muy lejanas genéticamente
pero que crecen juntas de forma natural. Ella observó que estas dos plantas,
una conífera y otra latifoliada, estaban altamente conectadas por la red de
micorrizas y que se habían desarrollado interesantes patrones en la dirección
del flujo subterráneo de recursos. Como, en invierno, el abedul pierde sus
hojas pero el pino de Oregón las mantiene, durante esa época el pino de Oregón
le envía azúcar al abedul para apoyarlo en sus funciones básicas y luego,
cuando llega la primavera, el abedul se activa formando su vigoroso follaje y
sus recursos fluyen hacia el pino de Oregón.
Todos estos interesantes y
valiosos estudios que nos llegan desde la neurobiología vegetal tienen que
servir para que comprendamos la magnitud, complejidad y esplendor del mundo
vegetal y aprendamos a convivir con las plantas, con los bosques, sabiendo que
son seres y sistemas vivos y que bajo nuestros pies hay vida, hay comunicación,
hay sistemas interactuando que deben ser respetados. Particularmente considero
que, si existen todas esas redes con todas esas capacidades, seguro que las
plantas, como seres vivos con su propio campo electromagnético, detectan las
líneas de energía, los meridianos de la Tierra o Líneas Ley, que muchas veces
coinciden con vías fluviales, con acuíferos y, por lo tanto, existe una
conexión energética beneficiosa para el mundo vegetal y para el planeta, una
gran conexión de ámbito planetario.
Fuentes:
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