LOS MEGAINCENDIOS
Todos estamos siendo testigos de los grandes incendios que están arrasando enormes partes de nuestro planeta. Algunos tienen mucha repercusión mediática y otros menos, pero creo que durante este verano del hemisferio norte serían muy pocos o ninguno los países donde no haya habido incendios, incluso en muchos encontraríamos cifras que mostrarían un incremento de la superficie quemada respecto a años anteriores y que ha aumentado la cantidad de incendios de gran tamaño y difícil control y extinción. Además, la gran crisis climática, el gran desajuste de los patrones climáticos, nos está mostrando que también en el hemisferio sur ha habido incendios aunque estuvieran en su temporada de otoño-invierno, porque de pronto puede haber una aumento inusual de las temperaturas en cualquier parte del planeta y generarse una ola de calor de efectos muy perjudiciales en todos los sentidos, tal como durante las últimas semanas hemos visto, por ejemplo, en Australia.
Las altas temperaturas también afectan especialmente a los océanos y a los casquetes polares, lo cual incide directamente en el equilibrio de los patrones atmosféricos, en el equilibrio de los vientos que impulsan y mantienen las corrientes que transportan humedad o sequedad, que dan forma a estructuras climáticas sobre las que se han desarrollado y se mantienen las diversas zonas que forman la naturaleza y ecosistemas del planeta. Hace meses que estamos viendo el desarrollo de tormentas con un potencial inimaginable, con precipitaciones que en muchas zonas han superado todos los récords registrados, generando inundaciones impresionantes. Pero también observamos cómo en algunos casos, a pesar de las grandes lluvias, no se recupera el déficit hídrico, como es el caso de España tras la reciente gota fría, donde uno se espera encontrar noticias informando de la recuperación de los niveles del agua de los embalses del país y en cambio sucede lo contrario y los niveles siguen bajando.
La actividad humana ha ido degradando sin cesar las grandes masas forestales, destruyendo y urbanizando, explotando, abusando de la vegetación y también de los recursos hídricos: de arroyos, ríos, acuíferos y pozos subterráneos, de manera que en muchas zonas las características de los suelos han ido cambiando, volviéndose inactivos, pereciendo conforme también han ido disminuyendo o desapareciendo muchas formas de vida que son imprescindibles para la salud de la tierra, para su respiración, para su capacidad de fertilidad, de ser una base y un cimiento para la vida y para la absorción correcta del agua de lluvia, del mantenimiento de acuíferos y pozos naturales. Todo ello conduce a desajustes fenológicos, a cambios en las especies que dominan los hábitats y ecosistemas, a posibles llegadas de especies invasoras que estarán afectando el equilibrio natural y que, en el caso de los incendios y hablando de especies vegetales, pueden ser especies que faciliten la expansión del fuego, que provoquen llamas más altas y destructivas, que hayan provocado cambios en el sotobosque haciéndolo más denso, más combustible, de manera que zonas donde podían haber incendios esporádicos de manera natural, como parte de un ciclo de regeneración, ahora son arrasadas por incendios que encuentran otro tipo de combustible y se vuelven demoledores y enormes. Un ejemplo de esta situación lo encontramos en zonas de España y Portugal con la introducción del eucalipto, que con el paso de los años ha ido sustituyendo especies autóctonas, empobreciendo el suelo y aumentando la posibilidad de incendios por su alta facilidad de combustión y su proliferación formando verdaderos puntos de alimentación para el fuego.
Toda esta situación que se refleja y forma parte de la crisis climática que sufre el planeta y que se va agravando por la falta de conciencia del ser humano, por no haber la correcta implementación de medidas para frenar el gran deterioro que afecta a todos los sistemas que forman parte del funcionamiento de la biosfera, conduce a unas condiciones que propician la aparición de un nuevo tipo de incendio que llamamos “megaincendio” o también “megaincendio climático”. Este término tiene una relación directa con otros que también definen incendios muy graves y poderosos, como “incendio de alta intensidad” y “fuego eruptivo”, términos que se utilizan para calificar incendios donde el fuego es prácticamente ingobernable.
Los megaincendios se clasifican como incendios de nueva
generación. Son incendios muy agresivos, con una gran fuerza energética, con
una gran capacidad de movimiento y extensión, incendios que en unas cuantas horas
pasan de ser un pequeño fuego a un incendio de gran tamaño y alto índice de
peligrosidad, formando varios frentes activos, donde en muchos casos podrán
poner en peligro zonas habitadas y además extenderse por lugares de muy difícil
acceso para las labores de extinción.
De algún modo, los megaincendios son una
respuesta en forma de lección dura frente a la falta de responsabilidad del ser
humano, no solo por todos los abusos sino por la falta de cuidado y gestión de
las masas forestales, por la falta de comprensión e interés por adaptarse y
convivir con los ciclos naturales de cada ecosistema, porque una de las causas
que se consideran propulsoras de los megaincendios es que durante muchos años,
desde el siglo pasado, el hombre ha intentado apagar todos los incendios lo más
rápido posible, incluso deteniendo incendios que formaban parte de esos ciclos
y procesos de regeneración natural, y causando una densidad forestal
desequilibrada y artificial. A todo ello hay que añadir toda la codicia de
agrandar las zonas agrícolas y ganaderas abarcando e invadiendo espacios
naturales. En este sentido, se considera que algunos de los grandes incendios
que hace semanas, e incluso meses, afectan al planeta han sido provocados, como
los de la Amazonia y otras regiones de Brasil y Bolivia, especialmente, también
los de países africanos como la República Democrática del Congo y Angola y los
de Indonesia. En algunos casos, los campesinos incendian sus campos como una
forma de regenerar la tierra antes de la siguiente siembra, pero en otros se
quema el bosque para ganar terrenos para cultivar y, sea como sea, está
demostrado que un porcentaje de estos incendios se descontrolan y acaban
extendiéndose. Y aquí deben añadirse todos los incendios provocados por las
redes criminales para ampliar sus negocios lucrativos. Lo que sucede ahora es
que las condiciones climáticas y de los ecosistemas provocan que los incendios
que se descontrolan se vuelvan fácilmente megaincendios. Por otro lado, las
tormentas cada vez llevan más carga eléctrica y mayor cantidad de rayos que en
ocasiones también representan el punto de ignición de un incendio y que ese
punto pueda ubicarse en lugares de difícil acceso y más desprotegidos.
Con toda
la información que está llegando a raíz de los incendios de la Amazonia, cada
vez somos más conscientes de la gran mortandad que provocan sobre muchos
animales de todas las especies, porque la velocidad del fuego resta
posibilidades a los animales más rápidos y toda su fuerza energética y
temperaturas elevadísimas impide que otros animales puedan protegerse, incluso
bajo tierra. En el caso de los incendios de Brasil y Bolivia, nos llegan cifras
espeluznantes sobre los millones de animales que han perecido. Además, cuando
tratamos de megaincendios, dependiendo de la estructura del bosque o del
ecosistema, el fuego también sigue a nivel subterráneo y va quemando raíces y
combustible que encuentra bajo la superficie. Esto hace muchos años que sucede
y se ha estudiado con los incendios de Siberia, donde domina la taiga, con
grandes bosques de coníferas, y donde se forman enormes turberas, que son
cuencas lacustres repletas de material vegetal más o menos descompuesto y que constituye
la primera etapa del proceso por el que la vegetación se transforma en carbón
mineral. En algunos casos se puede haber iniciado un fuego por un descuido
humano y las personas no ser conscientes de ello ya que no se hace visible,
pero el incendio puede ir ardiendo y avanzando lentamente y salir a la
superficie a kilómetros de distancia del lugar donde se originó.
Incendio extendiéndose en una turbera
Los últimos
grandes incendios que está habiendo en el planeta también nos muestran la grave
contaminación atmosférica que provocan y cómo el humo denso y tóxico se
extiende alcanzando grandes extensiones y también llegando a lugares que pueden
estar muy lejos del fuego. Hace pocos días que hemos visto en los medios
imágenes de cielos rojos con un aire irrespirable en muchas zonas de Indonesia
y de otros países próximos a islas, como la de Borneo, donde continuamente hay
enormes incendios provocados para ganar terreno para así plantar la especie de
palmera de donde se obtiene el aceite de palma. También, el pasado 19 de
agosto, en la ciudad brasileña de São Paulo se hizo de noche en pleno día
debido a las enormes columnas de humo que llegaron desde los incendios de la
Amazonia, a más de 2500 km de distancia; esas columnas de humo se combinaron
con un frente frío y fuertes nubes de tormenta.
Cielo rojo sobre la Isla de Sumatra (Indonesia)
Dentro de esa contaminación
atmosférica que provoca el incendio, hay que valorar que la combustión de la
masa forestal emite dióxido de carbono que había sido absorbido y que
justamente esa pérdida de masa forestal va a representar menor absorción de
dióxido de carbono de la atmósfera. También se liberan otras partículas y gases
tóxicos como el monóxido de carbono, los óxidos de nitrógeno y los compuestos
orgánicos no metanos.
Los incendios también pueden contaminar acuíferos y
flujos de agua cuya capacidad de filtrado ya está normalmente muy mermada tanto
por la falta de caudal como por toda la contaminación provocada por el ser
humano y por todos los impedimentos artificiales que provocan que el flujo no
siga ni su camino natural ni pueda sostener su dinámica y regeneración.
Unos de
los mayores perjudicados por los grandes incendios que ocurren en zonas
extensas naturales y de vegetación de la Tierra, son las comunidades indígenas,
las tribus nativas del lugar, que reciben directamente el impacto del fuego,
con la posible destrucción de sus poblados, y también reciben toda la contaminación
atmosférica, además de la devastación de su hábitat, de su lugar de residencia,
de todo lo que forma parte de su vida y subsistencia.
En algunos casos, los
incendios también arrasan campos de cultivo, explotaciones ganaderas e
instalaciones que son importantes y están dentro del proceso creado por el ser
humano para la producción y comercialización de alimentos. Si unimos estos
efectos a los que provocan las enormes inundaciones que causan las
precipitaciones torrenciales que está habiendo en muchas partes del planeta,
todo ello conduce a situaciones de hambruna, de emergencia para lugares que ya
de por sí sufren situaciones muy complicadas. De esta forma, se va
incrementando el éxodo hacia las ciudades e incluso hacia otros países u otros
continentes y aumenta y se agrava la circunstancia y realidad de los refugiados
climáticos.
Si no somos capaces de cuidar el planeta, de comprender que nuestra
salud y supervivencia están directamente relacionadas con la salud y
supervivencia de la Tierra, de su biosfera, de cada ser vivo que la forma y la
sostiene en interrelación con todos los demás, entonces cada vez tendremos que
ir utilizando con mayor frecuencia el prefijo “mega”, tal como ya vamos viendo
con las tormentas, con los incendios, con los movimientos sísmicos y
magmáticos, con las olas de calor y de frío, con el deshielo. Esperemos que no
tengamos que experimentar mayores mega-catástrofes y que, como seres humanos,
lleguemos a actuar por el bien del planeta y de todos sus sistemas, de todos
sus seres, incluidos nosotros mismos.
Fuentes:
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