lunes, 22 de junio de 2020

Evento del mes de junio

Redactado y publicado por David Arbizu

LA ENERGÍA NUCLEAR EN EL MUNDO
La historia de la energía nuclear desarrollada por el ser humano empezó con las investigaciones y descubrimientos que se realizaron a finales del siglo XIX. A principios del siglo XX se hicieron pruebas que producían transformaciones nucleares, y a finales del año 1938 se demostró que algunas pruebas, en las que se había utilizado el uranio, habían producido una fisión atómica, y a partir de aquí se avanzó con gran rapidez hacia lo que se considera una reacción nuclear en cadena controlada en una máquina (reactor nuclear), que puede generar una gran energía, pero también se avanzó para utilizar esa reacción como forma de generar una explosión nuclear, algo que impulsó los programas dirigidos a aplicaciones militares. Las principales investigaciones y programas se desarrollaron en Alemania, aunque también había investigaciones en Dinamarca, Francia, Rusia, Gran Bretaña y Estados Unidos; de hecho, estos dos últimos países fueron los que a partir de aquí intensificaron sus esfuerzos para avanzar en las investigaciones en todos los niveles.

No se tardó en concebir que si una instalación podía soportar esa reacción en cadena, donde un material básico era el uranio, se obtendrían otros materiales resultantes como el plutonio, de enorme poder explosivo, y el neptunio. Se acordó dar estos nombres al ser planetas que están más allá de Urano, que sirvió para denominar al uranio cuando fue descubierto en 1789. Más tarde, en 1942, Estados Unidos encabezaba y aceleraba las investigaciones enfocadas casi únicamente en métodos de fabricación de material fisionable y extracción de plutonio con fines militares.

Después de la Segunda Guerra Mundial, con las explosiones de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, se impulsó un nuevo enfoque de la energía nuclear para producir electricidad, aunque continuaron los programas nucleares militares. En 1951, en Ohio (EE. UU.) se puso en marcha el primer reactor nuclear destinado a producir electricidad. Desde entonces y hasta 1965, Canadá, Rusia, Francia e Inglaterra, junto con Estados Unidos, empezaron a potenciar el desarrollo de las centrales nucleares. Aunque se construyeron muchos reactores, también se cancelaron muchos proyectos, y no fue hasta finales de la década de 1990, con la construcción de reactores de tercera generación, cuando aumentó el interés por impulsar la energía nuclear en muchos países. A pesar de todo, durante el siglo XXI se han construido pocos reactores, y solo China, con un proyecto de construcción de más de cien nuevos reactores, y otros países asiáticos están ampliando su volumen de electricidad de fuente nuclear. Con todo ello, actualmente hay unos 450 reactores de energía nuclear en el mundo y se están construyendo unos 50 más.

Central de Shippingport, primera planta de energía nuclear comercial de EE. UU. (1957) 

Desde los gobiernos y la industria nuclear, siempre se ha intentado convencer de la seguridad de las centrales, de que es una energía limpia y asequible que no provoca emisiones de carbono y por lo tanto no acelera el cambio climático. Pero junto a la historia del desarrollo nuclear en el mundo también hay una historia de graves accidentes, de estudios científicos que demuestran el gran peligro de la radiactividad para la salud del ser humano y de los seres vivos, de la biosfera. En enero de 1959, Abel Wolman, profesor de la Universidad Johns Hopkins, hacía estas declaraciones durante la primera consulta del Congreso de Estados Unidos sobre los residuos nucleares: “En términos generales su toxicidad, tanto radiactiva como química, es muchísimo mayor que la de cualquier otro material industrial que hayamos encontrado hasta la fecha en este o en cualquier otro país”.
La mayoría de las personas saben que, en caso de accidente, las centrales nucleares son verdaderas bombas con un poder de destrucción inimaginable, que los residuos nucleares pueden mantenerse activos durante millones de años, que no existen almacenes adecuados donde guardarlos y los que se han construido se deterioran con el paso del tiempo, que no existe la tecnología ni para poder supervisar el almacenamiento ni tampoco para poder desmantelar correctamente reactores que hayan sufrido un accidente o fusión parcial o total, tal como se está observando en Chernóbil y ahora especialmente en Fukushima.

Por desgracia, el accidente de Fukushima nos ha permitido ser mucho más conscientes de que se está trabajando con un tipo de energía que el ser humano no es capaz de controlar porque ni siquiera existe todavía la tecnología para hacerlo. En Fukushima hemos podido ver cómo los robots enviados a los reactores accidentados no soportaban la radiación, y eso teniendo en cuenta que eran robots especialmente fabricados para realizar ese trabajo. También estamos viendo cómo se apilan y aglomeran toneladas y toneladas de residuos radiactivos en enormes bolsas de plástico, y en octubre de 2019 pudimos comprobar cómo las inundaciones provocadas por el paso del tifón Hagibis arrastraron decenas de sacos que fueron a parar a un río, donde después se pudieron recuperar algunos, pero no todos, y donde se pudo comprobar que varios se habían roto. También Fukushima nos muestra el gran peligro de toda el agua radiactiva que se va almacenando en gigantescos contenedores una vez queda contaminada al contactar con los reactores, y ahora sabemos que para el año 2022 ya no se dispondrá de espacio para guardar más agua y se tendrá que verter al océano y posiblemente también generar algún tipo de operación para que se vaya evaporando en la atmósfera. Al mismo tiempo, hay zonas de la central donde todavía no se puede acceder debido a la alta radiactividad, y el desmantelamiento y limpieza se va retrasando mientras todavía no se sabe cómo se podrá almacenar tanto material radiactivo con seguridad, y tampoco dónde.
Otra cuestión muy grave que nos ha mostrado tanto Fukushima como Chernóbil es la radiación que queda impregnada en la naturaleza, especialmente en los bosques, y cómo los incendios forestales provocan que la radiación contenida llegue a la atmósfera y pueda viajar con el humo y otras partículas tóxicas.

Junto a los dos accidentes nucleares de Chernóbil (1986) y Fukushima (2011), otro accidente nuclear de alta peligrosidad fue el de la central de Three Mile Island de Estados Unidos (1979), considerado el primer gran accidente nuclear de la historia. Hubo una fusión parcial del núcleo del reactor y una enorme emisión de gases radiactivos a la atmósfera. Aunque destaquen estos tres accidentes, ha habido muchos más en muchas centrales nucleares del planeta desde donde ha habido emisiones radiactivas a la atmósfera y también a vías fluviales y océanos. La necesidad de enfriar los reactores nucleares significa que las centrales necesitan ubicarse cerca de algún cuerpo de agua, ya sea cerca de un río o de la costa oceánica, y esto implica una alta posibilidad de contaminación radiactiva que llegue al agua. Cuando hay un escape, algunos químicos radiactivos se quedan pegados a la tierra, o a plantas y árboles y no se expanden con facilidad, pero si entran en contacto con el agua sí que existe un alto nivel de expansión y pueden entrar en ciclos oceánicos desde donde acaban llegando a todo el planeta, tal como se considera que ha sucedido con la gran fuga radiactiva que hubo desde Fukushima.

Fukushima: Una de las zonas de almacenamiento de sacos llenos de residuos radiactivos

Además de la falta de tecnología para lidiar con la energía nuclear, el origen de muchos accidentes está en errores humanos. En algunos casos, los responsables del control de la seguridad de las operaciones no tienen la capacidad y preparación adecuada para llevar a cabo ese trabajo. Muchos accidentes han sucedido debido a algún fallo de la maquinaria o válvulas de seguridad frente al cual los operarios no reaccionaron adecuadamente, empeorando la situación. Actualmente, esta falta de profesionalidad se podría ver incrementada debido a que muchas centrales nucleares del mundo están obsoletas, son muy viejas y la energía nuclear es cada vez menos rentable. A esta situación, algunos expertos la han llamado “camino nuclear suicida”, un camino que implica a muchas empresas de servicio y miles de empleos vinculados al negocio nuclear. La consecuencia de esta situación complicada es que la mayoría de las centrales requieran ayudas gubernamentales para poder seguir funcionando, e incluso que se alargue la vida operativa de centrales que deberían apagarse y entrar en el larguísimo proceso de desmantelamiento, pero parece que se opta por la solución de seguir funcionando incluso para no tener que afrontar las operaciones de desmantelamiento, de valor exorbitado, y también para no afrontar el consecuente problema del almacenamiento de residuos. Son muchos los países con proyectos para construir grandes espacios de almacenamiento de residuos, pero normalmente no se están llevando a cabo por varias razones, entre las que destacan la oposición popular, las dudas de expertos sobre la seguridad del lugar escogido para el almacenamiento, que normalmente es subterráneo, y todo el gran peligro y volumen de actividad que representa el transporte de los residuos desde las centrales nucleares y otros laboratorios o lugares donde se puedan haber hecho todo tipo de pruebas, como por ejemplo detonaciones de armas nucleares. Para hacerse una idea, se calcula que cada año, a nivel mundial, se realizan alrededor de 20 millones de envíos de material radiactivo, que se transportan a través de vehículos por vías públicas o mediante ferrocarriles y barcos.

Otro aspecto negativo es que la energía nuclear está directamente vinculada con la minería y extracción especialmente de uranio. Las minas de uranio son puntos de alta toxicidad, y en muchos casos operan a cielo abierto. Además, existen muchas minas abandonadas porque dejaron de ser rentables que se han convertido en verdaderos polvorines radiactivos. Un ejemplo de esto lo encontramos en el Gran Cañón del Colorado (EE. UU.), donde hay muchas minas abandonadas sin ningún tipo de control.

Por desgracia, la energía nuclear y la radiactividad forman parte de nuestro mundo, y a pesar del trabajo de importantes organizaciones y movimientos anti-nucleares, que en algunas ocasiones han conseguido detener proyectos de construcción de centrales nucleares, como es el caso de la zona de la costa oeste de Estados Unidos, muchos países siguen apostando por este tipo de energía y mantienen proyectos de construcción de nuevos reactores. Las últimas innovaciones tecnológicas son los reactores modulares pequeños (SMR, por sus siglas en inglés). Estos reactores pueden formar una central de un módulo o de varios módulos. Se consideran más seguros y también económicamente más asequibles, se pueden combinar con otras fuentes de energía alternativas y ofrecen la posibilidad de ser trasladados e implantados en cualquier zona, ya que se pueden trasladar en camiones o contenedores de transporte. A pesar de todos estos aspectos que pretenden mostrar una opción más positiva e impulsar esta nueva tecnología, no dejan de ser reactores donde hay una fisión nuclear y van a generarse residuos radiactivos y químicos de alta peligrosidad.

Gran parte de la radiación que se ha expandido por el planeta, y de forma muy ostensible en zonas concretas, se debe a todas las pruebas de armas nucleares que se han realizado en muchos lugares. Aunque es ampliamente conocido que se hicieron muchas detonaciones de bombas nucleares en islas del Pacífico, en muchos países se han detonado armas en lugares subterráneos. Actualmente, muchos países tienen proyectos militares de armamento nuclear, sin importar si han firmado o no el “Tratado de No Proliferación Nuclear” o si están sometidos a sanciones y controles, como es el caso de Irán. Estos proyectos implican la manipulación del uranio y otros componentes para poder producir el plutonio necesario para las armas nucleares, así que en algunos casos se realizan operaciones de alta peligrosidad en instalaciones secretas. Y hay que añadir que cuando se consigue crear algún tipo de arma nuclear, normalmente lo que sigue es hacer una prueba y una detonación, algo que, por ejemplo, sabemos que ha sucedido en varias ocasiones en Corea del Norte.

Detonación nuclear realizada en 1946 por Estados Unidos en el Atolón Bikini (Islas Marshall)

Como conclusión, está claro que la energía nuclear representa una fuerza y un poder que van más allá de la capacidad del ser humano de contención, control y manipulación. El ser humano no es consciente de todos los efectos de esta energía, ni tampoco quiere serlo, porque ¿cómo se puede construir algo que va a contener algunos materiales tremendamente peligrosos que pueden llegar a tardar incluso cientos de millones de años en desintegrarse?
Muchas centrales nucleares se han construido sobre fallas tectónicas o excesivamente cerca de fallas tan importantes como la falla de San Andrés (California), o en zonas costeras de gran sismicidad, como sucede en Japón. En muchas ocasiones, antes de la construcción de una central nuclear, o incluso de un almacén de residuos, se han hecho estudios sobre las posibilidades de un terremoto en el lugar, incluso de un tsunami u otros eventos peligrosos, y se ha considerado que el lugar era adecuado, pero, tal como se vio en Fukushima, las protecciones contra el oleaje fueron insuficientes frente al tsunami, y siempre puede suceder un evento natural que exceda cualquier estimación hecha por el ser humano, porque es justamente esa imprevisibilidad la que supera cualquier cálculo, estadística y tecnología humana.

Actualmente la mayoría de las centrales nucleares del mundo almacenan sus propios residuos y combustible gastado, materiales que seguirán siendo radiactivos durante varios miles de años como mínimo. Según Greenpeace, hay más de 250.000 toneladas de combustible gastado repartido en instalaciones de 24 países. Entonces, ¿qué estudio y previsión científica puede realizarse para contener, controlar y resguardar estos materiales durante miles de años? Seguro que nadie puede hacer este tipo de previsión, pero todos podemos discernir que se están creando sin parar verdaderas bombas mortales de enorme capacidad de destrucción y con tiempo de actividad tan desmesurado que excede nuestra comprensión y nuestro nivel de conciencia para seguir operando con todo ello.


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