LA AMNESIA AMBIENTAL GENERACIONAL, EL SÍNDROME DEL PUNTO DE REFERENCIA CAMBIANTE Y LA SOLASTALGIA
Estamos siendo testigos de una degradación constante del
planeta relacionada directamente con esta época que se conoce como el
“Antropoceno”, donde gran parte de las actividades desarrolladas por el hombre
están impulsando una crisis planetaria junto con una extinción masiva sin
precedentes, teniendo en cuenta que la magnitud, agravamiento y también la
solución de esta crisis y de la supervivencia de muchos seres vivos dependen
únicamente de lo que haga una sola especie que habita la Tierra: el ser humano.
Muchas
personas ven con mucha negatividad la situación actual, cómo no se toman
medidas drásticas para frenar toda esta gran devastación y deterioro, todo este
desequilibrio que, tal como ahora nos muestra la pandemia del coronavirus, ya
nos toca personal y directamente y nos demuestra que ya no vamos a seguir
siendo solo unos observadores sino que vamos a sufrir la crisis y a tener que
lidiar con situaciones difíciles si no se implementan las acciones y políticas
necesarias y, además, si no se hace en el plazo más corto de tiempo posible.
Creo que para muchos es sorprendente leer noticias sobre la aprobación de leyes
de protección de la naturaleza, o de prohibición de acciones destructivas y
altamente contaminantes, que otorgan un amplio plazo de tiempo para que se
ejecuten, como si se comprendiera y aceptara que algo está siendo muy
perjudicial para la biosfera, para la vida y la salud, y al mismo tiempo se le
diera legalmente un plazo de varios años para que siga ocurriendo. Todo ello
muestra un mundo antropocéntrico en el que se puede decir que “la antropología
ha logrado desplazar a la biología, cuando ambas deberían estar elevadas y
asociadas gracias a un mayor nivel de conciencia del ser humano”.
Esta gran
crisis hace que muchas personas se interesen y se involucren para detener todo
el daño que se está haciendo al planeta, y apoyen causas para defender los
derechos de la naturaleza y de los animales y/o cambien sus rutinas o formas de
vida para no apoyar la degradación sino contrarrestarla, pero en un mundo cada
vez más centrado en la tecnología, donde las pantallas y los teclados están
sustituyendo un contacto próximo con la naturaleza, donde aumenta sin cesar el
número de personas que viven en grandes ciudades, se va perdiendo la propia esencia
como ser vivo que forma parte de este planeta y que depende de todo un enorme
mecanismo planetario, donde encajan todas las formas de vida, para que la existencia
sea posible. Esa pérdida representa una degradación de nuestra relación con el
planeta y toda la naturaleza, el clima, el medio ambiente, y se ha comprobado
que conforme perdemos esa capacidad de conexión y de percepción, vamos
“normalizando” el deterioro que nos rodea y se pone en marcha un mecanismo
psicológico que se denomina “amnesia generacional ambiental”, desde la que se
consideran normales las situaciones de degradación o incluso catastróficas que
forman parte de nuestras condiciones de vida, desde donde cada generación solo
toma en consideración los cambios y eventos que ha experimentado, olvidando
etapas anteriores donde, por ejemplo, en un lugar podía haber más
biodiversidad, más cantidad de animales, de plantas, de agua fluyendo por los
ríos, de espacios verdes que acabaron siendo deforestados y urbanizados, de
caminos entre bosques donde se escuchaba el canto de los pájaros o el sonido
del viento moviendo las ramas de los árboles.
Peter Khan, profesor de psicología
de la Universidad de Washington, fue la primera persona que utilizó la
expresión “amnesia ambiental generacional” y declaró que: “Es uno de los
problemas psicológicos centrales de nuestra época”. Por un lado, él observó
esta falta de reconocimiento de las situaciones para pasar a “normalizarlas”,
pero también que existe una negación, una resistencia a aceptar que algo
negativo le esté pasando a uno mismo, como si pasara en todo el planeta pero no
en la propia localidad. Por ejemplo, a raíz de una investigación que se hizo en
Houston (Estados Unidos), los jóvenes entrevistados reconocían que en muchos
lugares del planeta había contaminación del aire y del agua, pero menos de un
tercio de los entrevistados creía que esa contaminación también afectaba al
barrio donde vivían.
Otro ejemplo expuesto por Khan se refiere al tráfico de
San Francisco (California). Él explica que en la década de 1970 el tráfico ya
era horrible y que pensó que, si empeoraba, habría una reacción de las personas
por todo lo que representaba, pero pasaban los años y el tráfico iba
empeorando, y todo el mundo iba integrando y normalizando ese deterioro que no
paraba de crecer. De algún modo, el mecanismo de adaptación impulsa esa amnesia
para no ser conscientes de todos los cambios negativos que se van desarrollando
y fortaleciendo.
Otro ejemplo distinto sería el del Mar de Aral (Asia Central),
ahora prácticamente seco. Una persona que haya nacido cuando el lago ya estaba
seco puede llegar a considerar “normal” esta situación, y próximas generaciones
ni tan solo pensarán que había sido un espacio de agua enorme, de gran riqueza,
lleno de vida. Incluso ahora ya hay quien dice que se tendría que denominar
Desierto de Aral, algo que haría desaparecer todavía más la memoria de lo que
ha sido uno de los mares más importantes del planeta.
Otra expresión que está
relacionada directamente con la “amnesia ambiental generacional” es el
“síndrome del punto referencia cambiante”. Este concepto lo desarrolló el
biólogo marino Daniel Pauly al comprobar que los expertos que investigaban
áreas de pesca tomaban como referencia científica el tamaño y la composición de
la población de peces que había al comienzo de su carrera. De esta forma, cada
generación de investigadores no era consciente de que el estado que consideraban
normal ya estaba degradado en comparación con las generaciones anteriores y por
lo tanto no estaban trabajando desde una “línea de base” correcta sino
desplazada respecto a la situación de esa especie o hábitat generaciones atrás,
o incluso antes de la interferencia del ser humano. Esto también muestra una
amnesia generacional donde va cambiando el nivel de referencia, de manera que
se olvida un estado posiblemente de mayor riqueza y se acepta la desaparición
progresiva de ciertas especies. En consecuencia, se establecen medidas de
conservación con objetivos inadecuados, donde la situación “natural” no corresponde
con el punto de referencia o meta a alcanzar que requerirían ecosistemas o
especies para una recuperación adecuada y equilibrada, donde la línea de base
se ha ido degradando y, por lo tanto, afectando y rebajando el nivel de los
objetivos.
Tal como he indicado al principio de este artículo, se puede decir
que la “antropología ha logrado desplazar a la biología”. El poder que tiene el
ser humano para equilibrar o desequilibrar el planeta es enorme y cada error,
cada amnesia ambiental, cada punto de referencia inadecuado, tiene efectos que
pueden ser muy perjudiciales. Se puede decir que el nivel de conciencia y de
percepción del ser humano sobre la naturaleza, sobre una especie, sobre un
hábitat, va a condicionar su supervivencia y las acciones que se lleven a cabo
para su conservación.
Sabemos que nuestro cerebro es como un ordenador que
actualiza continuamente nuestras percepciones y que cada vez lo hace con más
rapidez pero con menor atención y enfoque, especialmente debido a la influencia
continua de todo lo que nos llega desde la tecnología de dispositivos con
pantallas que condicionan nuestros pensamientos, nuestro discernimiento, y
muchas veces esa influencia nos aparta de la realidad, de la atención sobre los
cambios que acontecen a nuestro alrededor y en nuestro planeta y nos conduce al
olvido de patrones y niveles de equilibrio y biodiversidad más ricos y acordes
a la realidad natural y primordial que ha ido quedando generacionalmente atrás.
Según Philippe J. Dubois, ornitólogo y autor del libro “La grande amnesie écologique”
(ed. Delachaux y Niestlé, 2015), la amnesia ambiental tiene “consecuencias
aterradoras” porque impulsa la aceptación de la degradación, de la pérdida de nuestra
calidad de vida, y además bloquea las posibilidades de cambio, de ampliar
nuestra perspectiva para recuperar lo esencial, la esencia verdadera de nuestra
relación con la naturaleza, con todos los seres vivos, con el planeta.
En su
libro, Philippe J. Dubois también habla de que la degradación que observamos a
nuestro alrededor, junto con la amnesia ecológica, a veces genera “solastalgia”.
Este término fue desarrollado en 2003 por el filósofo ambiental australiano
Glenn Albrecht, y se refiere a la ansiedad ecológica o depresión climática que
se puede generar al estar en un entorno que ya no es propio, algo que produce
una sensación dolorosa que no se sana con la amnesia porque es demasiado
impactante, porque está muy vinculada a la propia vida, a la propia conexión
existencial. Glenn Albrecht estudió el impacto de la actividad minera sobre los
habitantes de un valle de Australia, donde toda la contaminación y destrucción
de su medio ambiente provocada por esa actividad ha creado una gran
angustia y nostalgia por el territorio perdido.
La mayoría de psicólogos y
expertos que han estudiado y tratado este tema no lo consideran una enfermedad,
sino algo que demuestra cómo reacciona una mente racional preocupada por todo
lo que se está perdiendo frente a la inacción del propio ser humano y de toda
la humanidad, pero no deja de ser un trastorno, al que también se ha llamado
“Trastorno por déficit de naturaleza”, y con una depresión es más difícil tomar
decisiones acertadas y tener la energía suficiente para mantener una postura
elevada y constructiva. Philippe J. Dubois considera que la solastalgia es una
experiencia que comporta cosas positivas y, al relacionarla con la amnesia
ambiental, explica: “Es al tener conocimiento del pasado que podemos tomar
buenas medidas, preservar lo que se debe conservar y evitar el colapso de los
seres vivos. La naturaleza es como un tsunami: la gran ola destructiva suele ir
precedida de pequeñas olas de advertencia. Si olvidamos nuestro pasado
ambiental, despertar será aún más difícil”. Él también comenta la importancia
de la educación ambiental y que se debería enseñar desde parvulario, algo que
facilitaría no caer en la amnesia, sino que permitiría “abrir los ojos” y tomar
una posición y perspectiva real de lo que está pasando en el planeta. También
es muy importante mantener el contacto con la naturaleza, con la que tengamos
en nuestro entorno, con la que fácilmente podamos identificarnos y establecer
vínculos afectivos, algo que se llama “topofilia”, que se refiere a esos lazos
existentes entre el ser humano y el lugar que habita. Todo ello podría
construir una nueva forma de percibir, de discernir y, por lo tanto de actuar
con mayor dignidad como ser humano, con mayor respeto por la naturaleza que nos
rodea. Si entonces fuéramos capaces de unificarnos como humanidad que habita un
planeta rico y espléndido, esa conciencia de respeto por la naturaleza, por la
vida y por el planeta abarcaría toda la Tierra y seríamos capaces de dejar
atrás y rechazar toda acción, estructura y sistema que perjudicara y bloqueara
la recuperación y el final del abuso y destrucción que ahora estamos
experimentando.
Fuentes:
https://www.bbc.com/mundo/noticias-38136747
https://es.qwe.wiki/wiki/Shifting_baseline
https://www.lne.es/opinion/2010/09/26/sindrome-referencias-cambiantes/972904.htmlhttps://envirobites.org/2019/08/22/shifting-baseline-syndrome/
https://www.bioguia.com/entretenimiento/que-es-la-amnesia-ambiental_29277075.html
https://www.iagua.es/noticias/fundacion-we-are-water/mar-aral-dificil-retorno-agua
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