miércoles, 31 de marzo de 2021

Evento del mes de marzo

Redactado y publicado por David Arbizu

LA SIEMBRA DE NUBES
Al hablar de geoingeniería, normalmente parece que se está hablando de tecnologías y programas que se han desarrollado recientemente, como si fuera algo de este siglo, pero hace décadas que se realizan investigaciones de todo tipo para realizar intervenciones climáticas, para intentar dominar factores climáticos, ya sea provocándolos o deteniéndolos. De hecho, ya hace muchos años que es de dominio público la existencia del HAARP (Proyecto de Investigación de Aurora Activa de Alta Frecuencia), cuya primera instalación se ubicó en Alaska en 1993 y dio paso a muchas otras estaciones similares ubicadas por todo el mundo. En general, se sabe que este tipo de estaciones de antenas apuntando a la ionosfera pueden crear distorsiones de todo tipo, y se han relacionado con el desarrollo de catástrofes naturales e incluso de problemas de salud.

Quizás el término más conocido y utilizado a nivel general es el de “chemtrails”, o estelas químicas, y aunque sigue habiendo muchas personas e incluso científicos que niegan su existencia, cada vez hay más investigaciones e incluso documentos fotográficos que lo confirman con rotundidad. Fue a finales del siglo pasado cuando en muchos países se empezó a hablar de las nubes artificiales generadas a partir de las estelas de los aviones, y durante años se consideró que su misión principal era fumigar yoduro de plata en la atmósfera con la intención de reflejar la luz solar y debilitar el calentamiento global. Con el paso de los años y las declaraciones de personas afectadas, desde ecologistas y científicos hasta agricultores y responsables de espacios naturales, se ha demostrado cómo los productos químicos rociados acaban llegando al suelo, contaminando la tierra, los sistemas acuáticos y a todos los seres vivos. Un ejemplo concreto se encuentra en las pruebas que se realizaron hace más de diez años en el suelo y las fuentes de agua del área del Monte Shasta (California-EE. UU.), que mostraron el alto nivel de contaminación provocado por el bario, el aluminio y el estroncio que había llegado desde las fumigaciones, desde los chemtrails. Al mismo tiempo, muchas personas constataban cómo tras el paso de algunos aviones se disipaban las nubes, nubes típicas de tormentas y lluvias, y no llegaba a caer la lluvia prevista.


La siembra de nubes, o siembra glaciogénica, se basa en la introducción de aerosoles en las nubes que contienen agua líquida superenfriada, lo cual provoca la nucleación de cristales de hielo y la consecuente formación de partículas de hielo, que cuando alcanzan tamaños suficientemente grandes pueden caer como gotas de lluvia o nieve. En 1955 ya se descubrió que el yoduro de plata causaba la nucleación, y que también lo hacía la introducción de hielo seco (dióxido de carbono sólido). Actualmente, aparte de la utilización de estos dos componentes, también se ha utilizado propano líquido y otros materiales higroscópicos, que son todos los compuestos que atraen agua en forma de vapor o de líquido y que incluyen la sal de mesa. Algunos de estos productos facilitan la nucleación y formación de cristales de hielo en nubes donde las temperaturas son más elevadas, ampliando así las posibilidades de realizar siembras en más tipos de nubes y con menos limitaciones relacionadas con las temperaturas.

Como sucede en gran parte de la tecnología desarrollada por el ser humano, las primeras investigaciones dentro del campo de la geoingeniería tuvieron propósitos militares y se realizaron desde los países más potentes y más ambiciosos a nivel mundial. El país más destacable dentro de esta línea tecnológica es Estados Unidos, donde desde mediados del siglo pasado se pusieron en marcha varios proyectos relacionados con la gestión de la radiación solar, la electricidad de la atmósfera, y en especial de la ionosfera, junto con otros relacionados con la fumigación de químicos en el aire para conseguir resultados como la creación de tormentas eléctricas, fuertes lluvias, huracanes o también persistentes sequías para perjudicar zonas o países enemigos. Un ejemplo de este tipo de maniobras militares fue la denominada Operación Popeye, que tenía como objetivo generar suficiente lluvia para interrumpir las rutas de suministro enemigas en la guerra de Vietnam. Después, en 1977, un tratado internacional prohibió el uso de modificaciones climáticas con fines militares.

A partir de los avances alcanzados en este tipo de proyectos, se empezó a contemplar el control del clima no solo con fines bélicos sino con fines económicos e incluso medioambientales. A principios de la década de 1960, en Estados Unidos se financió una serie de experimentos de siembra de nubes conocidos como Proyecto Skywater, destinados a impulsar los recursos hídricos en los estados occidentales de Estados Unidos. También otros países empezaron a realizar pruebas, aunque en todos los casos siempre era muy difícil poder cuantificar la eficacia de la siembra, si realmente las precipitaciones o nevadas tenían una relación directa con la manipulación realizada. Fue especialmente a partir del año 2017 cuando gracias a los avances tecnológicos, con sistemas de radar y otras tecnologías, se empezaron a realizar mediciones fiables que demostraban que la siembra de nubes daba buenos resultados. Esto estuvo ligado con el inicio del Proyecto SNOWIE en Estados Unidos, que representó una aceleración y multiplicación de las investigaciones creando mejoras a nivel tecnológico que tuvieron su repercusión a nivel global y que amplificaron el abanico de utilidades que podía ofrecer la siembra de nubes.

Además de Estados Unidos, otros países que destacan por realizar asiduamente la siembra de nubes y desarrollar proyectos para impulsar esta tecnología son China, India, Australia, Israel, Emiratos Árabes Unidos y algunos países del África subsahariana, aunque cada vez son más los países que están haciendo pruebas y considerando su implementación. Muchos países buscan el aumento de precipitaciones en forma de lluvia directa, pero también se pretende que aumenten las nevadas sobre las zonas montañosas donde ha ido disminuyendo la cantidad de nieve anual registrada. Otros beneficios obtenidos son evitar perjudiciales caídas de granizo, especialmente sobre zonas agrícolas, disipar la niebla, algo que ya se ha realizado en algunos aeropuertos, y reducir la formación de relámpagos.

Aparte de los proyectos oficiales de algunos países o regiones, actualmente existen decenas de empresas privadas que ofrecen los servicios de siembra de nubes. Normalmente la siembra se realiza desde un avión que utiliza bengalas de combustión y/o bengalas expulsables para liberar los aerosoles, algo que se puede hacer atravesando la nube o sobrevolándola por encima. Últimamente está aumentando la utilización de drones en lugar de aviones, y también se va avanzando en técnicas para elevar desde el suelo los diversos productos que se quiere que alcancen las nubes. Estas técnicas se basan en la colocación de una especie de chimenea en las partes de las montañas donde se generan corrientes de aire ascendentes. Se utiliza el propano para encender la chimenea, después se abre la válvula de entrada del aerosol, que normalmente es yoduro de plata, y así se genera su emisión y elevación hacia las zonas nubladas.


La mayoría de los estudios sobre la siembra de nubes advierten que no se debe considerar que vayan a ser la gran solución frente a déficits hídricos o sequías, ya que el aumento de precipitaciones que provocan las siembras no es muy elevado y además se requieren condiciones climáticas concretas para obtener buenos resultados. Como es lógico, hay científicos y expertos a favor y en contra, pero algo en lo que parece que coinciden ambas partes es que se está llevando a cabo con muy poco asesoramiento profesional, ya que se están realizando siembras por la simple decisión del responsable de una zona concreta, o de una región, sin necesidad de atenerse a ninguna normativa. En muchos casos esto sucede justamente porque no existen normativas diseñadas para estructurar y permitir o no la multiplicación de este tipo de acciones sin una valoración más amplia, determinada como mínimo por los responsables del medio ambiente del estado o país.

Dentro de esta forma de operar destacan los proyectos de China, cuyo gobierno ha declarado la intención de ampliar su programa de lluvia o nieve artificial para llegar a cubrir 5,5 millones de kilómetros cuadrados en 2025, casi el 60% de su territorio (casi tres veces la superficie de México), con la intención de evitar catástrofes, proteger la producción agrícola y responder a incendios, sequías o aumentos inusuales de temperaturas. John C. Moore, científico jefe de la Facultad de Ciencias del Sistema Terrestre y Cambio Global de la Universidad Normal de Pekín, explica que con el paso de los años se ha ido expandiendo la siembra de nubes sin ninguna validación científica, que es una simple cuestión operacional que se hace a nivel comunal, de ciudades y pueblos, y que hasta 50.000 municipios chinos ejercen la siembra de nubes de forma habitual. Pero el enorme programa de China ha sacado a la luz los problemas que pueden llegar al crear precipitaciones artificialmente, y que tanto India como Taiwán hayan advertido que podrían llegar a acusaciones de “robo de lluvia”, ya que estas intervenciones podrían afectar al monzón asiático, cuya llegada es vital para muchos países.

Lo primero que advierten los investigadores y expertos contrarios a la siembra de nubes es que es una intervención sobre los sistemas de la Tierra, sobre sistemas que todavía no se conocen suficientemente. Además, como la mayor parte de programas de geoingeniería de nivel planetario, no hay posibilidades verdaderas de hacer experimentos y pruebas antes de implementarlos, y los riesgos podrían ser muy elevados y catastróficos. De hecho, aumentan constantemente los eventos climáticos extremos, y puede que el origen de algunos de ellos no sea solo el calentamiento global, el deshielo, la deforestación, etc., sino también todas las intervenciones que el ser humano está realizando para manipular un sistema planetario que sobrepasa su capacidad de razonamiento y también su desarrollo tecnológico. Un ejemplo podrían ser las nevadas y precipitaciones torrenciales que se han visto en países de Oriente Próximo, en zonas desérticas que de repente se transforman en enormes lagos o ríos que cuando llegan a zonas habitadas causan una gran devastación.

Si volvemos al proyecto de China, uno de los objetivos es provocar más nevadas en el Tíbet, y se sabe que el monzón se origina gracias a las diferencias de temperatura entre la meseta tibetana y el océano Índico. Entonces, ¿cómo se puede dudar de que forzar nevadas en el Tíbet no va a provocar cambios en la atmósfera? Las temperaturas del aire, de la tierra, de las vías fluviales, incluso de los océanos, no son las mismas si hay o no una cubierta de nubes, si ha llovido o nevado, si los rayos solares pueden llegar con mayor o menor facilidad, si hay mayor o menor reflejo de los rayos solares, si las nubes están sosteniendo una gran carga eléctrica o si están evitando el reflejo de la luz solar desde la superficie del planeta hacia el exterior. Y todo esto sin tener en cuenta todo el impacto antropogénico, ya que la lluvia artificial, por ejemplo, podrá limpiar la contaminación atmosférica de un lugar, pero también provocará que otros contaminantes, como herbicidas y pesticidas, lleguen con más facilidad a acuíferos y suministros de agua de los cuales dependen todos los seres vivos.

El ejemplo de China es aplicable a todo el planeta, un planeta donde todo está relacionado, conectado, donde el ser humano se lo tendría que pensar millones de veces más antes de “mover ficha”, y más si hablamos de geoingeniería. Incluso científicamente se conoce el efecto de los rayos solares sobre las placas tectónicas y, por lo tanto, sobre la estabilidad magmática del manto del planeta. También cada vez hay más estudios que relacionan la llegada de rayos cósmicos con la formación de nubes, así como el paso de grandes tormentas y huracanes con el posterior desarrollo de movimientos sísmicos. Otras investigaciones demuestran las diversas relaciones entre las capas de la atmósfera, donde destaca la relación del estado de la capa inferior, la troposfera, donde se forman las nubes y se siembra con productos químicos, con la capa de ozono e incluso con la formación más o menos estructurada y estable del vórtice polar sobre el Polo Norte. Podría enumerar muchos otros factores que muestran esa perspectiva global que hay que alcanzar, porque desde esa perspectiva uno no puede pensar que provocar lluvia en una zona no va a afectar ni siquiera a las nubes que están a pocos kilómetros.

Por desgracia, los efectos de muchos programas y desarrollos tecnológicos que afectan al planeta no siempre son fáciles de demostrar científicamente, y eso da pie a que se investiguen y se quieran implementar nuevas tecnologías que solo han podido ser probadas a escala de laboratorio pero que están pensadas para afectar a todo el planeta. Algunos de los nuevos proyectos, que también están de alguna manera relacionados con la siembra de nubes y que ahora marcan algunos de los caminos de investigación más ambiciosos, son los que están involucrados en conseguir el enfriamiento del planeta al aumentar la reflectividad, el reflejo de los rayos solares hacia el exterior debido a la dispersión de aerosoles reflejantes en diversas capas de la atmósfera. Uno de los proyectos más actuales, financiado por Bill Gates a través de la Universidad de Harvard, consiste en lanzar un enorme globo a la estratosfera con 600 kg de carbonato cálcico, o tiza, que se rociaría a 19 kilómetros por encima de la superficie de la Tierra. Los resultados obtenidos servirían para determinar si sería efectivo hacer lo mismo a gran escala. Es posible que esta prueba se realice el próximo mes de junio desde Suecia.

Por suerte, conforme se conocen todos los nuevos proyectos y programas también cogen fuerza las manifestaciones de científicos que alertan sobre sus grandes y graves peligros. Un ejemplo llega desde las declaraciones de Sir David King, de la Universidad de Cambridge, que advirtió que la aplicación de la técnica del proyecto de la Universidad de Harvard, de rociar tiza, “podría ser desastrosa para los sistemas meteorológicos de un modo que nadie puede predecir”. Esperemos que si se aplican estos peligrosos proyectos se pueda recibir una respuesta rápida y de poca gravedad que demuestre su peligrosidad y que sirva para avanzar en el conocimiento de los sistemas que sostienen la biosfera, para realmente llegar a esa “nueva normalidad” de la que se habla cuando se supere la pandemia del Covid-19, una nueva normalidad que no debería representar buscar soluciones para sustituir unas acciones negativas por otras, o para encontrar sistemas e implementaciones tecnológicas para que todo siga igual al neutralizar algunos efectos perjudiciales, sino realmente para dejar de hacer lo que está destruyendo el planeta y sus formas de vida conforme avanzamos en la ya reconocida sexta extinción masiva, pero también conforme avanzamos hacia un nivel de conciencia que represente un ser humano que se implica completamente en detener la crisis planetaria y de la humanidad.

 



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