Redactado y publicado por David Arbizu
ACELERACIÓN GLOBAL DEL DESEQUILIBRIO CLIMÁTICO
Una de las noticias interesantes del mes de julio
de 2021 ha sido la publicación de una carta de Bill McGuire, profesor emérito
de Riesgos Geofísicos y Climáticos en la UCL (University College de Londres), dirigida a los científicos del planeta. El título del escrito es: “Es hora de
decir las cosas como son”, y se refiere a la falta de conciencia, seriedad y
rigor que una parte importante de los científicos han mostrado y
siguen mostrando al tratar y dar sus opiniones respecto al cambio climático
actual. Bill McGuire los acusa de la ocultación de lo que realmente piensa la
clase científica, de que la gran mayoría sabe sin ninguna duda que la situación
planetaria es muy complicada, que se deberían tomar medidas basadas en un nivel
de ciencia al servicio de la supervivencia y la recuperación, de la reparación
de todo lo necesario para intentar reequilibrar todo el daño causado, todos los
puntos de inflexión que ya se han superado. Un contundente párrafo del escrito
manifiesta: “No hace falta que les diga que el abismo que existe entre lo que
se necesita para hacer frente a la emergencia climática y las medidas que se
están adoptando en la actualidad pone de manifiesto la extraordinaria magnitud
de la batalla que tenemos por delante”.
A pesar de que ya llevamos años observando todo
el desequilibrio de los patrones climáticos y cómo los eventos son cada vez más
extremos y destructivos, durante el mes de julio hemos sido testigos de un
desbordamiento de sucesos dramáticos en todo el planeta, siendo prácticamente
imposible encontrar alguna zona no castigada por severas sequías e incendios,
olas de calor, tormentas con lluvias torrenciales nunca vistas, caídas de
granizo o tornados. Algunos artículos publicados en medios reconocidos han
expresado cómo ya es difícil valorar en qué zona del planeta sería mejor vivir para
tener la seguridad de estar a salvo, y que todo lo que se está viendo
seguramente va a empeorar. Michael E. Mann, director del Centro de Ciencias del
Sistema Terrestre de la Universidad Penn State, ha declarado que los patrones
climáticos han llegado a límites de desestructuración que no pueden negarse, y
que demuestran un proceso climático que potencia lo que antes eran situaciones
locales poco importantes para convertirse en eventos históricos, tal como hemos
visto con las terribles inundaciones en Alemania y Bélgica, los enormes
incendios que siguen castigando el noroeste de Estados Unidos, las inundaciones
de China, los incendios del norte de Rusia y Siberia y muchos otros eventos
similares que han pasado en muchas partes del planeta.
Aunque en general las
temperaturas son muy elevadas, especialmente ahora en el hemisferio norte, hace
pocos meses que se daba por finalizado el fenómeno La Niña del Pacífico, y
ahora se prevé que vuelva a reproducirse entre el próximo otoño e invierno.
Curiosamente, La Niña es un patrón frío, y algunos expertos han señalado que
posiblemente este año será uno de los más fríos del siglo XXI, pero ahora mismo creo que
no sirven predicciones ni tampoco conceptos que se han podido mantener por ser
correctos y coherentes. Así que el próximo patrón de La Niña estará señalando un
enfriamiento de las aguas en la zona ecuatoriana del Pacífico, con vientos
moviendo las aguas superficiales calientes del océano hacia las costas e islas de Asia,
donde podrá haber muchas más tormentas, pero las estimaciones ya no tienen
datos fiables para ser mínimamente establecidas. Por ejemplo, está claro cómo
los trópicos son cada vez más anchos, cómo la diferencia necesaria de
temperatura entre los Polos y el Ecuador cada vez es menor, cómo las altas
temperaturas del Ártico, junto con el deshielo, la debilidad de corrientes que
forman parte de la estabilidad de los grandes océanos Atlántico y Pacífico y
todos los problemas que causan los incendios, provocan la desestabilidad de la
corriente jet stream.
Todo ello implica destrucción de hábitats, desajustes
fenológicos y cambios demasiado contundentes para la supervivencia de muchas
especies, y una parte importante de la destrucción la lleva a cabo el ser
humano con sus explotaciones, urbanizaciones y abuso del planeta. El ser
humano de este tiempo, lo que significa el Antropoceno, ha cambiado, incluso me atrevería a
decir “desfigurado”, la Tierra. Tal como advertían los Inuit a la NASA en el año
2010, muchas cosas ya no se comportan como antes: “Los vientos llegan desde otras
zonas, el Sol se pone lejos de su punto habitual, las estrellas ya no están
donde deberían estar”.
A pesar de todos los avances tecnológicos y
científicos, parece que todavía no se comprende que el planeta es una entidad
con una estructura, sistemas y ciclos preparados para sostener un estado de
salud óptimo, una correcta homeostasis, y que nosotros dependemos totalmente de ese estado de salud. Y
ese mecanismo que sostiene la energía y el poder que transmite la Tierra a
través de la formación de su biosfera, de toda su biodiversidad, de todas las
relaciones que favorecen las condiciones tan espléndidas de este planeta, es un
mecanismo extremadamente preciso y con todas sus partes interrelacionadas y
dependientes entre ellas. Por lo tanto, un pequeño desajuste del eje de
rotación del planeta puede crear un enorme desequilibrio, pero también la desaparición de
una especie, el aumento inusual y extremo de la temperatura del agua de un río,
la pérdida de un acuífero, el exceso de emisiones de ceniza y gas si entran en
erupción muchos volcanes al mismo tiempo, etc. Y esta lista se llena de energía
negativa y destructiva si añadimos todo lo que representan las actividades
humanas sobre los elementos de la Tierra, con todas las contaminaciones,
extracciones, deforestaciones, emisiones desde centrales nucleares, pruebas
armamentísticas y todo el gran desarrollo que ahora está teniendo la
geoingeniería.
En una noticia reciente se informa de que se ha detectado que
el núcleo interno de la Tierra se está deformando al crecer más de un lado que
de otro. El núcleo interno de la Tierra es una masa compacta de hierro y níquel
que tiene un radio de 1.200 kilómetros, una medida que aproximadamente
corresponde a tres cuartas partes del tamaño de la Luna. Según los expertos que
han publicado este estudio, esto puede tener implicaciones en la formación y
estabilidad del campo magnético de la Tierra, que se genera gracias a los
movimientos de convección del núcleo externo, unos movimientos que están
impulsados por la liberación de calor desde el núcleo interno. Al igual que observamos la interconexión que existe en todo lo que podemos considerar la
superficie del planeta, incluyendo las zonas que sostienen la biosfera, desde la atmósfera hasta el subsuelo, también
existe una interconexión entre las diversas capas del planeta, entre su núcleo
interno y la capa atmosférica llamada exosfera, que es el lugar donde también
se forma la magnetosfera. La exosfera representa la zona de tránsito entre la
atmósfera terrestre y el espacio interplanetario, es el primer lugar de recepción
y relación con el polvo cósmico, con la radiación solar que llega desde los
vientos solares que impactan con el flujo o plasma que sostiene la magnetosfera
para así formar los Cinturones de Van Allen.
En uno de los Cinturones internos
de Van Allen existe una región denominada “Anomalía del Atlántico Sur”, donde
ese cinturón está más cerca de la superficie y por lo tanto cumple menos con su
labor protectora, permitiendo la llegada de una mayor intensidad de radiación
solar a la superficie del planeta. Esta región cubre gran parte del centro de
Sudamérica, especialmente parte de Chile, Brasil y Argentina, y también toda la
zona del Atlántico que corresponde a estas latitudes hasta llegar a la zona
costera de Sudáfrica. Volviendo a lo comentado sobre el desequilibrio del
núcleo interno de la Tierra, “curiosamente” la zona donde se ha detectado la
deformación, donde está creciendo el núcleo interno de la Tierra, corresponde a
la parte que se considera que está debajo de esta misma zona de la anomalía,
concretamente debajo de Brasil.
El planeta nos está mostrando que es una
entidad completa, que no se puede estudiar solo el desequilibrio de la
corriente jet stream sin tener en cuenta, por ejemplo, el deshielo del Ártico, o
la debilidad de la Corriente del Golfo, o que se haya desplazado el eje de
rotación y que se siga desplazando el eje magnético de la Tierra. Y así se podría estar enumerando todo
suceso, todo desajuste, donde también hablaríamos del impacto del ser humano,
un impacto que no solo es físico, con todo el daño provocado continuamente en
todas las áreas diversas de la Tierra, sino que también es emocional y mental,
con la falta de amor y respeto por el planeta y la falta de conciencia para no
cambiar y detener la devastación. Un ejemplo de esta falta de conciencia
llegaba a finales de junio desde una noticia cuyo titular es: “Fukushima no le
enseñó nada a Japón: el mundo ya está asustado”. La noticia hacía referencia a
cómo el gobierno y responsables de Japón se van abriendo de nuevo a la energía
nuclear, y que se acababa de otorgar el permiso para reiniciar el reactor que
corresponde a la tercera unidad de la central nuclear de Mihama, después de
estar parado casi diez años y siendo uno de los más antiguos no solo de Japón
sino del mundo. Todo esto sucede mientras se alerta de las reacciones de fisión
nuclear que pueden estar sucediendo en Chernóbil, después de 35 años de la
catástrofe, y que si se siguen multiplicando estas reacciones podrían conducir
a un incidente muy grave.
El planeta también muestra la enfermedad del ser
humano, la simetría de ambos cuerpos, y cómo la debilidad del sistema inmunitario
del ser humano también se expresa en la debilidad de la respuesta y reacción
del planeta frente a la recuperación de espacios y el sostenimiento de ciclos,
patrones y ecosistemas que enferman y pierden el potencial de reequilibrio y
sanación, especialmente con un ser humano que sigue estresando y
llevando al límite toda capacidad de respuesta, de resiliencia de la Tierra. No comprender el
cuerpo planetario, no respetarlo y cuidarlo, acaba expresándose en la crisis
climática que estamos sufriendo, y la ciencia y tecnología siguen sin tener un
mínimo nivel de conciencia como para ponerse al servicio para detener la
crisis, algo que enlaza de nuevo con el escrito de Bill McGuire con el que he
empezado este artículo. El futuro se decide ahora más que nunca, mientras no
paran de llegar las advertencias sobre todos los puntos de inflexión que se van
superando y que aceleran todavía más un cambio climático cuya solución se va
alejando.
Fuentes:
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