Redactado y publicado por David Arbizu
La situación actual que estamos viviendo en la Tierra va
dejando cada vez menos dudas, si es que todavía quedan algunas, respecto a toda
la influencia del ser humano sobre las condiciones que permiten que este sea un
planeta habitable, con una enorme biodiversidad y una biosfera con sistemas y
ciclos engranados y enfocados hacia la homeostasis y las regulaciones
mantenedoras de esas condiciones. El término Antropoceno es cada vez más aceptado
y reconocido como el nombre de la época geológica actual, donde una especie del
planeta, el ser humano, está generando un impacto negativo y determinante sobre
el funcionamiento de la biosfera y de todas sus partes y ciclos, que
especialmente se manifiesta con una severa y peligrosa alteración de los
patrones climáticos, tanto globales como de áreas o regiones concretas. Este
impacto antropogénico está directamente vinculado con la evolución de la
especie humana y su expansión sobre todo el planeta, y su punto clave se
encuentra en la tecnología desarrollada hasta el momento, una tecnología que,
en general, está provocando y acelerando la sexta extinción masiva y un proceso
que puede conducir a un colapso de la biosfera.
Frente a la gran cantidad de
artículos científicos que se publican asiduamente vinculados con
descubrimientos realizados dentro y fuera de nuestro sistema solar, desde
nuestro propio Sol hasta lejanos agujeros negros o supernovas, en lo que
llevamos de este año ha habido varias publicaciones interesantes sobre nuestro
planeta relacionadas con su proceso evolutivo y con el concepto de la Tierra
como una entidad planetaria con un gran potencial para el desarrollo y
sostenimiento de formas de vida. Dentro de esta línea hay un interés científico
en analizar y concluir hasta qué punto se puede considerar que el planeta tiene
conciencia de los procesos que forman parte de sostener la biosfera equilibrada
y saludable, hasta qué punto toda la actividad colectiva de todas las formas de
vida existentes en el planeta favorece que la Tierra adquiera lo que en algún
artículo se ha señalado como “vida propia”.
Algunos estudios muestran
descubrimientos o análisis que conllevan la señalada cuestión de vida propia a
nivel planetario. Por ejemplo, se ha detectado que desde las profundidades de
la Tierra se emite una especie de pulso cada 26 segundos, y aunque algunos
expertos lo han relacionado con movimientos sísmicos en zonas concretas,
incluso vinculados a las oscilaciones provocadas por los océanos al contactar
con las placas tectónicas, todavía no se sabe con exactitud el origen de este
pulso. Otros estudios se centran más en la capacidad de autorregulación del planeta
enfocada hacia la homeostasis, hacia el mantenimiento de unas condiciones
apropiadas para que se pueda sostener una biosfera conteniendo una
biodiversidad extremadamente rica como la que hay en nuestro planeta. Aunque se
pueda considerar que la biosfera es la capa donde se desarrolla y experimenta
la vida, una capa que normalmente se considera que abarca desde la fosa más
profunda de los océanos hasta la cima del Everest, cada vez se va comprendiendo
más que todo el planeta, desde su núcleo interno, forma un gran engranaje del
cual dependen cada una de sus partes, incluida la biosfera. Esta concepción que
va avanzando y manifestándose en algunas investigaciones científicas enlaza
también con otro concepto que se está utilizando cada vez más y que es el de
“sistema del bucle de retroalimentación”, que sería la forma de definir un
sistema planetario cuya finalidad es la homeostasis y el equilibrio, como un
mecanismo de autorregulación capaz de detectar cualquier desajuste o trastorno
y de poner en marcha medidas para reajustar o reestablecer los efectos
negativos generados. En este sistema o mecanismo estarían integrados todos los
ciclos, patrones y procesos que forman el engranaje que genera las condiciones
que caracterizan a la Tierra, desde los oceánicos hasta los atmosféricos, los
terrestres e incluso los relacionados con las energías solares y cósmicas que
llegan al planeta, que son necesarias pero también deben ser controladas para
su correcto aprovechamiento.
El pasado mes de febrero se publicó un artículo
muy interesante sobre la posibilidad de la existencia de una inteligencia
planetaria. El estudio está desarrollado por un equipo de investigadores bajo
la dirección de Adam Frank, astrofísico de la Universidad de Rochester (Nueva
York), y se publicó en la revista International Journal of Astrobiology. El
estudio aporta una explicación exhaustiva, con muchos enlaces a otros estudios
científicos relevantes, sobre una forma de desarrollo planetario que marca la
evolución de los planetas con vida, planetas que funcionarían como “cerebros”
conteniendo mecanismos de autorregulación y sistemas interactuantes como un
medio operativo cuya finalidad es el mantenimiento de unas condiciones
apropiadas para la vida que se ha ido desarrollando en el planeta. Tal como se
reconoce en el propio estudio, esta concepción tiene muchos vínculos con la
Hipótesis Gaia desarrollada por James Lovelock, publicada en 1979, que afirma
que es la propia vida de la Tierra junto con toda su relación con el propio
mecanismo del planeta, con su geoquímica y sus sistemas de autorregulación, la
que fomenta las condiciones globales para que el planeta sea habitable. El
estudio también hace referencia al darwinismo y la teoría de que la perpetuidad
y evolución de las especies tiene una relación directa con su capacidad de
adaptación y de avance a nivel genético, algo que está expresado en la frase
darwinista “supervivencia del más apto”, pero en este caso no está implícita la
existencia de una inteligencia, ni siquiera a nivel de especie, sino que se
considera que los procesos evolutivos son solo biológicos y, por lo tanto,
físicos. De algún modo, frente a la idea de la Hipótesis Gaia de una fuerza de
vida global interactiva, el darwinismo ofrece un aspecto que transmite un
proceso evolutivo donde tiene más impacto la competitividad y la capacidad de supervivencia
de cada especie, aunque todo sea fruto de la interacción con todas las otras
formas de vida y las condiciones que ofrezca la biosfera a nivel de hábitats y
ecosistemas.
En el estudio publicado en la revista International Journal of
Astrobiology se define la inteligencia planetaria como “la adquisición y
aplicación de conocimiento colectivo, operando a escala planetaria, que se
integra en la función de los sistemas planetarios acoplados”. Esto significa
que existe una estructura o sistema global formada por ese acoplamiento de subsistemas
que forman la totalidad, donde las especies también forman parte de esa
integración y conocimiento colectivo que conduce a un tipo de vida propia
planetaria y un proceso global enfocado en autosustentarse, en autogestionarse,
dando lugar a una inteligencia planetaria. Este propio mecanismo y su avance y
desarrollo a través de las épocas y formas de vida planetaria se puede
estructurar en cuatro etapas con las que el estudio define el proceso evolutivo
y “biosférico” de la Tierra: biosfera inmadura, biosfera madura, tecnosfera
inmadura y tecnosfera madura. Voy a analizar brevemente cada etapa:
- Biosfera
inmadura: Se considera que empezó a haber vida en la Tierra durante el eón Arcaico, hace unos 4 mil millones de años. En ese momento existían especies simples,
como los primeros microbios y organismos procariotas, unicelulares, que apenas
tenían influencia a nivel global. Durante el eón Arcaico las bacterias
empezaron la fotosíntesis, pero en ese momento era anoxigénica y no se
desprendía oxígeno. Conforme se incrementaba la cantidad de organismos
unicelulares existentes, también lo hacía su capacidad de afectar a los
sistemas geofísicos y geoquímicos acoplados del planeta. Todo ello implicó
dinamismo y cambios, tanto en los propios sistemas planetarios como en las
formas de vida. Por ejemplo, después de los primeros 2 mil millones de años de
evolución planetaria, hace unos 3,5 mil millones de años, se llegó a lo que se
conoce como Gran Evento de Oxigenación de la atmósfera, provocado por un
proceso evolutivo de las cianobacterias directamente vinculado con el
desarrollo de sus capacidades de fotosíntesis oxigénica. La atmósfera y las
redes biogeoquímicas del planeta pasaron a ser abundantes en O₂,
y esto fue un detonante para la aparición de formas de vida más complejas y
también más dinámicas e impulsoras de procesos planetarios como una forma inicial
de inteligencia planetaria. Estos procesos impulsan el avance hacia la
siguiente etapa, llamada biosfera madura, en la que la vida tiene un impacto
determinante en la evolución del planeta, y en la historia de la Tierra
coincide con el final del Arcaico y el inicio del Proterozoico.
- Biosfera
madura: Esta etapa representa un aumento constante de la conexión e influencia
de la vida del planeta con los sistemas y ciclos planetarios que forman parte
de procesos autorreguladores y homeostáticos. Esto conlleva que los sistemas
también se vuelvan más complejos e interdependientes, incrementándose la
formación de redes y estructuras que llegan a ser emisores y receptores de
información y diagnóstico, y creándose un sistema autónomo y “organizacionalmente
cerrado”, tal como se detalla en el estudio, que significa que “la
individualidad de un sistema biológico es creada por el propio sistema”. Eso
conduce a que el sistema global se crea y se mantiene a sí mismo bajo esa
estructura de interdependencia, conexión y comunicación entre todas las partes junto con una dinámica basada en procesos adaptativos vinculados al propio sistema visto
como un Todo.
En todo este desarrollo también han jugado un papel crucial los
microbios y sus roles para impulsar bucles de retroalimentación básicos para la
estabilidad necesaria que permita otros nuevos procesos y dinámicas. Entonces,
al igual que con otros seres vivos, se observa que existe un nivel de cognición
que va más allá de la búsqueda de los objetivos esenciales, que serían la
supervivencia y la reproducción, de manera que se ejecuta una influencia sobre
los sistemas del entorno que puede tener un fundamento basado en un
conocimiento, en saber lo que se está haciendo o pretendiendo. Aquí también
encontraríamos un buen ejemplo con los hongos y las conexiones que crean
entre las raíces de los árboles, llegando a generar enormes redes subterráneas
que pueden ser mayores que un bosque, donde a través de las conexiones se crea
una transmisión de nutrientes que favorece a los hongos y también a las
especies vegetales conectadas, donde se cree que puede haber un nivel de
cognición para generar todo ese sistema rico y evolutivo.
De este modo, la vida
y la biosfera evolucionan. Si se observa desde el inicio de lo que llamamos
“biosfera madura”, surge el proceso de respiración como una forma de tolerar y
aprovechar el exceso de oxígeno que llegó a haber tras el Gran Evento de
Oxigenación de la atmósfera, y esa adaptación
forzó mayor avance evolutivo y el desarrollo de un mundo con formas de vida que
fueran capaces de respirar. Así que las formas de vida individuales impactan e
influencian en el proceso evolutivo global, pero a su vez esa vida no podría
desarrollarse sin la estructura de la globalidad. Se puede decir que,
observando la evolución de la vida y las etapas planetarias dentro del concepto
de inteligencia planetaria, “el todo es mayor que las partes”, porque esa
estructura y proceso evolutivo global está por encima y marca las condiciones a
las que se va a ver sometida cada parte o forma de vida. Esto enlaza con el concepto de Noosfera, que
desarrolló Teilhard de Chardin entre el primer y segundo decenio del siglo
pasado y que años más tarde utilizó el científico ruso Vladímir Vernadski
describiéndola como un gran campo de influencia basado en la suma de lo que él
llamó “energía biogeoquímica cultural”, donde el término cultural hace
referencia a la actividad cognitiva colectiva.
- Tecnoesfera inmadura: Esta etapa
está directamente relacionada con la evolución de una especie, con la formación
de una civilización inteligente, que en el caso de la Tierra sería la especie
humana. Se llega a esta etapa tras un apropiado desarrollo de la biosfera
madura y una época de tiempo extensa sin grandes eventos destructivos
planetarios, con estabilidad climática y de todos los sistemas junto con el
aumento de biodiversidad. Al mismo tiempo se produce la expansión de la especie
que pasa a ser dominante, tanto a nivel de ocupación de áreas de todo el
planeta como por el aumento de su población.
En el caso de la Tierra, tras la
última glaciación empezó la época del Holoceno, hace unos 11.700 años, una época
de bonanza que permitió un mayor desarrollo de la biosfera y las formas de vida
planetaria. Con el paso de los años, la especie humana fue alcanzando grados de
civilización caracterizados por la aparición de la agricultura y los primeros
asentamientos, la formación de ciudades, imperios y finalmente el desarrollo de
la tecnología con el inicio de la era industrial y la utilización de
combustibles fósiles. Todo ello desemboca en la época actual que llamamos
Antropoceno, donde la tecnología desarrollada por el ser humano junto con el bajo
nivel de conciencia como especie provocan la desconexión de los sistemas
acoplados planetarios y de las otras formas de vida, llegando al control del
funcionamiento de ese “Todo” como sistema planetario y entrando en lucha contra
la naturaleza, como si la naturaleza fuera el enemigo y el bienestar humano dependiera
de dominar esos sistemas junto con toda la vida planetaria.
Esta etapa, que es
en la que nos encontramos ahora, representa el desarrollo de una tecnología que
desequilibra todos los sistemas, que conduce a una grave inestabilidad y a lo
que algunos expertos han llamado las tres crisis del apocalipsis: la crisis de
extinción, la crisis de los tóxicos y la crisis climática. La forma de vida
enfocada en el control y abuso sobre los recursos planetarios, sobre los
sistemas y ciclos naturales y sobre toda forma de vida no tan solo representa
un freno evolutivo a escala global sino un posible retroceso hacia etapas de la
biosfera más rudimentarias y complicadas para los propios sistemas acoplados,
para la propia capacidad autorreguladora del planeta y para la subsistencia de
muchas especies junto con el debilitamiento o destrucción de todas las redes y
conexiones que forman el entramado y engranaje de una biosfera rica, llena de
biodiversidad y con un nivel de inteligencia planetaria elevado.
- Tecnoesfera
madura: Según el estudio, esta etapa representa el verdadero desarrollo de la
inteligencia planetaria, y es la etapa a la que debería llegar la Tierra para
evitar colapsos de la biosfera y eventos extremos de desequilibrio y
destrucción en todos los niveles. En esta etapa la especie líder está en plena
conexión con el planeta, con sus sistemas acoplados, con las redes que forman el
cimiento de la fuerza de vida, y favorece toda interconexión mediante una
tecnología que busca el bienestar planetario y el correcto funcionamiento de
todos sus ciclos y patrones, que se identifica como una parte vital y
fundamental del Todo. La tecnoesfera madura es la expresión de la especie líder
del planeta y su tecnología llegando a un punto elevado de comunicación y coevolución
con la biosfera, donde el propósito principal es prosperar desde esa
inteligencia planetaria que se expresa en una conciencia elevada de la especie
líder, que en el caso de la Tierra es el ser humano, que alcanza un nivel de
conciencia que contiene esa comprensión planetaria, incluso un reconocimiento
de la entidad planetaria que llamamos Gaia.
Aunque el estudio se focaliza en el
planeta Tierra, es interesante que se considere que este esquema sea aplicable
a otros planetas con vida y que justamente sería útil en la búsqueda de formas
de vida inteligente en otros planetas. Tal como se indica: “las únicas
civilizaciones tecnológicas que podemos llegar a descubrir en el cosmos son las
que no se suicidaron”, las que llegaron a una etapa de tecnoesfera madura con
el desarrollo y estructura de una verdadera inteligencia planetaria, con una
civilización líder y una tecnología utilizada desde un grado de conocimiento y
conciencia al que esperemos que los seres humanos podamos llegar.
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