Redactado y publicado por David Arbizu
LAS ENFERMEDADES ZOONÓTICAS
Una zoonosis es una enfermedad o infección que se
transmite de forma natural de los animales a los humanos. Los patógenos
zoonóticos pueden ser bacterias, virus, parásitos o agentes no convencionales. Hay
más de 200 tipos conocidos de zoonosis. Algunas enfermedades, como la provocada
por virus VIH, que puede causar el SIDA, comienzan como una zoonosis pero más
tarde mutan en cepas exclusivas de los humanos. Otras zoonosis pueden causar
brotes recurrentes de enfermedades, como la enfermedad por el virus del Ébola y
la salmonelosis. Otras, como la Covid-19 causada por el nuevo coronavirus,
tienen el potencial de causar pandemias mundiales. Aunque algunas puedan parecen
controladas, muchas zoonosis siguen presentes en muchas partes del planeta y
podrían emerger con fuerza y expandirse, especialmente con condiciones
climáticas favorables para su propagación.
Las vías de transmisión de un
patógeno de un animal a un ser humano son principalmente cuatro: por contacto
directo, que por ejemplo sería teniendo contacto con mucosas, heces u orina del
animal infectado; por contacto indirecto, que sería al tocar zonas de sus
hábitats o materiales que hayan tocado; por transmisión alimentaria, que sería
al ingerir alimentos contaminados; y a través de vectores, que se refiere a
otros animales, como algunas especies de mosquitos, que transmiten un agente infeccioso de un animal
infectado a un ser humano o a otro animal.
Al observar las vías de transmisión,
queda claro que toda intrusión del ser humano en ecosistemas o hábitats
naturales y toda agresión sobre el equilibrio de la vida animal van a
multiplicar la posibilidad de contraer alguna enfermedad y provocar su
propagación. Por desgracia, el ser humano está acaparando y urbanizando cada
vez más partes del planeta, y también está dificultando la supervivencia de
muchas especies, provocando que se produzcan contactos o intrusiones porque
muchos animales pierden sus hábitats y la posibilidad de encontrar alimento.
Por lo tanto, muchas bacterias y virus que dentro de sus ecosistemas naturales
no multiplican su peligrosidad ni realizan mutaciones pueden propagarse
mediante animales que se convierten en vectores o mediante animales que pueden
albergar patógenos que en su organismo cumplen funciones saludables, pero que
bajo otras condiciones y en otros organismos pueden llegar a ser mortales y
altamente infecciosos. Si a toda la devastación producida por el ser humano le
añadimos la crisis climática, muchas zonas del planeta se van convirtiendo en
caldo de cultivo para que emerjan y se expandan patógenos peligrosos.
La idea
de que los factores medioambientales pueden impactar en la salud humana se
puede remontar hasta los tiempos del médico griego Hipócrates, que en su
tratado "Sobre Los Aires, Aguas, y Lugares" explicó cómo la salud
pública dependía de un entorno limpio. Pero el ser humano ha ensuciado todo el
planeta, porque ha transformado y degradado hasta romper el equilibrio natural
de hábitats y ecosistemas, alterando su biodiversidad y estructura particular,
creando plagas y la llegada de especies invasoras, contaminando el suelo, el
aire y el agua, tanto superficial como de los acuíferos, como de los océanos,
sin ser consciente de que toda esa contaminación no se va a quedar solo en ese
lugar, porque tal como va quedando cada vez más claro: "Todo Está Conectado", y
los movimientos de los animales, incluso sus migraciones naturales, pueden
pasar a ser enormes propagaciones de patógenos que no sucederían si el ser
humano no hubiera intervenido. Al mismo tiempo, los movimientos del propio ser
humano y de todas sus actividades comerciales, con medios de transporte
recorriendo todo el planeta, representan un sistema inmejorable de transmisión,
tal como ha quedado perfectamente demostrado con la pandemia de la enfermedad Covid-19.
Es
importante valorar la importancia de todos los microbios para el mantenimiento
de la biosfera, para el buen funcionamiento de muchas partes del propio cuerpo,
para mantener a raya posibles plagas o desequilibrios que afectarían toda la
cadena alimentaria mundial. Normalmente relacionamos la palabra “microbio”, y
especialmente la palabra “virus”, con enfermedades peligrosas y algo con lo que
no interesa contactar, pero hay que saber que los virus son las entidades más abundantes del planeta, son los principales
depredadores del mundo microbiano, y cada vez se publican más estudios
científicos demostrando su importancia para la salud de todos los seres vivos,
de los ecosistemas tanto terrestres como marinos, e incluso sobre el equilibrio
de compuestos de la atmósfera como el carbono y el nitrógeno, siendo verdaderos
reguladores de sistemas que forman parte de patrones climáticos.
El aumento de
casos de zoonosis está directamente vinculado con la sexta extinción masiva,
porque la transformación de hábitats, donde destaca la deforestación junto con
toda la contaminación, y donde también se incluyen todos los químicos
utilizados en la agricultura, toda la geoingeniería aplicada en la atmósfera,
que además acaba cayendo a la superficie, todos los antibióticos que se
utilizan en la ganadería y nos llegan a nosotros alterando nuestros sistemas; todo
ello también es parte de la sexta extinción masiva y también es parte de un
posible aumento de enfermedades en animales de explotaciones ganaderas, de un
posible aumento de productos agrícolas alterados genéticamente y conteniendo
sustancias nocivas que no solo nos pueden transmitir directamente enfermedades
sino también provocar el debilitamiento de nuestro sistema inmunitario y que
los patógenos sean cada vez más farmacorresistentes. De hecho, los
investigadores advierten que la agricultura y la ganadería están asociadas a
más del 50 % de las enfermedades zoonóticas que han afectado a los humanos desde
1940.
Hay enfermedades antiguas que están controladas a nivel mundial pero
siguen en algunos lugares, como la peste bubónica, el sarampión o el cólera,
que tienen picos de infección en zonas donde son endémicas o donde la falta de
higiene, normalmente relacionada con las aguas residuales generadas por el ser
humano, provoca su resurgimiento. Otras enfermedades están relacionadas con
zonas climáticas y condiciones de vida del ser humano, como la enfermedad de
Chagas en América Latina, que la transmite la picadura de un insecto llamado
vinchuca y se calcula que provoca la muerte de unas 14.000 personas al año.
Algunas enfermedades como la tuberculosis están presentes en el mundo desde
hace siglos. De hecho, la tuberculosis ya está descrita en la época de los
egipcios, unos 3.000 años antes de Cristo. Incluso hay cálculos que exponen que
una tercera parte de la población mundial tiene tuberculosis latente, que
significa que las personas están infectadas pero no desarrollan la enfermedad
ni la transmiten.
Otras enfermedades pueden haber quedado muy atrás en la
historia del planeta, incluso sin haber llegado a ser padecidas por el ser
humano. Estas enfermedades corresponden a patógenos que no conocemos pero que ahora,
con el cambio climático, pueden reaparecer. En concreto, me refiero a patógenos
que están enterrados y encapsulados bajo la enorme capa de hielo del permafrost.
El permafrost es la capa de la corteza terrestre que está permanentemente
congelada y que puede llegar prácticamente a la superficie y también hasta una
profundidad que, en Siberia, llega a los 1.500 metros. Por lo tanto, se
encuentra en regiones muy frías de la Tierra como son las áreas circumpolares
de Canadá, Alaska, Siberia, Tíbet, Noruega y en varias islas del Océano
Atlántico Sur como las Islas Georgias del Sur y las Islas Sandwich del Sur.
Uno
de los grandes peligros del deshielo del permafrost es la liberación de dióxido
de carbono y especialmente de metano, pero también lo es la liberación de patógenos
capturados en el hielo durante siglos o milenios. En 2011, dos investigadores
rusos advirtieron: “Como consecuencia de la fusión del permafrost, los vectores
de infecciones mortales de los siglos XVIII y XIX pueden volver, especialmente
cerca de los cementerios donde fueron enterradas las víctimas de estas
infecciones”. En el año 2014, en un fragmento de
permafrost siberiano, se encontraron tres virus gigantes que todavía
conservaban su capacidad infecciosa y tenían una antigüedad próxima a los
treinta mil años. Afortunadamente se trataba de tres virus que afectaban
exclusivamente a las amebas. En el año 2016, un equipo de científicos descubrió
momias del siglo XVIII fallecidas a consecuencia de la viruela, una enfermedad
infecciosa que en este momento se encuentra erradicada. También en el año 2016 fue noticia un brote de
ántrax en Siberia. El ántrax lo provoca una bacteria y tiene una alta tasa de
mortalidad. Se considera que se liberó la bacteria al quedar desenterrados
huesos de animales que murieron por ántrax. Esta liberación provocó la muerte
de dos personas, la hospitalización de más de 70 y la muerte de más de 2.300
renos. El problema siempre es la propagación, y se teme que alguna vez pueda
suceder a través de carne infectada que pueda llegar a los consumidores a
través del mercado negro de los cazadores furtivos.
Respecto al permafrost, algunos
expertos van más allá y alertan del hipotético peligro de que incluso puedan
emerger virus que afectaron a otras especies de humanos extintas, como los denisovanos
o los neandertales. Así que el permafrost es como un gran frigorífico que se
deshiela y no sabemos realmente lo que puede contener y cómo nos puede llegar a
afectar.
Aparte del Covid-19, ya hay enfermedades que podrían expandirse y
convertirse en pandemias. Por ejemplo, una de las mayores amenazas actuales es
la cepa H5N1 de la gripe aviar, que representa una mutación que afecta a los
humanos. De hecho, la gripe española de 1918, por la que murieron entre 50 y
100 millones de personas en todo el mundo, es una variación del virus H1N1. Las
aves son el reservorio del virus y lo pueden transmitir a través de la saliva y
las secreciones nasales y fecales. La transmisión del virus a aves salvajes,
junto con el movimiento de aves de granja realizado por el ser humano, ha
provocado la expansión de este virus. Al igual que sucede con la peste porcina,
con los enormes sacrificios de animales que se realizan cuando se detecta,
también la gripe aviar provoca grandes matanzas de animales.
Otra gran amenaza
tiene que ver con los patógenos transmitidos por insectos, especialmente por
mosquitos y garrapatas. Conforme aumenta el calentamiento global, estos
insectos están alcanzando zonas que antes eran demasiado frías para ellos. Algunas
especies de mosquitos son las principales transmisoras de enfermedades como
malaria, virus del Nilo Occidental y dengue, por nombrar algunas. Se sabe que
las garrapatas pueden transmitir diversos tipos de fiebres hemorrágicas y la
enfermedad de Lyme. También otros animales, como los roedores, son transmisores
de enfermedades y pueden convertirse en verdaderas plagas por su capacidad de
reproducción y de adaptación y supervivencia frente a venenos y medidas de
aniquilación. Muchas de estas especies ya son plenamente urbanas, y conforme
las grandes ciudades crecen y también se acentúa la marginalidad y falta de
condiciones adecuadas en los barrios marginales, encuentran muchas formas de
subsistencia y expansión. Así que para el ser humano cada vez aumenta más el
peligro de infección por el cambio climático, por toda su invasión y abuso
sobre hábitats y ecosistemas, porque con sus actividades causa insalubridad, plagas
y también potencia pandemias con todos sus desplazamientos por el planeta.
Al
mismo tiempo, tal como sucede con el Covid-19, el ser humano también se
convierte en vector y propagador de la infección. Con la ingestión de alimentos
deficientes, adulterados, genéticamente modificados, con formas de vida en
localidades que son centros de deterioro de la salud, con contaminación
lumínica y acústica, con la continua recepción de ondas electromagnéticas
enfermizas y desequilibrantes y todo lo que forma la actividad antropogénica,
los sistemas de defensa del ser humano se debilitan y el sistema inmunitario no
puede reaccionar correctamente frente a ataques potentes, porque toda la crisis
planetaria también es un campo de cultivo para que virus y bacterias aprendan a
ser efectivos y a hacer sus mutaciones para sobrevivir, que es a lo que todo
ser vivo tiene derecho en este planeta, solo que ahora todo está
desequilibrado, en exceso o en defecto, por el ser humano. Y esto, una vez más,
es la expresión de la sexta extinción masiva.
Aunque
el ser humano exhiba esa gran falta de conciencia y amor por el planeta, por la
biosfera y por todos sus seres vivos, incluyéndole a él mismo, también es capaz
de desarrollar proyectos y estudios para impulsar una conciencia más elevada,
un mayor conocimiento y soluciones desde una perspectiva global y de futuro
frente al egocentrismo actual. Un bello ejemplo es el concepto One Health (Una
Sola Salud), que se basa en este decreto: “La salud global es la suma
interactiva de la salud animal, la salud ambiental y la salud humana”.
En 2008,
la OMS (Organización Mundial de la Salud) fue un socio en el establecimiento de
un marco estratégico para One Health con el fin de abordar los problemas
mundiales de salud. One Health es una estrategia mundial para aumentar la
comunicación y la colaboración interdisciplinar en el cuidado de la salud de
las personas, los animales y el medio ambiente, entendiendo que todas están
ligadas entre sí. La plataforma One Health es una red científica de referencia
que une a investigadores y expertos para comprender y prepararse mejor frente a
brotes de enfermedades zoonóticas transmitidas de animales a humanos y
resistencia a antibióticos, incluyendo una mejor comprensión de los factores
ambientales que afectan la dinámica de las enfermedades.
Los expertos han
señalado: “Nadie quiere más pandemias, pero la probabilidad de que aparezca
otra es mayor que nunca”. Y añaden que si se reforesta, si se regulan los
mercados de animales salvajes, entre otros, estamos contribuyendo a disminuir
la probabilidad de que esos virus lleguen a los humanos. La deforestación
provoca la huida de muchas especies y se ha comprobado que las que tienen mayor
poder para permanecer en la zona deforestada también son la que tienen mayor
capacidad de hospedar patógenos. También se ha observado cómo murciélagos,
roedores y primates albergan una mayor proporción de virus zoonóticos que otros
grupos. Y esto nos conduce al comercio de animales silvestres y también a los
mercados de animales silvestres como un alto factor de riesgo de transmisión de
enfermedades peligrosas. Dentro del comercio de animales silvestres también
destacan los efectos negativos que ejerce la industria de la moda que utiliza
pieles de animales, animales que en muchos casos son transmisores de
enfermedades. El año pasado se vieron varios ejemplos de cómo el Covid-19 se
transmitió a los visones de granjas de peletería. Se tuvieron que hacer
sacrificios de millones de animales, pero también se comprobó cómo en algunas
granjas los animales habían sido infectados por los humanos.
Tal como expresa Camila
González Rosas, bióloga, doctora en Ciencias y docente del Centro de
Investigaciones en Microbiología y Parasitología Tropical de la Universidad de
los Andes: “Las acciones a tomar para evitar una nueva pandemia son tan
contundentes como las del cambio climático. Los virus están saliendo porque
estamos haciendo cosas que no deberíamos hacer. Abusamos de la capacidad de los
sistemas de ser resilientes y estamos apuntando a un límite de no retorno”.
Fuentes:
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